… la línea, es decir, un punto que vuela
Lezama
El pasado enero,
en una “entrada” atípica, (porque hablaba de mí) a raíz de la publicación en la
revista Adarve de un trabajo escrito por Carmen Morán
sobre mi obra, publiqué unas escuetas notas dirigidas a exponer cómo veo ahora
mismo la trinidad poesía-poema-poeta. En aquellas notas aludía al “gran poema universal e inconcluso” que
viene escribiendo el hombre desde que abandonó su natural nomadismo y se asentó
en núcleos poblacionales bien estructurados desde los puntos de vista
socio-cultural y económico. Entre otras cosas escribí entonces: “El poeta está solo. El poema que avista y
pretende está abierto, han trabajado en él muchos poetas que, igualmente solos,
fueron tan incapaces de evitarlo como de cerrarlo. Ya parece algo. ¿Merece la
pena continuarlo…?” Hoy quiero contestar a esta última pregunta con más
amplitud.
Claro que merece
la pena, y es, además, inevitable hacerlo. Sólo que participar el espíritu de
este Gran Poema, y añadir a él sustancia válida bien (in) formada, es algo
reservado a los genios. La cultura occidental va trazando en el tiempo una
potente línea, cuya alta tensión está constituida a partir del concurrente y
alineado movimiento de muchos y diversos puntos de altísimo vuelo. Resueltos en
esa línea somos antes y más que en cualquier mapa genético. La memoria recogida
en ella, eso somos sobre todo. El Gran Poema está siendo escrito sobre esa
línea. A él debemos acudir siempre que nos extraviamos. Así lo hacemos. Aunque
la inmediatez y la urgencia con que vivimos nos impida verlo claramente, la
memoria no guarda las prendas en sus arrabales, donde la dispersión y el ruido
las pondrían en grave riesgo. Lo hace en el templo, donde confluyen tensión,
precisión, aplomo y oportuno silencio. Cuando necesitamos reencontrarnos con
nosotros mismos, allí vamos. No hay más sitio que ése si el lance realmente
importa.
Quienes saben
nutrirse pasivamente de ese Gran Poema son muy afortunados. No así quienes
pretenden participarlo activamente. Escribía yo en las referidas notas del
pasado enero:
“El poeta ‘se condena’ a sí mismo, quiere
añadir una imagen a esa enorme obra; una estrofa, un verso, un hemistiquio, una
palabra, un nombre… Memoriosos sema y fonema. Tentador andamio. El poeta cae en
la trampa. Escalará su Babel rodeado de sombras. Para colocar una imagen
en ese poema universal, atemporal y único, tendrá que trepar solo la tremenda
torre. Pero qué difícil: toda la vida escalando. En el suelo, un campamento-base donde se advierten los peligros que
conlleva la peregrina aventura: soledades, frustraciones, casi siempre aparente
fracaso. En ese campamento se montan numerosas y pragmáticas escuelas para los
que son apercibidos y reconducidos a tiempo. Quienes no pretendan sumar algo al
Gran Poema inconcluso, tendrán compañía en una fiesta diaria. Obtendrán
diplomas y cerrarán obras. Cantarán arropados y serán prontamente
aplaudidos…”
Entonces me
preguntaba:
“¿para qué intentarlo con el Poema-Uno? ¿Qué
sumar a lo que nunca se acaba y vuelve sobre sí con titánico afán?”.
Y respondía:
“Bueno, al tiempo lineal, asimétrico y voraz,
hay que ponerle sucesivas trampas. Hay que hacerlo pasar por ciertas
angosturas, tenderle ciertas emboscadas, obligarlo a trazar convenientes bucles
para posibles y cíclicos neumas. Gracias a su peso, el Gran Poema es el único
que no puede ser barrido por la crónica carrera; es el único que grava la MEMORIA DEL HOMBRE.
Sí, para barrer el Gran Poema habría que barrer la MEMORIA DEL HOMBRE,
esto es barrer al hombre. Ojo, no a los poetas, al hombre. Pero si, como dice
Heidegger, “el hombre es el pastor
del ser”, para acabar con el Gran
Poema habría que hacerlo con el ser mismo. Esa cardinal e inconclusa obra es la
fabulada y sempiterna columna que parece sostener el frontis de la humana
tienda de campaña.”
Lo cierto es que
las cercanías del Gran Poema, de la línea donde éste se escribe, son tan
ásperas como atractivas, tan difícilmente alcanzables como apetecibles para
quien trabaja con la memoria del hombre. Ante eso, los actores barajamos varias
alternativas:
1. Tratamos de acercarnos, de acceder al Gran Poema, de participarlo. Lo
dicho: una escalada gravísima, muy dolorosa y frustrante en la casi totalidad
de los casos.
2. Tratamos de provocar que la línea donde se escribe el Gran Poema tuerza
el vuelo hacia nuestro territorio. Tratamos de que la línea pase por nosotros,
de introducir en ella un nuevo horizonte que nos incluya. Uf, qué pretensión;
cuánto dolor conlleva. Qué pocos lo alcanzan finalmente. Estos últimos jamás lo
logran en vida, pero qué útiles resultan a la postre.
3. Obviamos la existencia de línea y Gran Poema. En este caso hay dos vías.
La una es desconocerlos realmente. (Qué felicidad al fin y al cabo, aunque
también qué pérdida de tiempo trabajar con tales limitaciones). La otra es más
ladina. Si no podemos acercarnos a ellos como actores, aunque los conocemos
perfectamente como espectadores, pretendemos hacer creer a los demás que no
existen, o que no importan, incluso que su imaginación puede resultar
perniciosa. Vagamos entonces en sus extrarradios, en los que buscamos generar polos de innecesaria y contingente palabrería donde reinar a placer. Es triste,
mas sucede con frecuencia.
Pero antes de
seguir, veamos un esquema que hice para explicarme mejor. Perdonen mi alto
nivel de abstracción en este punto. Es un esquema muy elemental, pero lo creo
útil para hacerme entender del todo. Lo importante aquí no es la nómina en sí
misma, como es obvio sometida a mi criterio, y tremendamente excluyente en pos
de una síntesis esquemática, lo que importa aquí, si es que importa algo, es el
concepto que se pretende recoger y explicar.
La línea de que hablamos (cálida) donde se escribe el Gran Poema-Uno, es
obviamente curva. Sin embargo, en ella existen determinadas estaciones
esenciales (puntos de muy alto vuelo) que unidas entre sí sugieren otra, recta
y fría; una suerte de “secante” que recoge y pauta las mayores tensiones. La
referida “secante” contiene lo que más importa. Ella está constituida por las
obras de quienes logran de una manera “natural” hacer buena la primera de las
tres alternativas anteriormente descritas. La línea no pasa por ellos. Sus
obras la trazan, son su mayor sentido, pues por sí mismas justifican su
necesidad.
Los lóbulos que
forma la línea curva en torno a la referida “secante”, espacios cóncavos
generados entre ambas, son ámbitos de posibilidad ganados para todos por esos
actores también imprescindibles que han tenido éxito con la segunda
alternativa. Han forzado a la línea a pasar por sus obras, creando mayores
áreas de positiva influencia para quienes pretenden acercarse a la imaginaria
“secante”. Sí, mientras mayor sea el giro o “desvío” de la línea al pasar por
estos raros genios, mayor será el espacio de memoriosa posibilidad para quien
trabaje en las cercanías de la “secante”, mayor será la riqueza y la diversidad
de esas concavidades llenas de sentido, desde las cuales la lectura (comentada
o no) del Gran Poema es muy aprovechable, como es mucho mayor la posibilidad de
hacer algún apunte útil en sus márgenes.
Más allá de lo
descrito, encontramos un universo convexo habitado por la mayoría de los malos
comentaristas, aquellos que consciente o inconscientemente optan por la tercera
alternativa. En la libertina convexidad la actualidad se desmelena. Instalados
en ella viven sus cómodos voceros. Ah, la proximidad al Gran Poema es fatigosa
y poco gratificante. En las informes playas que pueblan sus convexos
extrarradios, totalmente desorientados viven quines lo negarán de continuo.“Si
no puedo, no se puede, y no tiene sentido intentarlo”, parecen repetirse a
diario antes de gritarlo a los demás.
Para contestar a tales pregoneros escribo
esta nota. Señores, todos somos necesarios, pero algunos son imprescindibles…
No, no me refiero a aquellos que listaba Brecht en su célebre frase, sino más
bien a quienes con Mann hacen bueno el adagio alemán: “no hay que hacer de
prisa lo que es para siempre”, obrando en consecuencia. La esencial línea y
el Gran Poema buscan cómo continuar camino. Los puntos de alto vuelo (siempre
los hubo, los hay, los habrá) lo harán posible, seguro, a pesar de la
prescindible algarabía con que polucionan el cielo quienes lo miran y cantan
desmemoriados, desafinados, ciegos.
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