El goce
embrutece, dijo Fausto a
Mefistófeles, rematando un arranque apolíneo contra el hedonismo de los
gobernantes. Embrutecerá, no digo que no, pero…
Ayer
gocé sin miedo a embrutecer, sin pensar en ello un instante. Lo hice como
la vez que comí tierra con una vieja cuchara de alpaca (dizque tenía dos añitos,
pobre) convencido de que era chocolate; porque al margen de lo que dijera mi
madre (qué bronca me cayó, Dios), aquella tierra sabía mejor, os lo aseguro,
que cualquiera de sus posibles frutos o sucedáneos… Ayer gocé sin paliativos
inteligentes, a lo alto, ancho y largo del descuido, durante el concierto que
ofreció Vallarna en la sede pucelana del Teatro Corsario.
En
una salita apretada y llena hasta las trancas, a una hora inmisericorde, por
cierto, (la decimotercera del domingo) Vallarna reunió a más de ciento veinte
gozadores alrededor de su música. ¿Folclórica? Música popular castellana, que
justamente por serlo con veracidad y hondura, no teme introducir su cuchara de
plata en el tiempo áureo: el presente, y en el espacio óptimo: todas las
tierras afines. ¿Y esto cómo se come? Pues como si fuera chocolate, claro, con
la fe del gozador por bandera.
Vallarna
sabe que ancha es Castilla, pero asimismo sabe que sus fronteras musicales ni
comienzan ni acaban en ella, y para abonarlas con tierra fértil, la van a
buscar (también) allende. Tiran sobre todo al norte, es cierto, pero no sólo;
con más o menos apetito, trastean en los cuatro puntos cardinales. Así que a la
música popular castellana, que ya reúne y resuelve sonidos provenientes de
desiertos y landas, valles y páramos, cuevas y picos, eventos civiles, bárbaros
y salvajes; Vallarna la sonsaca con versiones que mezclan su meollo con aires
en apariencia foráneos: rondas, jotas, coplas y charradas, con muñeiras,
polcas, boleros, habaneras y pregones. Sí, por raro que parezca, incluso el
bolero, la habanera y el pregón se cuelan aquí por rendijas pícaras o sensuales.
Escuchen con atención, por ejemplo, El carretero, de su disco Pimentón puro,
que fue el presentado en el concierto de ayer, y contradíganme después… si
pueden. Insisto, los chicos de Vallarna meten muchos y varios ingredientes en
su receta para la llamada música tradicional; y aunque casi siempre predomina
el toque celta (bretón, irlandés, escocés, gallego, astur), lo administran muy
atentos al presente y apuntando al futuro. Por eso la música celta, pasando por
Castilla, cómo no, mezclándose con rondas y jotas, cómo no, también con este grupo completa su viaje: bluegrass,
country, rocanrol, rock… Sí, todo eso. Escuchen, por ejemplo, Charrada de
Alaraz, del referido disco, y contradíganme después… si pueden.
Lo
cierto es que cualquiera que sea la
diversidad de hierbas de que se componga, el conjunto se comprende siempre bajo
el nombre de ensalada. (Montaigne). Y la ensalada de Vallarna, amén la amalgama de acentos, y sin ninguna
duda, resulta castellana. ¿Tiene sentido este afán por la actualización de lo propio, en un entorno globalizado que coquetea con un futuro maquinal? Tal vez no lo tuviese si resultase
aburrido. Pero los gozadores convocados ayer, que teníamos entre uno y ochenta
años, podemos asegurar lo contrario. Salimos de la sala felizmente embrutecidos.
Y mientras haya brutos contentos como nosotros, hay esperanzas.
Gracias,
Carlos, Jesús, Javier, Arturo. Os deseo un éxito rotundo dondequiera que repartáis
semejante goce. Éxito musical. ¿Y económico? También, por supuesto. Aunque debéis
tener en cuenta que sólo el mercader
acaricia sus telas y recibe lo esperado. (Lezama). Que vuestra música siga
embruteciendo a quienes gozamos apegados a nuestro ser-humano. Porque
embrutecer a las máquinas (ay, no me
pidas, cariño mío, lo que no te puedo dar) es imposible, por muy bien
pagado que resulte el intento. Las máquinas nunca comerían tierra por
chocolate. Porque no les sabría a nada en cualquier caso, y porque antes de lanzarse
filtrarían y pesarían el grano con un talante fáustico. Seguid alegrando el
oído a Mefistófeles. Que por lo menos haya música veraz y divertida en los
caminos que no puede arrasar, para los gozadores que embrutecen sin complejos, la pisada universal de la miseria.
Qué envidia me da, especialmente en estos días míos de encierro. El recuerdo de momentos como ése se me hacen ahora doblemente preciados.
ResponderEliminarFeliz semana
Bisous
Gracias, Montse, por lectura y comentario. Imagino las causas de tu encierro. Te escribí al respecto por el interno de FB. Ten la mejor semana posible. Comiénzala con un gran abrazo cómplice.
ResponderEliminarSegún mi amigo Carlos Sanz Minguez, director del Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg, los vacceos, habitantes preromanos del valle del Duero, formaban parte de la cultura Celta. Así que supongo que tan celta es una jota de Valladolid como una gaita zamorana o gallega. No conozco al grupo, aunque sí a alguno de sus componentes. Tendré que escucharlo. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarBueno, amigo, seguramente tu amigo Carlos tenga razón. Sin embargo, una jota de Valladolid puede que sea algo más que celta. Valladolid, un poco latineja sí que es. Río... Gracias por lectura y comentario. Abrazos
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