... Algo pasaba en ese dédalo trenzado con carne y
energía que ocupa nuestro cráneo. Lo que importaba comenzó a resultar no sólo
rastro, carroña, evidencia, instinto o experiencia; sino también, y sobre todo, ensoñación, plasma sígnico, imagen... Todo
comenzó a parecer lo que no era, o sea, lo que debía ser: aquello que podía
imaginarse, para una vez imaginado, habitarse. El curioso bípedo se distanciaba
de su animal porque llevaba en su insondable “cajita” la capacidad de crear
estadios de "irrealidad" habitables. En un corto período de tiempo (revolución
neolítica, le llaman) debieron desatar toda su potencia la imagen, los
dioses, la religión, el arte... En fin, lo necesario para que apareciera el hombre, no el homo
sapiens sapiens, sino el hombre-hombre, o sea, el hombre-semidiós-histórico,
curioso agricultor y ganadero, sedentario artista. Desde entonces nada fue igual.
Una rara criatura podía imaginar realidades a su antojo. Podía incubarlas en su memoria, y, utilizando un sofisticado medio social, transmitirlas a sus descendientes en un frenesí, no sólo génico, sino, y en primer lugar, onírico. A este imaginativo ser ya nada le valió como era, donde estaba. Se alió con los dioses para acomodar las cosas a su conveniencia. Ideó mecanismos para medir el tiempo y el espacio, para manipularlos hasta que ambos abandonaran su limbo y se hicieran referencia... Claro, se preguntarán ustedes ¿a qué viene esto en este catálogo? Bueno, no lo sé del todo, pero el mejor sitio que encuentro para situar la reciente obra de Paciel, es ése, de empedernida imaginación, en el que las cosas se hacen por la mera necesidad de reinventar la grosera realidad hasta hacerla inquietante y entrañable: humana.
Paciel, que porta una “cajita” especialmente inquieta, no puede habitar el tiempo y el espacio si no después de imaginados y manipulados a su parecer. Ya se hubiera suicidado, créanme, si no le dejáramos traducir para nosotros los múltiples pliegues que es capaz de leer (imaginar) en la realidad.
Si le preguntamos por qué trabaja de esta manera, por qué desintegra dos mundos: el natural y el geométrico, para reintegrarlos en otro surreal, responde que no lo sabe, que lo hace sencillamente porque lo necesita. Han adivinado: Paciel está loco. Paciel es un artista. Un artista honesto (si es que esto es posible) que lejos de argüir a posteriori un andamiaje conceptual para su obra, se deja llevar por una incontenible necesidad de crear, que es, en definitiva, el mejor testimonio de su enorme humanidad.
Ya, pero de nada valdría esa incontinencia creativa sin olfato artístico, sensibilidad, cultura visual y oficio. Todo ello posibilita que su impulsiva necesidad de crear nos llegue encauzada en un pulcro lenguaje que articula sabiamente composición, fotografía, dibujo y tratamiento digital de la imagen. Entonces Paciel nos muestra dos mundos: el uno natural, recogido en la espléndida fotografía de Mikel Alonso, y el otro geométrico, sacado de su propia imaginería; ambos en tensa relación, en pos de un tercero: el “irreal”, el único que aquí interesa, el que nos hace destinatarios y partícipes de un importante legado: la capacidad y la necesidad de imaginar realidades habitables; aquellas donde lo único que no tiene cabida es precisamente lo real; entendido lo real como el grosero y simplón sustrato del que intenta apartarnos nuestro ser humano.
Sí, las imágenes de esta exposición constituyen un canto a nuestro ser humano. Ya no nos interesa ese bosque si no es (re) velado por una masa espectral resuelta en evocadores grises. Ya no nos importa ese ramaje si no en su desquicio rojo; sosteniendo esa desconcertante folie tras la que se esencia como en ardientes rayos X. Ya no nos importa esa hierba si no es tiernamente violentada por una luz rasante y corpórea que trastoca sus colores y su estructura vegetal para ofrecernos una versión casi caligráfica. Ya no nos interesa, ahora, aquí, cómo son estos elementos en su estado natural, sino cómo pueden ser y acaban siendo en estas imágenes, frente a las cuales nos reconocemos criaturas traviesas e inconformes, dueñas de un enorme potencial imaginativo, que es, en última instancia, el verdadero motor de nuestro potencial cognoscitivo... Paciel está evocando nuestra raíz humana. Nos está sirviendo humanidad en la copa intemporal del arte. Da igual con qué herramientas lo haga, por qué vías nos lleguen la emoción, la conmoción, el feliz desconcierto... Esa fotografía y esa imagen digital, así tratadas, son puro fuego neolítico.
Una rara criatura podía imaginar realidades a su antojo. Podía incubarlas en su memoria, y, utilizando un sofisticado medio social, transmitirlas a sus descendientes en un frenesí, no sólo génico, sino, y en primer lugar, onírico. A este imaginativo ser ya nada le valió como era, donde estaba. Se alió con los dioses para acomodar las cosas a su conveniencia. Ideó mecanismos para medir el tiempo y el espacio, para manipularlos hasta que ambos abandonaran su limbo y se hicieran referencia... Claro, se preguntarán ustedes ¿a qué viene esto en este catálogo? Bueno, no lo sé del todo, pero el mejor sitio que encuentro para situar la reciente obra de Paciel, es ése, de empedernida imaginación, en el que las cosas se hacen por la mera necesidad de reinventar la grosera realidad hasta hacerla inquietante y entrañable: humana.
Paciel, que porta una “cajita” especialmente inquieta, no puede habitar el tiempo y el espacio si no después de imaginados y manipulados a su parecer. Ya se hubiera suicidado, créanme, si no le dejáramos traducir para nosotros los múltiples pliegues que es capaz de leer (imaginar) en la realidad.
Si le preguntamos por qué trabaja de esta manera, por qué desintegra dos mundos: el natural y el geométrico, para reintegrarlos en otro surreal, responde que no lo sabe, que lo hace sencillamente porque lo necesita. Han adivinado: Paciel está loco. Paciel es un artista. Un artista honesto (si es que esto es posible) que lejos de argüir a posteriori un andamiaje conceptual para su obra, se deja llevar por una incontenible necesidad de crear, que es, en definitiva, el mejor testimonio de su enorme humanidad.
Ya, pero de nada valdría esa incontinencia creativa sin olfato artístico, sensibilidad, cultura visual y oficio. Todo ello posibilita que su impulsiva necesidad de crear nos llegue encauzada en un pulcro lenguaje que articula sabiamente composición, fotografía, dibujo y tratamiento digital de la imagen. Entonces Paciel nos muestra dos mundos: el uno natural, recogido en la espléndida fotografía de Mikel Alonso, y el otro geométrico, sacado de su propia imaginería; ambos en tensa relación, en pos de un tercero: el “irreal”, el único que aquí interesa, el que nos hace destinatarios y partícipes de un importante legado: la capacidad y la necesidad de imaginar realidades habitables; aquellas donde lo único que no tiene cabida es precisamente lo real; entendido lo real como el grosero y simplón sustrato del que intenta apartarnos nuestro ser humano.
Sí, las imágenes de esta exposición constituyen un canto a nuestro ser humano. Ya no nos interesa ese bosque si no es (re) velado por una masa espectral resuelta en evocadores grises. Ya no nos importa ese ramaje si no en su desquicio rojo; sosteniendo esa desconcertante folie tras la que se esencia como en ardientes rayos X. Ya no nos importa esa hierba si no es tiernamente violentada por una luz rasante y corpórea que trastoca sus colores y su estructura vegetal para ofrecernos una versión casi caligráfica. Ya no nos interesa, ahora, aquí, cómo son estos elementos en su estado natural, sino cómo pueden ser y acaban siendo en estas imágenes, frente a las cuales nos reconocemos criaturas traviesas e inconformes, dueñas de un enorme potencial imaginativo, que es, en última instancia, el verdadero motor de nuestro potencial cognoscitivo... Paciel está evocando nuestra raíz humana. Nos está sirviendo humanidad en la copa intemporal del arte. Da igual con qué herramientas lo haga, por qué vías nos lleguen la emoción, la conmoción, el feliz desconcierto... Esa fotografía y esa imagen digital, así tratadas, son puro fuego neolítico.
Texto para el catálogo de la exposición
"Paciel González" en el Centro Cultural
La Vidriera. Camargo. Cantabria. 2009
Gracias, amigo
ResponderEliminarA ti siempre, amigo, artista...
ResponderEliminarMagnífica la obra de Paciel. Cuanto más la veo mejor me parece. Lástima que los derroteros del mundo (mercado) del arte recorran otros caminos. Sobre todo porque esta obra merece ser disfrutada por mucha más gente. Pero ¿qué se puede esperar cuando los caminos están marcados, las direcciones son precisas y la libertad del artista se ve atacada por todos los frentes? ¿Qué se puede esperar cuando los que manejan los hilos carecen de sensibilidad y les guía su ambición, su deseo de mandar y figurar y sólo se acercan al arte para especular?
ResponderEliminarYo disfruto con el arte verdadero. Yo disfruto con el arte de Paciel. Recordarnos ahora que su obra sigue viva, llameante, enriqueciéndose cada día, ha sido un acierto, Jorge. Gracias.
Gracias a ti, amigo. Estoy muy de acuerdo contigo. Pero los verdaderos artistas, sobre todo si pueden sostenerse económicamente por otras vías, no deben preocuparse demasiado por esas cosas. La actividad creadora no es una opción para quien siente su honda necesidad. El creador no puede dejar de serlo. No debe obligarse contranatura en ese sentido por complicadas que parezcan las cosas. Un artista es alguien que se "crea problemas" y debe intentar resolverlos. Nada más. Me dijo un amigo en una ocasión, ante mis dudas con relación a estas cosas: "Tú te has creado ese problema ¿no? Pues resuélvelo y olvida todo lo demás". Sí, lo demás ya se verá... En cualquier caso, la obra de Paciel se compra menos de lo que se debía, pero se disfruta bastante. Mucha gente sabe de ella, aunque claro, tienes razón, debía ser mucha más. En esa dirección va la publicación de mi nota. En próximas semanas publicaré algo sobre la obra de May, y sobre la tuya. Abrazos. Jorge
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