Para Leo y Bea
…no puede decirse que las cosas son hermosas o
feas, ni que están ordenadas o confundidas, a no ser en relación con nuestra
imaginación.
Spinoza
…la imaginación comienza por mirar a los sentidos para
ver y representarse las formas; pero pronto los deja para examinar todo lo
sensible mediante un conocimiento que no procede de los sentidos, sino de la
propia imaginación.
Boecio
Las
citas que encabezan esta breve reseña son un parapeto. Hablaré de Nueva York, y
quiero tener (dejar) claro, que lo hago como curioso, o como padre agradecido, no
como arquitecto… ni como escritor. Es cierto (ahora parafraseo a Innerarity)
que resulta imposible escribir nada sin que todo se entrometa; que ni siquiera una
anécdota es el resultado exacto de una acción o reacción determinada, sino también,
y puede que especialmente, de la historia que la sustenta y mece; pero
intentaré que sea mi imaginación, y no mi aparato razonante, quien me guíe a
través del montón de formas que dejó en mis sentidos aquella extraordinaria
ciudad.
Ni
las incontables imágenes que me hicieron tragar durante años y años en conferencias,
libros, revistas, películas, obras de teatro, fotos o diapositivas; ni el
entusiasmo de los amigos que la visitaron o vivieron antes; ni siquiera los
poemas de Lorca, Juan Ramón o Hierro, lograron que me decidiera a viajar a
Nueva York. Muchos otros lugares me reclamaban con más hondura o salero, según
el caso. Y tal vez no hubiese ido nunca, lo confieso, si afectos impostergables
no me hubiesen urgido a hacerlo.
Nueva
York es una gran ciudad europea, pero sin una gran historia detrás que la
proyecte y acote al mismo tiempo. ¿Una ventaja? Sobre todo Manhattan, que fue
lo que pateé con cierta disciplina, tiene una planta baja reconocible para
cualquiera que haya experimentado el urbanismo grecolatino, en alguna de las
múltiples versiones con que desembarcó en el XIX de la mano del neoclasicismo, la
revolución industrial, el modelo de ciudad que ésta trajo consigo, y su
contestación en los llamados Ensanches y en la ciudad ajardinada; esto es: importantes
ejes urbanos, plazas, parques, grandes aceras, comercios, comercios, comercios,
bares, cafeterías, restaurantes, terrazas; vestíbulos de hoteles, cines,
museos, teatros, edificios administrativos, académicos… Además de su planta
baja, la ciudad tiene un sótano dedicado sobre todo al transporte urbano, como
tantas otras ciudades en Europa, y un nivel superior eminentemente residencial
y oficinesco. Hasta aquí sin grandes novedades. Si a esto le sumamos el río, su
delta o estuario, y el mar; seguimos moviéndonos en una ciudad europea del XIX
casi canónica; una vez disculpada, claro, la ausencia de un centro histórico
anclado en el Medioevo o en La Antigüedad. ¿Y entonces?
Lo
primero que hace a Nueva York especial, y puede que única dentro de las
ciudades con claro ascendente europeo, es la suma cantidad. ¿De qué? De todo. Cantidad
que en sí misma indica cierta inclinación a lo bárbaro, incluso a lo salvaje (los adjetivos de magnitud huelen a barbarie.
Pound); y que se manifiesta en su escala general, en la extensión, en la altura
de su meollo, en el variopinto catálogo de formas arquitectónicas, en la
diversidad geométrica de su skyline (silueta
que contrasta con la bóveda celeste, y que en este caso funciona como una
montaña rusa, muy rusa), en su carácter cosmopolita (número de razas y etnias
que la habitan y/o visitan) etc. Lo segundo que la caracteriza y distingue es
sin duda la velocidad. Velocidad de los medios de transporte, de la gente que
corre, trabaja, usa los servicios urbanos o pasea; de los turistas, de los
mensajes publicitarios, de los servicios en bares y restaurantes, de los
recorridos en los museos… Cantidad y velocidad: Lo mucho moviéndose a un ritmo
trepidante. Eso es lo que hace de Nueva York una ciudad distinta. La saca del
mazo en que están acomodadas las grandes ciudades europeas y la sitúa en un
aparte ¿fundacional?
Dice
Baricco que en la historia de los
mamíferos, el delfín es un excéntrico. En la de los peces, un padre fundador.
¿Es Nueva York, más que una derivada rara, el germen de una ciudad-otra, donde
mudaremos la piel por última vez y emergeremos, no como seres humanos, sino
como entes de inteligencia artificial? ¿Podrá mover la inteligencia artificial
tanta extensión y tanta masa a una velocidad cuántica? ¿O quedará la ciudad
como vestigio de la muda definitiva, como piedra donde la serpiente se rascó
por última vez, antes de quedar expuesta del todo y comerse su propia
manzana?
Según Heródoto, Babilonia tenía, antes de ser
conquistada por Ciro, unos quinientos ochenta kilómetros cuadrados de
superficie. (Qué barbaridad. No acabo de creérmelo). Pero, ¿tendría un promedio
de tres o cuatro metros de altura? Según Google, Nueva York tiene hoy unos ochocientos
kilómetros cuadrados de superficie; pero, ¿con unos veinte metros de altura
como promedio? Nueva York debe pesar siete veces lo que pesaba Babilonia. Puede
que el peso psicológico que tuvo y tiene una y otra urbe frente a sus
respectivos habitantes, no resulte tan dispar, porque en un caso todo estaba construido
con barro, cocido o no; y en el otro hay mucho vidrio por medio. Pero en lo que
Nueva York gana de calle a Babilonia, seguro, es en la velocidad. La velocidad física (rotación
y traslación) arrastrada de la Tierra, es una para ambos casos, pero la
psicológica no. Nueva York se mueve a una velocidad psicológica muy superior a
la velocidad del mismo tipo con que debió moverse Babilonia. Y en esto el
vidrio y la altura son agravantes, no atenuantes. Es decir, que si los
babilonios podían vivir en una suerte de batea atada al fondo del Eufrates; los
neoyorquinos viven en una coctelera hiperactiva que muy poco tiene que ver con
las corrientes caseras del Hudson.
Los
turistas y los paisanos no se mueven en Nueva York como conejuelos, que, el viento consultado, salen retozando a pisar flores
(Góngora), se mueven como cubos de hielo, o bolitas de fuego, según se tercie, disparados
sin cesar contra las paredes de un recipiente accidentado, complejo. El ápice
de ese remolino lo experimenté en Times Square. ¿Una plaza? Bueno, aceptemos
que sea una plaza, ensanchemos el concepto plaza hasta que quepa en él un sitio
donde se reúnen muchas personas para ser batidos. Batidos y batidos, quiero
decir: zarandeados y vencidos. Hablamos de una plaza cuyo espacio es inapresable a
causa del baile frenético que, los usuarios y los elementos determinantes del
recinto, todos a una y en el mismo maremágnum, ejecutan sin cesar al son de un tempo inmisericorde. En Times Square el
barman que agita la coctelera tiene línea directa con el diablo. Todos debíamos
experimentar eso al menos una vez en la vida. No soporté más de cinco minutos.
Me sacaron de allí directo al Lincoln
Center. Sí, por suerte Manhattan
también tiene sus oasis calmos. Lincoln Center es uno de ellos, y también lo son
algunos de los parques ribereños, y el Parque Central más recóndito, donde
único es creíble que obre el polen sin espantarse.
El espacio y el tiempo en Manhattan no están segmentados y determinados como en
Europa, por más que New York sea, en esencia, una ciudad europea. El espacio y
el tiempo allí no se tejen y arrumban de la misma forma. Debe ser la velocidad
con que se mueve lo mucho, y la verticalidad extrema, presente o acechante, que
generan un movimiento en continua espiral muy difícil de cazar. Si realmente el
movimiento es la síntesis del espacio (tesis) y del tiempo (antítesis), y esa
síntesis resulta huidiza… ¿O será todo un simple espectáculo? Está claro que se
trata de una ciudad efectista, como también lo fue Babilonia. Y ya se sabe que el efectismo, que es un síntoma
inequívoco (aunque no exclusivo) de nuestro tiempo decadente, se alimenta a sí mismo sin parar. Ya lo
hacía en pleno Siglo de las Luces, imaginemos ahora. Decía Goethe: [los
antiguos] representaban la existencia, y
nosotros el efecto; ellos pintaban lo terrible, nosotros pintamos
terriblemente; ellos lo agradable, nosotros agradablemente…; de donde se deriva
toda la exageración, todo el amaneramiento, toda la falsa gracia, toda la
timidez; porque cuando se trabaja el efecto, y sólo el efecto, nunca se cree
que se le hace sentir bastante. ¿Qué opinan de esto y sobre Nueva York,
quienes la conocen, quienes todavía sólo la imaginan?
El efectismo de Nueva York puede desembocar también en
cierto escapismo. Tal vez no para sus habitantes, pero sí para los turistas.
Por eso la próxima vez que la visite llevaré pipa y lupa. Dejaré de mirar hacia
arriba y me centraré en el trasiego bajero. Tengo que determinar, por ejemplo,
su sexo. ¿Qué sexo tiene esta ciudad? Moscú, ya sabemos, es un señor obeso de
unos ochenta años, que vive con sus hermanas solteronas. Lisboa es una señora de
apariencia melancólica, pero de intimidad portentosa, que tiene unos cuarenta años y
es pretendida por jóvenes maduros. ¿Y Nueva York? ¿Quiénes podrían conocer mejor
su sexo, su edad exacta, sus sueños?: ¿quienes limpian las estaciones del Metro,
o quienes limpian las paredes-cortina de los rascacielos? ¿Las crías de Godzilla o las de Spiderman?
En cualquier caso, hay que ir. Ya lo dije a varios
escépticos. Hay que ir sin prejuicios ni fáciles encantamientos a la mano. Es una ciudad
que merece ser visitada. ¿Y vivida? Mmm, no lo sé… ¿Ciudad de ciudades? Mmm, no
lo sé… ¡La más íntima naturaleza de todo grano quiere decir trigo, de todo
metal oro, de todo nacimiento el hombre!
(Eckart). Y de toda ciudad _______________. A ver quién es el valiente (o la
valienta, aclaro, no vaya a ser que me regañen por tendencioso) que se atreve a poner en el
espacio vacío un nombre que no contenga pura sal mediterránea: sal de su agua
centrípeta, digamos por ejemplo Atenas; sal de su agua efluente, digamos por
ejemplo La Habana; o sal de su aire unánime, digamos, sin remedio,
Nefelococigia.
Muy bueno. Gracias.
ResponderEliminarGracias, Salva, a ti, por lectura y comentario. Abrazos
EliminarEso mismo iba a escribir ahora sobre tu artículo. Muy bueno, gracias. No pudiste dejar de tener la mirada del arquitecto, del artista. Bendiciones.
EliminarGracias, amiga, gracias. Sí, no podemos deshacernos de ciertas cosas. Besos.
EliminarHola Jorge, soy Sara la hija de Ana y Guillermo, me he encontrado con tu blog por casualidad y me fascina no solo tu forma de escribir sino también la cultura que desborda cada uno de los párrafos que leo. Enhorabuena por tus artículos.
ResponderEliminarUn saludo,
Sara
Vaya, Sara, qué bien que nos reencontremos de esta manera. Y cómo me alegra que te gusten las cosas que publico aquí. Muchas gracias por leer y comentar. Te recuerdo con mucho cariño. Te mando un abrazo cargado de complicidad.
ResponderEliminar