Hace unos días, en vídeo y a
través de una red social, di con la puesta en escena de “In Memoriam”, magnífica
obra de Sidi Larbi interpretada por el Ballet de Montecarlo, con la actuación
protagónica de la que fuera su primera bailarina durante muchos años: Bernice
Coppieters, y la participación especial (voces en directo) de A Filetta, ese estupendo
coro corso.
Nada mejor para experimentar vivamente
el influjo de la memoria genética. No de la biológica, (Lamarck / Darwin) sino
de la psicológica, cuyas primeras referencias teóricas me llegaron a través de
Jung. He visto y escuchado este vídeo un número de veces que callaré por rubor.
Y es que remueve en mí algo que no puedo explicar del todo, que me desactiva en
tanto mero sujeto sensible, para devolverme a un estado de primitiva
inconsciencia: allí, donde al parecer me abarca lo que Jung llamó la “imagen
primaria heredada (…) algo previo a toda experiencia y [que actúa] por encima
de ella”. Nunca antes participé una obra parecida, y, sin embargo, siento que ésta
me colma en todos los sentidos, me contiene y habilita. ¿Por qué? “El hombre
lleva siempre consigo su historia toda y la historia de la humanidad”, decía
Jung; y añadía: “todo lo antiguo de nuestro inconsciente presupone porvenir”. “In
Memoriam” debe movilizar mi psicología primaria y arcaica con sus múltiples sedimentos.
Y por el flanco menos bestial de la filogenia, el que atañe a la costra
psíquica, al parecer logra conectar con lo más fantasioso y estructurante de mi
inconsciente. Cuando escucho esta música creo saber quien soy (fui / seré).
Cuando veo danzarla de esa manera, llego, incluso, a gustarme.
Pocas expresiones artísticas,
cultas o populares, resultan tan hondamente mediterráneas como las canciones tradicionales
corsas. En estas maravillosas “salmodias” parecen cantar a un tiempo todos los
pueblos que tuvieron y tienen que ver con la gran alberca del mundo; esa que
nos definió y caracterizó, donde cuajamos comerciando, guerreando, compartiendo
deidades de muy diverso tipo durante miles de años. Claro, por Córcega pasaron
etruscos, fenicios (tirios y cartagineses), griegos, romanos, vándalos,
bizantinos, pisanos, aragoneses, genoveses, longobardos, francos… Esta isla
obtuvo (y retuvo) de todos ellos (también de los más continentales) la verdadera
esencia mediterránea, dada en la imagen que integra el fuego eterno y la divina
olla dispuestos a compartir el espacio-tiempo ad infinitum, confabulados para cocer, con su justo punto de sal, el
pródigo mejunje.
En estas voces complejamente
amalgamadas, parecen resolverse de una vez las legendarias diferencias entre
tirios y troyanos. Así podrían haber sonado David y Eneas si hubieran celebrado
cantando a coro las intenciones que tuvo Dido de abolir los distingos entre ambas
facciones. De un lado, la tradición semita y persa, del otro la grecolatina,
tan contaminada en el tablero de Alejandro.
De un lado, el judaísmo y el Islam, (no me malentiendan, no aludo a la simple
mensajería divina, o a detalles litúrgicos, sino a la profunda impronta de la
lengua). Del otro, el cristianismo católico. Eclecticismo fundante, precipitado
a la postre en esos cantos polifónicos con sus timbres únicos, que a veces
incluyen sutiles disonancias: sonidos que antes de herir el oído a quien
escucha, justo en el instante previo, tuercen en pos de notas ecuménicas, que
con-suenan por obra y gracia de los muchos dioses implicados en el acorde.
Desde el pastor sumerio al zapatero cartaginés, desde comerciante nabateo al
vinicultor jerezano, pasando por el sacerdote cananeo, la pitonisa délfica, la
vestal capitolina, el guerrero nubio o el lacedemonio, todos hubieran podido
sentir algo similar a lo que siento, si hubieran escuchado a A Filetta entonar sus
letanías mediterráneas.
Pero la obra que comento, como es
obvio, no sólo nos ofrece música, también danza. Y entonces el resultado es aún
más complejo y sugerente, por más inclusivo y universal si cabe. Sidi Larbi, su
coreógrafo, es belga de origen marroquí. Un talentoso artista, cuyo marco
referencial parece no tener límites ni contener remilgos puristas. Larbi posee una
memoria genético-psicológica con muchos puertos, vivísima y obrante. Todo su
trabajo lo deja ver con claridad, pero a mi juicio, “In Memoriam” lo hace de
manera especial. Aquí se mezclan con gran acierto (dentro de los anchos márgenes
culturales que ofrece nuestro mar) Sur y Norte, Oriente y Occidente: lo
vernáculo y sacramental, lo académico, palaciego y profano. Todo ello sometido
a la exquisitez y el compromiso poético. El coreógrafo lo sabe: la verdad en el
arte, si no es poética es falaz.
Larbi en esta obra apunta al
mundo desde el Mediterráneo con una ambición que sobrecoge. Su trabajo, (postmoderno,
¿cómo no?) que desde el primer momento asume las tensiones producidas por la
combinación de la canción popular corsa con la danza contemporánea europea, clásica
y vanguardista a la vez, sostiene una dualidad felizmente inquietante en todos
los órdenes: frases coreográficas y movimientos de cada uno de los bailarines,
indumentaria de éstos, escenografía, iluminación… Parecen árboles, me dijo
Marisela (mi mujer) cuando vio por primera vez la obra. Finísima observación.
¿Pero qué árboles? Los que conforman un oquedal variopinto, y sólo se
desarrollan a partir de injertos, muy alejados de cualquier intención casta que
implique exclusión por motivos de especie.
Las bailarinas, con Bernice
Coppieters a la cabeza, danzan vestidas como para estar en casa, pero sin
embargo lo hacen con solemnidad, rozando lo sagrado, en actitud poco compatible
con el cotidiano marco doméstico. Parecen árboles, sí. Especialmente la primera
figura se me antoja una suerte de eucalipto al que se hubiera injertado la copa
de una palmera. Toda la obra en puntas con contadas y mínimas escalas en la quatrième position. Madre mía, qué
técnica, qué resistencia. Cuánto restaño emotivo, cuánta contención formal en
ese tronco para que la copa vibre adecuadamente con los vientos de A Filetta,
para que gesticule con gracia, pero siempre sometida a una verticalidad
reguladora. Interesante forma de contraponer severo control y sutil abandono. Aquí
el tronco parece de origen cortesano, como llegado de la Italia o la Francia más continentales,
incluso de Rusia, pero la copa resulta marinera, mediterránea, simplemente
porque se mueve impulsada por esos aires…
Igual de sugestivos, los
bailarines. Ellos en algunos casos sin camisa; en todos, sin embargo, con un
sayo que invierte los tipos genéricos del atuendo al uso, para conectar con
otro mucho más sacro que recuerda en alguna medida al que usan los derviches turcos
en sus danzas rituales giratorias. Roles supuestamente invertidos, (ellos
también bailan en puntas, con o sin zapatillas) pero que buscan la conexión memoriosa
con un imaginario nuestro por los cuatro costados.
Tanto si asociamos la imagen que
propone la obra a una compleja dialéctica entre troncos y copas con muy diferente
pedigrí, unidos en árboles que danzan con la música idónea; como si la
asociamos, por qué no, con otros elementos de parecida estirpe (se me ocurre,
por ejemplo, que bien pudiera sugerir mástiles de barcos con distinta
procedencia, que, finalmente arrumbados, izan velas) su lograda y eficaz escenificación
poética puede incluirnos a todos; cuando menos, a todos los que compartimos las
raíces de la cultura mediterránea. Por eso “In Memoriam” nos inquieta y acomoda
a la vez, nos explica y colma.
Un sostén clásico para la más compleja
y genuina expresión vernácula. Sidi Larbi, A Filetta, Bernice Coppieters y el
Ballet de Montecarlo, logran en esta obra la perfecta pausa universal para el
incesante agon mediterráneo. Toda la
sustancia en liza toma forma en un intermezzo
creíble y provechoso entre pasado y futuro.
Me siento íntegramente representado en este Babel danzante que parece inmune al desplome, pues no se eleva con graves lienzos de piedra, sino a través de una leve maroma que evoluciona al viento. Leve, no por banal, por marinera. El Mare Nostrum tiene infinitas ventanas para aires maromeros. Qué bien ventila cuando se abren. Cuánta esperanza rehabilitada en esta placentera brisa… “In Memoriam”. Véanlo. Escúchenlo. “Todo lo antiguo de nuestro inconsciente presupone porvenir”, recuerden… ¡Recuerden!
Para ver y escuchar el vídeo, pulse aquí
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