I
Con la intención de ayudar a machihembrar los hemisferios
de su aparato crítico, hace unos días hablaba con un joven que me importa mucho,
sobre la última destemplanza (fijaos que digo destemplanza, no fiebre) de
Occidente. Me refiero a la deriva sexista: la vorágine hembrista contra el
machismo. No sé bien por qué expongo (ahora / aquí) mi estupor y mi desasosiego
ante la estupidez y el oportunismo con que muchos se han sumado a esta
¿tendencia? Debe ser la ilusión de libertad, que también nos calienta a
quienes, sin ser demasiado inteligentes, hemos llegado de azar en azar hasta
los cincuenta y pico. Debe ser eso, porque sé que es muy posible que haya un
ejército de astutos destemplados esperando, con ganas de lío, a quienes pretendamos
enfriar la situación con un poco de candidez y otro de quijotería. Sin embargo,
como haría cualquier memo, apuesto por mí en este lance. Tal vez porque, como también
suele ocurrir a los memos, me importan los más jóvenes, creo en ellos. No en todos,
lo reconozco, pero sí en los que padecen la memez suficiente, como para atreverse
a apostar por un caballo perdedor, sin antes tener que haber dilapidado media
vida haciéndolo por los que corren y ganan dopados. (Perdón porque haya escrito
jóvenes y no jóvenas, caballo y no caballa o llegua. Son cosas de viejo). Mira
que mi abuelita me advertía siempre: hijo,
porfía, pero no apuestes; lo que en este caso se me antoja trasladar a:
habla en privado si quieres, pero calla en público; no lleves las cosas al
límite. Mira que lo han dicho muchos sabios… Por ejemplo, el pobre Boecio: No vayáis a buscar violetas al prado teñido
de púrpura, cuando en la estremecida llanura sopla el furioso aquilón. Mira
que…
En fin, hace mucho que digo a quienes quiero, que
desconfíen de los periodistas, que por simple higiene mental no crean la mitad
de lo que dicen, que por la misma razón pongan en duda la mitad otra, sobre todo
si hay juicios de valor entre medias. Avempace decía que en la ciudad perfecta no pueden existir ni médicos ni jueces, [que]
es la falta de amor y paz lo que produce
litigios y enfermedades. Éste era más cándido que yo, que dudo y matizo: ¿Sin
médicos…? ¡Sin periodistas de opinión, por Dios! Pero la ciudad perfecta de
Avempace no era una megalópolis democrática, claro. En una democracia, sobre
todo en una que atraviese su fase última, (decadente, cómo no: veloz y
consumidora) los médicos, los jueces y los abogados son imprescindibles, como
también lo son los cartománticos y los periodistas opinantes. ¿Quién inflamaría,
si no estos últimos, la maleable sesera del consumista-elector? Los periodistas
pueden votar, y a cambio deben consumir como todo hijo de vecino; y como todo
hijo de vecino, para poder consumir deben vender. ¿Y qué venden? Noticias.
(Noticia: Información sobre algo que se considera interesante divulgar.
R.A.E.) Algo interesante, vendible… Como ellos mismos repiten siguiendo la
máxima de uno de sus adalides: noticia no es que el perro haya mordido al niño,
sino que el niño haya mordido al perro. ¿Y qué vender cuando a los niños les da
por acariciar a los perros…? No queráis caer en manos de un periodista que se
esté haciendo semejante pregunta, porque entonces seréis vosotros mismos los
niños mansos, y estaréis preparados para ser mordidos por ellos: los
periodistas; y estaréis dispuestos a sacaros los dientes en previsión de que un
día se os pudiese ocurrir morder al perro que os estuviera despedazando, o al periodista que os estuviera magreando.
II
Cómo no estar en
contra de la violencia. Todo el aparato jurídico-administrativo de la polis, ese
que arropa y ahorma al hombre cuando vive en estado civil, está, o debe estar dirigido a
garantizar que los individuos resulten previsibles los unos con relación a los
otros, que como actores que son de un entorno civilizado, respondan a los patrones
éticos y morales previamente convenidos por la sociedad a la que pertenecen.
Para vivir en plenitud, formando parte de comunidades complejas, debemos poder
confiar, sobre todo, en que no nos van a matar en nuestra propia casa, o a la
vuelta de la esquina, en que no nos alcanzará el supuesto fuego amigo. En las democracias europeas, parece que debemos poder confiar,
incluso, en que no nos matarán, aun cuando hayamos matado consciente y
organizadamente a muchos otros. Así están las cosas. Nos guste o no. Y entonces,
¿cómo no estar en contra, también, de la violencia extrema (con riesgo para la
vida misma) que se pueda dar entre individuos de diferente género? Pregunto más:
¿cómo no estar especialmente en contra de la violencia ejercida por un
individuo fuerte sobre otro que lo sea menos, sin importar el género al que
ambos pertenezcan? Sólo quienes se enajenan pasiva o activamente del convenio
que deben asumir los individuos para vivir en sociedad, pueden aprobar la
violencia o ejercerla, sea del tipo que sea, tenga la intensidad que tenga. Porque,
¿alguien que no sea un verdadero antisocial, podrá sentirse cómodo ante la violencia ejercida
entre sus conciudadanos? Claro que no. Pero esto es una cosa, y otra bien
distinta es aprobar que se exacerben con fines espurios los actos violentos. Da igual que hablemos de violencia
de género, de violencia dentro un grupo social determinado, de violencia
filial, o de violencia entre maestros y alumnos… Y es aquí donde aparecen los
periodistas amarillos, los de mayor olfato comercial, que serán seguidos primero, y aguijados
después por los políticos, quienes harán lo que haga falta para atraer la
atención de los que tienen un espíritu más gregario y menos crítico entre los
potenciales votantes. Y entonces la bola irá creciendo: periodistas, políticos,
agentes sociales, artistas, intelectuales, público… Todos irán creando lo que
llaman un estado de opinión. ¿Y hay algo más fructífero en el Estado de las
Opiniones: la democracia, que un estado de opinión bien tejido? ¿Quién se atreve
a toserle a una tendencia firmemente implantada en los medios de difusión, los
mítines políticos, las redes sociales, los programas de estudio, los
eventos culturales, las instituciones de cualquier tipo…? Sólo nosotros: los
memos.
Todos los actos violentos
en tiempos de paz son repudiables. También lo son aquellos que ocurren entre
individuos de distinto género. Y está bien que la prensa los airee, por
supuesto. Pero no que exagere y magnifique su puesta en escena, buscando generar una espiral patética que absorba
los ánimos más sensibles y menos críticos, con fines comerciales o políticos.
Porque la dicha espiral, una vez erguida, no cesará de crecer hasta que otra de
igual o mayor fuerza la sustituya. Y para cuando eso ocurra, puede que los
daños sean irreparables sin que un cambio social verdaderamente radical y violento
cree nuevas vías de reparación. En una sociedad decadente como la nuestra, que
apenas tiene medios para defenderse de sí misma, es peligrosísimo que se
activen mecanismos tan potentes de confusión… Hoy en día, la lucha contra la
violencia de género, aunque completamente justificada, está encontrando el
sustrato social idóneo para mezclarse y confundirse con la deseada igualdad
entre hombres y mujeres, el cambio de paradigmas sexuales, el cuestionamiento
de la familia o de cualquier otra estrategia reproductiva de la especie… Si
seguimos como vamos, llegará el momento en que un simple flirteo que parta del varón,
podrá ser interpretado, juzgado y condenado como un acto violento contra la
mujer. Así están las cosas: En Occidente se produce un trasvase de poder que
deberá poner a la mujer en una posición social mucho más justa que la que ha
ocupado en los últimos diez mil años de historia. Eso está muy bien, siempre
que su horizonte no resulte la comba que apenas puedan saltar las máquinas. Y el
asunto no tiene por qué acabar así. Claro que no.
El sexo ha sido
(y es) un instrumento de poder incontestable. Hace poco puse en boca de uno de
mis personajes de ficción las siguientes palabras:
…―Por ejemplo, en Roma: Has
oído que eran promiscuos, ¿no?, que practicaban la homosexualidad entre los
hombres con total desenfado, ¿no? ―He visto películas donde sale esto, sí.
―Pues nada de eso, amigo. La identidad sexual romana estaba ceñida a un esquema
binario de poder social muy claro: De un lado, los penetradores, que eran los
hombres libres; del otro, los penetrados, que eran los demás: mujeres,
muchachos y esclavos. Si un hombre nacido libre era sorprendido dejándose
penetrar por un esclavo, por ejemplo, podía ser sancionado con pena de cárcel o
de trabajo forzado, incluso condenado a muerte. Te cuento esto como un ejemplo,
para que entiendas que en el sexo casi todo es juego de poder. La función
receptiva está asociada con el sometido, y la invasiva con el que somete. ¿Y
cómo las mujeres que tienen un lado masculino muy fuerte, compensan esto? Pues
juegan a subvertirlo psicológicamente. ¿Cómo el ser penetrado: el receptivo,
llega a someter al penetrador: el invasivo? Ahí está el asunto. Las mujeres lo
han resuelto de muchas maneras distintas a lo largo de la historia…
La mujer
occidental, ayudada por toda la sociedad en que vive, debería ser capaz de
cambiar el signo de los tiempos, sin necesidad de pasar de dominada a dominante,
sin necesidad de poner en riesgo las estrategias reproductivas de la especie. Lo
contrario implicaría acelerar un proceso de destrucción que tiene dos mechas:
la que viene de culturas y/o civilizaciones menos fatigadas y nada decadentes, marcadamente
patriarcales y capaces de actos violentos extremos; y la que viene de la
inteligencia artificial, que parece condenarnos a un futuro maquinal donde los
conflictos de género no tendrían cabida.
No será fácil un
cambio que no implique graves cesiones a la barbarie o la máquina, porque una
operación de semejante magnitud en la psicología individual, genérica y social,
demandaría un tiempo y un celo que tal vez parezcan excesivos para este tiempo hiperacelerado, pero debíamos ser ambiciosos. Aunque lo tienen más
fácil en el Oriente no adánico, (hace dos milenios y medio que Lao-Tsé dijo: La hembra vence siempre al macho por la
receptividad) en Occidente el equilibrio de poder entre los géneros no tendría
por qué implicar necesariamente un suicidio. Y sin embargo… El lío de géneros
que tenemos montado, con la “inestimable” ayuda de periodistas, políticos y demás
fuerzas “parlantes” de la sociedad, aparece como un síntoma más de insalvable
decadencia. ¿Es así? ¿No vale la pena oponerse a los idiotas (mujeres y
hombres) que por doquier repiten eslóganes sexistas facilones para no parecer
trasnochados o anacrónicos?
III
Somos tan antiviolentos, que nos
exponemos a los bárbaros sin cautelas; tan estúpidos, que todo lo que nos
negamos como sociedad en cuanto a la quiebra del contrato que hemos suscrito, y
que actualizamos continua, casi enfermizamente, lo concedemos a los ajenos sin
inmutarnos. ¿Por qué digo sin inmutarnos? No. Digo mejor: felicitándonos por
ello. Así de buenos somos, así de empáticos, de modernos. Muchas veces son los
más “vanguardistas” entre nosotros, esos que abogan a grito limpio, por ejemplo,
por la total igualdad entre los géneros desde ya, cueste lo que cueste, caiga
quien caiga, quienes justifican que en nuestra propia sociedad medren
individuos y grupos sociales de otras culturas, ejerciendo ante (y contra)
nosotros, prácticas de extrema desigualdad entre hombres y mujeres, de sórdida
violencia de género. Que vengan, sí, que vengan, aunque cada viernes den una
paliza a sus mujeres, aunque las obliguen a caminar rezagadas por nuestras
aceras, a dos metros de distancia de sus amos, aunque las obliguen a cubrirse
parcial o totalmente el rostro… A la rueda-rueda de pan y canela. / Dame un
besito y vete a la escuela. / Si no quieres ir, acuéstate a dormir… Ah, la
decadencia, qué facha tan guay tiene… Y los políticos, periodistas, artistas, intelectuales…
todos y todas (se dice así, ¿no?) miembros y miembras, portavoces y portavozas
de esta sociedad tan belígera consigo misma, tan permisiva sin embargo con sus
verdugos, qué bien nos soliviantan, ¿no?; cómo despiertan nuestras
consciencias… Votemos, compremos, chillemos, hablemos como nos venga en ganas.
¡Viva la democracia! Y envejezcamos como Dios manda, con buenas pensiones que
soporten los hijos de… ¿Hijos? ¿Cómo producen los robots sus descendientes? ¿Emanan
o crean?
Le pregunté al joven con quien
hablaba sobre estas cosas, la edad que tenía (veinte). Le pregunté si alguna
vez había visto en su entorno familiar, social, escolar o laboral, un acto de
flagrante violencia de género (no). Le pregunté si algún familiar, amigo o
conocido suyo lo había visto (no, que él supiera). Le pregunté entonces por qué
estaba tan nervioso con ese tema (Ah, los periodistas… Si lo dicen por la tele…).
No quise frivolizar sobre una cosa tan seria, pero tuve que decirle: Igual
España, a pesar de todo, no es un país tan violento. ¿No crees? (Silencio).
Luego le pregunté si sentía que debía tener más cuidado en estos momentos cuando trataba de ligar con una chica, después del follón noticioso que se ha
montado en el mundo entero al calor de las denuncias de violencia sexista que
surgieron en Hollywood (sí). Por último le pregunté si tendría hijos (¿…?).
Entonces le conté lo que le pasó al general espartano Dercílidas: Aun en
Laconia, donde se respetaba a los militares hasta la veneración, donde los
mayores de edad eran ídolos para los jóvenes, Dercílidas, que era célibe y no tenía hijos, fue
tratado irrespetuosamente por un adolescente. En una ocasión, entrando el
general a un recinto con los asientos ocupados, el dicho adolescente no le
cedió el suyo. Dercílidas debió demandar una explicación. Porque tú no dejas un hijo que me lo ceda a mí, dijo el muchacho. Las
cosas que se ven en las sociedades de signo ascendente, eh.
¡Que vivan las mujeres!, digo yo.
Que alcancen las mismas oportunidades que los hombres en todos los sentidos posibles. (Subrayo posibles. No hace falta que corran los cien metros en nueve segundos, de veras que no).
Que retengan su gran privilegio: la capacidad de gestar vida otra. Que cese la
violencia en tiempo de paz. Que cese la manipulación de la masa votante y
consumidora. Que periodistas, políticos, artistas e intelectuales, se avengan a
un guion más honrado. Que la ignorancia no sea tan insolente. Si puede ser,
que se lea un poco más. Que se machihembren los
hemisferios en el aparato crítico de los jóvenes. Que cese la idiotez,
por Dios... ¿Veis cuántas cosas pedimos los memos? Ah, y que ellas no pierdan de
vista, ni a Dioniso ni a Eros. Sólo Dioniso las eximió y eximirá del supuesto
designio machista de su sexo. (Las vías pánica y apolínea ofrecen más dudas). Sólo
ante Eros merece la pena rendir el pudor:
Cuando Zeus modeló al hombre, lo dotó en el acto con todas
las inclinaciones, pero olvidó inocularle el pudor.
No
sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su
llegada. El pudor se revolvió contra la orden del dios, pero finalmente, ante
sus ruegos apremiantes, dijo:
Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre
donde yo esté; si entra él, saldré enseguida.
Magnífico, amigo Jorge. Gracias por tu iluminación sobre el debatido tema. Bendiciones
ResponderEliminarGracias a ti, amiga, por leer y comentar. Te abrazo
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