Foto de José Aguilar
Suponed que yo también me
propusiese complacer a la posteridad: ¿quién se encargaría de hacer divertir a
mis contemporáneos?
Goethe. Fausto
(El Gracioso. Prólogo en
el teatro)
La semana
pasada, mi amigo Jaime Lafuente nos dejó (a Marisela y a mí) en la taquilla de
San Benito, Valladolid, dos invitaciones para ver y escuchar a Carmen París.
Antes había tropezado con Carmen en la tele, la radio, las redes sociales; y
algo me decía que esta mujer debía tener un directo
apabullante. Es más, algo me decía que Carmen debía ser una de esas artistas
que se agigantan en las distancias cortas; porque en el arte, cuando la verdad (ese
perfecto compendio de buenas mentiras) es sinfónica, la cercanía resulta muy beneficiosa.
La verdad artística, que siempre es verdad poética, no sólo se ve o se escucha,
también se huele, se palpa, se degusta; entra como un torpedo poliédrico en los
talleres del alma, establece en ella su desgobierno totalitario; y para todo
esto, insisto, mientras más cerca, mejor. La gracia y el prodigio, cuando no
son producto del marketing, cuando
brotan naturales de su fuente, no temen al close-up
de los más exigentes espíritus. Al revés. La gracia y el prodigio verdaderos
agradecen el zoom cuanto lo evitan
sus rimbombantes sucedáneos. Carmen en
vivo debe ser un fenómeno, pensaba…
Carmen en vivo
es un fenómeno. Gracias, Jaime. Apareció en el escenario con un atuendo que
sólo pueden defender las grandes divas (sí, es una diva, aunque ejerza completamente
liberada de los trajines del divismo). Un atuendo asimétrico y libertino, hecho
de ripios (ripios de connotaciones culturales, históricas, quiero decir) que
avisó al público: Cerrad los ventanucos a
la grosera realidad, que la realidad, aquí y ahora, pasa por mí, y no admite
escotillas vulgares. Soñad, que llegó la hora... Delgada, alta, y además de
alta, posada en unas plataformas de vértigo que harían torpe a cualquier animal
que no fuese de una estirpe tan aérea. Delgada y alta, moviéndose con una
gracia que no puedo describir, y con una sonrisa impagable, pegajosa. (María Salgado,
que estaba con nosotros, me dijo al salir: no
pude dejar de sonreír durante todo el concierto). Atuendo, movimientos,
sonrisa… y al fin, voz: Entonces plenitud. Entonces, esa máquina graciosísima, hecha sinfonía ya, ya torpedo poliédrico,
como dije antes, comenzó a perforar en todas direcciones los sentidos de sus
víctimas. Qué cantante. Qué bailadora. Qué cuentera. Qué artista. Qué
descarada. Carmen es la vedette (sí,
es una vedette, aunque hecha de pura
calle, de pura vida) más descarada de España. Descarada en el mejor sentido
posible, claro, el que permite atreverse con todo. Con todo lo que se controla,
claro, porque Carmen, que parece improvisar cada entrega, no improvisa en lo
absoluto. Todo medido, medidísimo. Hace lo que sólo los grandes pueden:
improvisar siempre, jamás improvisando. Y es que Carmen en el escenario recuerda
aquella idea de Proust que reza (no es literal): toda obra en que se vean las teorías es como un regalo al que se deja
el precio. El regalo de Carmen es carísimo, pero su precio es invisible.
Descarada,
macarra; y a la vez pulcra, fina; pero siempre divertida. ¿Cómo, si no, en un
mundo donde la música popular se vulgariza cada vez más, iba esta mujer a
levantar una obra tan redonda a partir de la jota? ¿Jotera? Río. Carmen es una
artista total que, simplemente, y como aquel Gracioso del Fausto, ha decidido
hacer felices a sus contemporáneos. Y ha decidido hacerlo sin concesiones a lo
chabacano. Y ha decido hacerlo, también, atenida a la globalización cultural
que padecemos, pero contestándola desde una vocación tan inclusiva como
claramente mediterránea. Carmen es española hasta la médula, con todo lo que ello
significa. Lo es cuando canta o baila, estén presentes o no, el vibrato jotero,
el quejío flamenco, el tumbao sonero, el swing jazzístico, el canyengue
tanguero… Carmen no le hace ascos a nada, pero todo lo lleva a su terreno. Y su
terreno está marcado por la diagonal del Ebro: de la cordillera cantábrica
hasta el Mediterráneo; y por la vertical plenipotenciaria de Los Pirineos: hace
tiempo trascendida por los caminos de Occidente, pero como siempre tersa entre
los veneros de su tierra y los vendavales de su cielo.
¿Folklórica? Río
de nuevo. Carmen sólo es folklórica, en la medida en que lo puedan ser todos
los artistas que divierten a la gente sin desarraigarla de su cultura, sin
darle una bofetada teórica o pedante. Folklore,
dijo André Varagnac, es el conjunto de
creencias colectivas sin doctrina y de prácticas colectivas sin teoría.
Desde ese punto de vista, Carmen podría ser folklórica con matices, pero sólo
desde ése. Es tan buena, que puede usarlo todo sin dejar de ser Carmen.
Siempre Carmen: Pura fusión (entiéndase muy impura), pero subordinada al núcleo.
En esto, en lo de fusionarlo todo bajo el estricto control de sus raíces, me
recuerda, por ejemplo, a Lila Downs, otra artistaza, a quien por cierto vi hace
unos años en el mismo escenario. Sí, Carmen puede recordar a otras grandes,
porque es una de ellas. Una. Ella.
El concierto fue
magnífico. De los mejores que he disfrutado en los últimos años, en lo que a
música popular se refiere. Dos horas con Carmen se hacen tan cortas, como
largos e insoportables se harían dos minutos con cualquiera de esos superventas
fabricados en las discográficas o en los concursos televisivos. Voy a ponerles
debajo un enlace para que se acerquen a ella, si es que no lo han hecho ya. Pero
les doy una mala noticia: es imposible dar con esta mujer, como afortunadamente
di yo, si no es en directo. Les recomiendo que no la dejen pasar cuando la
tengan cerca. A la verdad sólo se accede, cuando se trata de estos bichos
raros, si dejándose embolicar por su zumbido, si dejándose infectar finalmente por la
picadura que su zumbido anticipa.
Embolicar, Carmen. Lo busqué en el
diccionario. ¡Bingo! Todavía río…
Interesante tu introducción a esta cantante que seguido buscaré para escuchar. Gracias
ResponderEliminarMe alegra, Salva. Gracias por leer y comentar. Saludos
ResponderEliminarUna Carmen que ya me la puedo imaginar, sin verla, ni oírla, porque tú la presentas como si hubiéramos estado allí, en el teatro.
ResponderEliminarBuen texto,como siempre, querido amigo.
Gracias, amiga, gracias. Eres muy amable. Pero en este caso, créeme, valdría la pena verla en directo. Abrazos.
EliminarSin duda el directo de Carmen, de lo mejor que hay. Hace sentir todo eso, que bien relatas, y más. Es arte y cultura pura. Carmen, gracias!!!! 😘 😘 😘
ResponderEliminarGracias a ti, Cristina. Bienvenida. Saludos
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