domingo, 8 de marzo de 2015

Yo, la mujer de Pancho, os digo…






 
La historia de Europa empieza en China.
                                   Montanelli


La civilización es hija de la barbarie y nieta del salvajismo.
                                                                     Ortega


Pancho, que como cada día dormitaba sentado en la arena, protegiéndose del sol con su gran sombrero, recostado a la pared, a un lado de la única puerta de su casita situada a orillas de la Sierra Madre, aquella mañana vislumbró una serpiente venenosa, que, a unos veinte metros de distancia, iniciaba una peligrosa maniobra de aproximación. Entonces dijo a su mujer que faenaba dentro: ––Lupe, tráigame el antídoto. Ella, alarmada y nerviosa, mientras buscaba el frasco, pregunto: ––¿Lo ha mordido una serpiente, Pancho? Y entonces él, con su característica flema, explicó: ––No, pero la veo venir…

        Cuento popular



Occidente, tan pancho él, hace unos días se enteró vía satélite de que Mesopotamia está siendo de nuevo contestada por los chicos malos de la prole de Nestorio; aquel díscolo patriarca de Constantinopla que fue desterrado a Libia, cuyos discípulos emigraron a Siria después de su muerte, tradujeron la Biblia al idioma local, y sentaron así las bases para que el arcángel Gabriel, tan atento siempre a los impulsos mesiánicos, trasladara, también a Mahoma, su mensaje divino.

Si la historia de Europa empezó en China, según Montanelli, cuando los hunos fueron rechazados allí, y, obligados a dirigirse al Oeste, pusieron su destructiva mirada sobre la enferma Roma; si la civilización es hija de la barbarie y nieta del salvajismo como nos dice Ortega, ¿podemos entender que estas enormes fuerzas civilizadoras operan de nuevo, ahora desde el Medio Oriente, para incoar la posthistoria de Europa, de Occidente? ¿Son las excavadoras, las marras y los taladros de los nómadas musulmanes, empeñados en destruir las bases de nuestra cultura (y en gran medida la suya propia) demoliendo lo más pétreo de su rostro, las herramientas, que, junto a las armas, las expulsiones y los asesinatos masivos, anuncian el gran cambio? Y de ser así, ¿bastará con que los satélites lo registren mansamente? ¿Estamos condenados, tanto, que vemos a la serpiente avanzar sobre nosotros y apenas añoramos el antídoto…? Sí, lo estamos. El falso antídoto del pancho europeo es la tecnología; esa, que, según él, en última instancia le permitirá abandonar el viejo barco para ver desde el Espacio cómo se hunde. Ah, la tecnología, ciega pizpireta, tan maquillada ella, y sin embargo, tan tragona, con el estómago tan dado a los minerales, los combustibles fósiles.  

Europa hace tiempo que no juega en las playas de Tiro, que no es pretendida por ningún toro, que tiene su mirada puesta en el casquete polar de Marte, y se entretiene soñando máquinas capaces de “aterrizar” allí. Quién sabe si el propio Nimrod, que dio nombre a la ciudad recientemente saqueada y demolida por esos salvajes, y que en realidad fue bisnieto de Noé, comparta la vocación escapista de su bisabuelo, y, aunque ya sin mandato ni protección divinos, esté ofreciendo a Europa un nuevo Arca para la evacuación final. Un Arca que se eleve sobre el mar de petróleo… Ah, cuánto más se habría podido entretener a la historia jugando con ella al escondite (la Tierra como casa).

A los asesinos que tienen asignada la misión de barrernos y regenerarnos, por inconscientes que sean de ello, y a quienes le dan alas acelerando la historia en los laboratorios, las bolsas, las lonjas, pensando en escapar a última hora, o, peor aún, en nada; os advierto: puede que la partida esté fatalmente marcada, pero habrá que jugarla hasta el final. La mujer de Pancho todavía trabaja, imbéciles, hijos de la gran puta.


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