lunes, 3 de agosto de 2015

Caverna y elefantes en la poesía de Sonia Díaz Corrales





Vengo de leer dos poemarios de Sonia Díaz Corrales. Se llaman “La hija del reo” y “Noticias del olvido”. Como puedo, me sacudo la feliz agitación, atempero el ánimo para intentar comentar con cierta mesura lo que encontré en estos libros. Asistí a un perenne contrapunteo entre los lados volcánico y lacustre de un alma hipersensible. La puesta en escena de tal pugilato ha sido magnífica. En poesía estas cosas suceden a telón abierto, o, sencillamente, huelgan. Así que, sin disimulo ni medias tintas, la poeta cantó sus números, y yo, claro, grité: ¡Bingo! No tengo el resultado de la compleja ecuación, (nadie podría tenerlo, da error en términos matemáticos) pero manoseo sus exquisitas variables poéticas con sostenido interés... Y es que Sonia por momentos trata de arrumbar un par de imágenes irreconciliables. Ella misma se da cuenta y nos lo dice: “no se puede tener al unísono / una casa de cristal / y una manada de elefantes”. Lo sabe, queda claro, pero como todo buen poeta, lo obvia cuando debe hacerlo. El dominó no puede acabar en tablas si pretende sostener el interés de la tarde… En realidad, la operación se sobretensa y desequilibra, especialmente, porque Sonia no podría vivir jamás en un cubículo aéreo y acristalado. Sus elefantes (no tan tiernos como los desea, pero sí muy animosos) pastan alrededor de una caverna. Allí vive la poeta. La casa de cristal que añora, es para ella inviable. No puede existir. No existe.

Así que tenemos dos fuerzas contrarias en tensión continua. Por un lado, una acción resuelta, imprevisible, que opera a plena luz. Por el otro, la necesaria reacción, con dominante umbría, marcada por el miedo y la inseguridad. Cuando tuve la visión conjunta de ambos libros, me percaté de que había asistido a una “disputa” entre dos potencias líricas, perfectamente arbitrada por su dueña. Es como si se encontraran en tierra de nadie, (quiero decir, en la caverna de Sonia) a medio camino entre una corte barroca, papista, y un cuartito luterano, Sor Juana Inés de la Cruz y Emily Dickinson.

La mexicana domina el primer acto. Parece entender (y sostener) a los paquidermos de Sonia; parece vibrar en su frecuencia. “La hija del reo” es un libro gesticulante, de ademanes amplios, de un barroquismo actualizado, pero expuesto sin ambages. En puridad, no es conceptista ni culterano, está bien equilibrado entre ambas fuentes para responder con eficacia a las exigencias de su tiempo. No es un libro falto de oscuridad, ni tampoco ajeno al vacío que siempre amenaza, pero está sobrevolado por un sentimiento religioso que tiende a la luz redentora, y echa una mano a la poeta cuando encara sus peores abismos. Ella se regala “una siesta con los muertos”, sí, pero a la vez retiene una “redonda ciruela que es la vida”. “Lanza contra la claridad lejana sus zapatos”, vale, pero cuenta con un ángel que la salva, pues le asigna duendes para que le repitan cuando sea necesario: eres “afortunada / por tener unos ojos / en los que ha querido lanzarse un ángel”.

La norteamericana manda en el segundo acto. “Noticias del olvido” (por cierto, muy bien prologado por Joaquín Badajoz e ilustrado por Margarita García Alonso: vaya tándem) es un libro menos gestual, mucho más contenido, con un estilo más casto, más redondo formalmente, menos ecléctico. Aquí se ajusta lo barroco que le viene dado al castellano por vía genética, a los imperativos de un escenario global que al parecer demanda formas (¿fórmulas?) más simples, (¿menos exigentes?) aun para trabajar con una sustancia poética ambiciosa. El poemario resulta ciertamente pesimista. No se puede lidiar al olvido sin probar sus cuernos. Las cartas quedan sobre la mesa, boca arriba, y se llega a escribir, incluso, una “Apología a la Nada”. Nos dice Sonia que las bestias y los elementos van hacia ella, “y aún así / no se detienen”. “La noche se desnuda / sola / sin pensar / entre las piedras negras”, y los abrazos son, casi, una efímera droga: hacen “del cuerpo abrazado [un] amuleto / contra la siguiente soledad”.      

Ambas influencias son constantes por más que, según el libro de que se trate, se eleve la una sobre la otra. La poesía de Sonia, al menos la que arma estos dos poemarios, le debe a Sor Juana y a la Dickinson, entiéndase a lo que ellas representan en poesía, igual cantidad de gracia y hondura. En ese supuesto encuentro entre las dos grandes señoras en la caverna de Sonia, si Emily dijera: “saber oscuramente que voy a tener alas / afea mi vestido”, Sor Juana contestaría, seguro: “Albricias, Mundo; albricias, / Naturaleza Humana”. Pero hay una tercera vía de complicidad igualmente importante: Sor Juana y Dickinson tuvieron similar consciencia de lo femenino en la vida y la poesía. Ambas maestras se autorecluyeron para evitar una existencia convencional, como estaba predestinado a las mujeres de sus respectivas épocas. Emily, aunque vivió en una sociedad machista y mojigata, escribió unos poemas a su cuñada, que para muchos estudiosos de hoy prueban de manera especial lo dicho: en su poesía, el sujeto lírico es marcadamente femíneo. Sor Juana era tan vertical en este sentido, que en su entorno resultaba bocona. No sólo escribió versos cuestionando sin reparos el licencioso marco moral en que se desenvolvían los hombres, frente al otro, tan estrecho, en que lo hacían las mujeres, (“¿O cuál es de más culpar, / aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga / o el que paga por pecar?”) sino que irónicamente llegó a firmar en el libro de su convento como: “Yo, la peor del mundo”. A tal flujo de honda y vera femineidad se incorpora Sonia. Nuestra poeta evita ofrecer constantes y literales muestras de adhesión a la militancia feminista en boga, (los autores cargados de argumentos huyen de las tonterías discursivas) pero su obra está finamente penetrada por un impulso femenino carente de dobleces, innegociable. Por ejemplo, sabedora de que “la libertad le cuesta a una mujer / innumerables pérdidas”, atribuye la separación de un amigo a que ella debió “parecerle muy sísmica”. Sonia también sabe que “ningún puente cuelga si no lo sostiene una mujer”, y con la elegante ironía de que es capaz, no exenta de cierta amargura, escribe en un poema: “El rey existe en tanto le sirvo”.

Ahora bien: aunque comparta con ustedes las sugerencias que me trajo la lectura de los libros de Sonia para que mejor me entiendan, y con similar intención fabule un encuentro entre ella y dos de sus posibles mentoras, es obvio que esta poeta nos llega del todo hecha, con una voz personal y reconocible, que no debe a nadie más de lo justo y necesario. Ni es barroca como Sor Juana, claro está, (tampoco plenamente neobarroca) ni pertenece a ningún movimiento asimilable al Romanticismo Oscuro que, teniendo en cuenta su vertiente autodestructiva, le achaca una parte de la crítica a la Dickinson. Sonia sabe que “los espejos sólo trastocan a los mansos”. Por eso, a estas alturas de la película, ella puede asomarse a cualquiera sin riesgo alguno. Siempre recibirá de vuelta la imagen de una poeta madura, que aun siéndolo, (se nota en su obra, pero además me consta, porque la trato personalmente) mantiene intactas sus ansias de crecimiento.

Sonia persigue la perfección con el mismo ímpetu y la misma humildad que la empujaban cuando comenzó a escribir. Y aunque según Sor Juana: “es locura / al círculo buscar la cuadratura”; y aunque Emily nos sepa incapaces de “mover el remache terrible”; a pesar, incluso, de que yo mismo la invite a reconocer (ojalá me perdone) que para los buenos poetas no hay casa de cristal que valga, Sonia cuenta con una notable ventaja para manipular su sino poético. Recuerden: a orillas de su caverna pasta (qué afortunada mi amiga) su propia manada de elefantes; esto es, un vivo montón de trompas que soplan sueños.



9 comentarios:

  1. Pues Sonia es una poeta que marca astros, con su estilo muy particular, juega y juega con el verso como si fuese una ola que viene, se va, vuelve la palabra y parece diferente y eso es tremendo, Esta Chacha sabe amar, sabe olvidar y lo dice muy ,muy bien. Feliz por tu escrito con sus elefantes y sus "enormes trompas"-Sonia, a ver si me prestas uno que "sople" un poco. Te quiero, les quiero a los dos.

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    1. Marga, tengo mis elefantes favoritos, esos no los presto nunca, pero tengo más, hermosos y mansos, que me gusta compartir con la gente que quiero, como tú. Vaya mi cariño.

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  2. Vivía yo en esa casa de cristal y con mis manadas de elefantes desde el día que la leí en una edición de Casa de las Américas. Fue y es un poema que adopté como hijo propio, ha estado conmigo en mudanzas de casas, cuerpo y alma. Encontré a Sonia sin saber que era la dueña y fui con esta mujer a la coloquial instancia de los días, a una amistad donde aprendo y crezco en todas direcciones -gracias Sonia- He leído su obra, he copulado con su Hombre de vitral -te recomiendo, Tamargo que lo leas, es totalmente cinematográfico, filosófico- he sufrido su autismo de mujer y poeta. Amo cada línea suya, personalísima, y sé de otros poetas, poemas, pero Sonia tiene una transparencia como las hojas filosas del mejor metal en las espadas samurai. Se encuentra una allí como mujer, sin esos maquillajes de una sociedad que -pese a siglo y tecnologías- aún discute el derecho mujeril de escribir, decir, conocer. Sonia no le debe nada a nadie, ni a sí misma. Nosotros, las editoriales, mucho a ella. Gracias Tamargo, por leer, encontrar manadas, cristales en ese ruido sordo que nos acompaña en los sueños, la vida real, letal de estos tiempos. Gracias por este parto tuyo “soniano”, que conociendo tu valía, hace fiesta en mi corazón. Un beso

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    1. Querida Liss, Gracias por el cariño. A i no te ofrezco elefantes, tu los tomas cuando te parece y te los llevas a pasear, sin pedir permiso.

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  3. Gracias a ambas, amigas, por leer y comentar. Un beso. Jorge

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    1. Querido Jorge, qué se puede decir cuando la leen a uno a la par de Juana y Emily, qué cuando quien te lee, también te hace una radiografía fiel de las vísceras, del cerebro lleno de musarañas. Yo digo GRACIAS, pero tu escucha más, escucha todo lo que va diciendo esa palabra. Mi gratitud.

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    2. Te escucho, amiga, te escucho. Gracias a ti. Mi abrazo más cómplice

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  4. Excelente comentario Jorge, voy a buscar algo de ella y veremos...

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