Aunque no me reconozco buen lector de novelas, leo la obra de Ángel Vallecillo. No estoy plenamente al tanto de la narrativa actual. La última novela que releí (tercera vez) antes de “Bang bang, Wilco Wallace” fue “Don Quijote de la Mancha”. Antes había leído, todavía inédita, “¡Lagarto, lagarto!”, de mi amiga, la poeta Belkis Cuza Malé; y antes, “Chevengur”, de Andréi Platónov, recomendada por mi amigo, el poeta Antonio Piedra; y antes aún, “Tiempos de silencio”, de Luis Martín Santos, conjuntamente con mi hijo Leonardo. Ahora, aprovechando el regalo de una preciosa edición que me hizo otro amigo y poeta: Luis Enrique Valdés, estoy de nuevo con el “Fausto” de Goethe (tercera vez) para mí una novela, más que una obra para ser representada. Hace poco volví (después de treinta años) al “Doktor Faustus” de Mann, y a “Paradiso”, de Lezama (tercera vez) y a “Rayuela”, de Cortázar (también tercera vez) y a “Historia de dos ciudades”, de Dickens (segunda vez)… En fin, de cada cincuenta o sesenta libros que leo o releo actualmente, uno es de narrativa. Y si es una obra reciente, o para mí desconocida, debe venir recomendada por alguien querido y respetado, o ser enviada directamente por su autor, si es amigo y cree útil mi opinión. Así comencé con la obra de Ángel, porque publica en Difácil y me la propuso César Sanz, gran lector y editor a quien quiero y respeto.
Quede claro que aprecio mucho la buena novela. Leí narrativa con fervor en otros tiempos. Pero tengo todavía tanta lectura por delante, y tan poco tiempo ya para “enfrentarla”, que estoy obligado a ser selectivo. El próximo narrador y dramaturgo vivo al que quiero acercarme con calma es Abilio Estévez, autor coterráneo y coetáneo, consolidado y reconocido, de cuya obra me llegan noticias y señales muy llamativas… Cuento esto para poner en antecedentes a quienes lean mis opiniones sobre la última novela de Ángel. No estoy al día en este género, aviso. Aunque quién sabe si ello pudiera resultar de alguna manera ventajoso para mis lectores. Si reseñara un poemario, o un ensayo sobre pensamiento, arte o historia, deberían cuidarse de mí, de mis vicios y manías, mis resabios incluso, pero en este caso… Va, también. La temeridad no implica inocencia.
Hace unos días, César, quien me prestó una antología poética de Schiller editada en Yunque, 1940 (una joyita) metió en el mismo sobre, de regalo, la mencionada “Bang bang, Wilco Wallace” de Vallecillo. Quienes me conocen, César incluido, claro, saben lo mucho que agradezco este tipo de gesto… A Ángel ya lo sigo, así que su libro lo recibí con especial curiosidad. Lo leí en una mañana, de un alegre tirón. Es la tercera novela suya que leo. Es mi narrador contemporáneo español más leído. Ya he pasado con su obra varios ratos buenos. Le debía unas palabras. También a César.
La diferencia esencial entre narradores y poetas, más allá de que los primeros cuenten y los segundos canten, está en la economía. Aun los narradores muy económicos (pienso, por ejemplo, en los autores de la “generación perdida”, en Hemingway especialmente) tienen que crear escenarios plausibles en tiempo y espacio, donde sus escenas quepan y ocurran, tomen cuerpo. Al decir de Rosa Chacel: “la prosa es una información de la realidad (…) un esfuerzo por conseguir la presencia de la realidad”, y esto, digo yo, conlleva un despliegue de medios que siempre entretiene. Puede hacerlo en dos sentidos: en el bueno inquieta, divierte, relaja; en el malo distrae, enreda, fatiga. En mi opinión, para que una novela entretenga, sólo, en el buen sentido, su autor tiene que tener, en este orden: imaginación, inteligencia, y oficio para disimularlas a la vez que las utiliza para “someter” al lector. Manoseando una idea de Proust: el regalo tiene que tener un precio alto, pero éste no debe quedar pegado a su envoltura, no debe ser visible.
Como quiera que la narrativa tiene que in-formar (crear o recrear y comunicar) una realidad ajustada a su propósito; como quiera que para ello el narrador está condenado a entretener; más le vale hacerlo por la vía buena. Teniendo en cuenta que muchas palabras irán dirigidas a levantar un fondo espacio-temporal necesario para que sobre él figure el meollo de la cuestión; teniendo en cuenta que no hay novela cuya esencia no pueda recogerse en un verso, y que por ello siempre existirá en la narrativa un cierto dilapidar, excederse, sea éste más o menos retórico, discursivo; es muy recomendable que la “demasía” esté cuidada al máximo, que entretenga bien.
“Bang bang, Wilco Wallace” es una novela entretenida. Las obras de Ángel Vallecillo siempre lo son en el buen sentido del término. Ángel es un autor imaginativo, inteligente y dueño de un gran oficio. Sus obras tienen un precio que nunca es descaradamente visible. Ángel sabe escribir… En esta novela, más “clásica” que las anteriores, evita recursos como la marcada experimentación estructural (Colapsos) o el énfasis en el falso realismo (Hay un millón de razas) y se pliega a las exigencias de la trama de una manera más natural, pero no por ello menos efectiva. Su estilo, que no es periodístico, y mucho menos taquigráfico, tampoco es oblicuo ni barroco. Ángel tiene la suerte o la desgracia, según se mire, de ser un autor castellano que ama la prosa anglosajona. Como si fuera poco haber nacido y crecido a los pies de la catedral herreriana de Valladolid comiendo dulces de origen bereber, Ángel se hizo escritor donde todavía resuenan Manrique, san Juan, fray Luis, Cervantes, Lope, Calderón, Gracián, Quevedo, Zorrilla, Baroja o Azorín, leyendo, entre otros, a Faulkner, Dos Passos, Fitzgerald, Eliot, Pound, Capote, McCarthy… De todo ese batiburrillo de influencias emerge una prosa mestiza, pero decididamente “vallecilla”. Poco o nada tiene que ver Ángel con Chacel, Delibes, Umbral, Jiménez Lozano. Ángel es un autor “globalizado”, que, sin embargo, tiene unas constantes latinas innegables: la veta surrealista, el humor y la poesía. Estas son sus tres Gracias. En ellas se apoya para entretenernos con éxito.
“Bang bang, Wilco Wallace”, además de tener una trama bien urdida y resuelta, con la suficiente tensión conflictiva para mantener al lector sujeto a su lectura de principio a fin; además de estar bien escrita y cargar de sentido su “demasía” narrativa, está bien dotada de surrealismo, humor y poesía: perfecta guinda para el cóctel de imaginación, inteligencia y oficio que valida la prosa de Ángel. No se sostiene una obra en este sentido con frases sueltas ni hallazgos puntuales. Las Gracias de Ángel están comprometidas con la novela toda, pero hay ciertos momentos en que resultan especialmente significativas porque asoman desnudas en los promontorios. Veamos algunos de ellos:
- “iris azul cielo sobre un globo rojo: un iceberg flotando en sangre de foca”
- “el cielo estaba azul reventón, pero por el norte amenazaban grandes cúmulos gomosos”
- “Se cruzó en mi camino como una aguja de ferrocarril”
- “hasta encontrar el equilibrio de un dolmen”
- “abrió el mínimo común denominador de una sonrisa”
- “sonrisa mitad flan de caramelo mitad metralla”
- “––Igual te has caído… ––Desde la quinta planta del pasado”
La prosa de Ángel tiene una eficaz carga poética. Y si bien sus temas y formas suelen coquetear con los anglosajones, muchas veces su prosa mestiza, con las obrantes Gracias incluidas, nos regala pasajes que denotan un a-de-ene sin dudas cervantino. ¿Se puede escribir en castellano, bien, quiero decir, completamente al margen de este feliz “pecado”? Lean el siguiente pasaje:
“Las berzas brillaban como caracolas de nácar, y desprendían un halo fosforescente: una huerta de orondas luciérnagas, blancas y verdes, gordas, mansas, circundadas por halos como si la luz de la noche las coronara con tiaras de diamantes. Si fijaba la vista en una sola de las berzas crecía hasta alcanzar dimensiones gigantes y en sus bordes podía distinguir formas artísticas, animales, relieves que capturaban toda mi atención como si las observara con un microscopio, con una mente de lucidez infinita, con capacidad atómica para percibir su calidad artística. ¡Cuánta hermosura en un simple campo de berzas! Se transformaron en cabezas de cabellos verdes, y luego en pequeñas calvas con luz propia… Los surcos del sembrado se retorcían, enredábanse, montábasen, y crujían como si los gusanos gigantes los tunelaran a grandes bocados de tierra (…) Bajo la imponente copa de un nogal, distinguí las siluetas de tres hombres que se acercaban encarrilados en sendos surcos del sembrado. Qué hermoso el contoneo, el vibrar bamboleante y a cámara lenta de sus caderas, el caminar ralentizado, escaso, liviano, como empujados sin esfuerzo ni gravedad, la torsión de sus huesos flexibles. Cerré los ojos y las fosforescencias estallaron como hogueras diminutas, infinitesimales, cada una a una micra de la otra: bastaba pensar en la de al lado, intuirla, para que se retroalimentaran y en sinergia estallaran en fallas multiplicadas y gigantescas que se sumían en profundos abismos de color, con cientos de focos de atención…”
Y como Ángel sabe desconcertarnos cuando es preciso, como es un maestro también en el cambio de ritmo, todo esto continúa con un seco:
“––Quítale la pistola.”
En fin, ¿se puede ser más mulato? La economía anglosajona y la plomada herreriana, ceden aquí ante el desnudo de las Gracias “vallecillas”, barrocas ellas, cómo no, felizmente traidoras. El mejor Cervantes tiende la mano a Ángel y lo invita a ver gigantes en sus molinos, soldados en sus ovejas, para compartir después una internada en la cueva de Montesinos. La función “liberadora” no la ejercen aquí los libros de caballería, sino los estupefacientes, pero el resultado es el mismo, y no está registrado en Oak Park, Illinois, sino en la ribera del Henares, que nace y muere en la vieja meseta castellana. Por esta zona de la novela, la menos “pura”, andan “sueltas” palabras como “zagal” y expresiones como “Enarcó las cejas”. ¿Hacen falta más comentarios?
Los temas y los escenarios en Ángel no son los que tiene (tenemos) más a mano. “Bang bang, Wilco Wallace” es el tipo de novela policíaca, negra, que debe ocurrir y ocurre en Norteamérica. Pareciera que la imaginación del autor necesitara abstraerse de su originario valladar, para real-izarse en un ring global, allí donde cualquier parecido de sus criaturas con la madre realidad castiza sea pura coincidencia; obra de una feliz casualidad, no de una determinada y determinista causalidad. Insisto, la narrativa de Ángel nace globalizada y huye de lo provinciano como del diablo. Sin embargo, cuando se piensa, habla y escribe en un idioma como el castellano, con tales haberes en el zurrón, no hay zagal que pueda evitar del todo al santo canon. Entonces el mestizaje está servido. Afortunadamente. Porque los combates en el ring global no garantizan per se los títulos universales. Los purasangres más fiables son caballos mestizos que pastan en íntimas cuadras. Me gustaría apostar por Ángel, también, en hipódromos más cercanos. Creo en él. Lean su novela. Serán bien entretenidos, bien impactados por sus disparos. Bang bang… Créanlo.
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