Hace un par de meses publiqué el noveno acto de
Río, uno de los tres poemas del libro que tengo en proceso de edición: Los
argumentos del tránsito. Hoy publico el primer acto de Rueda, su segundo
poema, con la intención de seguir predisponiendo (a favor del libro, espero) a
quienes me leen aquí.
En tanto el libro transita su Adviento y apunta a su Pascua (¿soy demasiado optimista?), vaya este segundo ensayo de mi lengua pregonera en pos de vuestra complicidad.
En tanto el libro transita su Adviento y apunta a su Pascua (¿soy demasiado optimista?), vaya este segundo ensayo de mi lengua pregonera en pos de vuestra complicidad.
I
…vuélvete, Muerte.
Y
se volvió,
quevediano cadáver casi, para
golpear el gong con
su muleta y anunciarse
vulnerable. Miente
la Negrona, lo sé, pero
se tambalea para la
obertura
del poema garañón
que la suspende. La
poesía avisa: Ni su
Majestad aguanta
mi embestida.
Impongo tu presencia y la
descentro. Cómo
debe odiarte la muy
terca. La leche que
surtes y derramas
en mi cóncavo
nadir, la desespera. La
Muerte sólo puede a
quienes beben
de su
teta la pócima blanquísima: encendidos
animales
que pululan, sobrecargados de
biológicas
anécdotas. Pero tu leche es
negra.
Mejunje prebiótico, uranio, ideal
para un
Proteo demente que pasta en las
honduras,
no en las cimas. ¿Con qué
sustancia-hembra
me sostienes
locamente
increpando a la Señora ?
No
contestes
urgida. Gotea la
respuesta.
Viviremos mientras viva la
pregunta.
En la pústula mortal del
Universo,
sólo se apiñan los amores
doctos.
Nosotros no sabemos. No
queremos
saber. No cabemos enteros en
el
infecto grano. De la nada girovagamos
el
tracto nutritivo: Tú manas. Yo bebo, te
poetizo
y alzo. Cuántas muertes habremos
evitado.
Cuántas veces (negro frente a
negro)
abriste las piernas contra las
amígdalas
de la Gran Garganta.
Cuántas
acodalaste
su túnel, derramaste a sus
puertas
tus fluidos, polinizaste su
úvula...
Adelante. Inunda sin cesar
mis
fuentes. Déjame rehacerte
poema.
Humedécete. Dame tu milagroso
pezón.
Su aureola suplante el óbolo
que
raudo validaría el desdentado, el
de los
remos de apariencia calma. Mira
cómo se
dice mortal la Señorona, cómo
da
tumbos, cómo disimula para que
confiemos,
cejemos, apartemos la
vista,
icemos velas… Cuidado. Sigamos
royendo
su mancuerna. Entreguémosle, sólo,
desmemoriada
fibra. No sé del todo
qué
das, pero sigue. Dame. Deja que lo
vean,
por qué no, esos perversos. Que
se
masturbe Pan. Que Dioniso se haga
penetrar
por un rebaño mutante. Que
Apolo
ladee el moño y equivoque las
notas.
Que enfríen a Caronte. Que
tiemble
el viejo cuervo sobre la ardiente
joroba,
ante la sed que persevera, se
demora,
en tu manante hoyo.
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