Como ya sabréis quienes estáis atentos a este espacio (ah,
cuánto supongo, ¿habrá alguien que realmente…?, ¿no será suponer ―pedir―
demasiado?) hace unos meses que vengo anticipando la próxima edición de Los
argumentos del tránsito, libro que cuenta con tres poemas largos: Río, Rueda y
Casa.
En las dos ocasiones anteriores que os hablé de esto, lo hice añadiendo un acto de Río y otro de Rueda. Ahora cierro este anticipo sonsacador con el primer acto de Casa. Los espacios del ser, se subtitula. Como en los casos anteriores, se trata de un décimo del poema.
La próxima noticia que os daré, será la definitiva aparición del libro. (Lo edita Difácil, una editorial a la que tengo especiales cariño y respeto, por su demostrado compromiso con la creación literaria, y por la gran solvencia de su editor: César Sanz). Ojalá que para entonces, estas noticias con carga de prueba hayan cumplido su deseo: ir inclinando a favor del libro, a algunos de los que resulten finalmente sus destinatarios.
Aprovecho además para despedirme por este año. A partir de ahora, y salvo que una urgencia me obligue a lo contrario (urgencia, por Dios, hoy estoy sobreexcitado) dejaré de aparecer por aquí. Si vosotros podéis y queréis, nos reencontraremos en enero del 2020.
Feliz salida y entrada de año para todos.
I
Un puñado
de luz y otro de
arroz, ensavian
las paredes de la
casa. Casa. Teatro
que enmaroma la
cuerna al demonio, anuda
su cola, para que
Dios, ofrendado
en el rostro de
tus padres, bendecido
en el grosor de
sus afanes,
cada mañana toque
su Stradivarius
sin trompeteo
enemigo. Luz y arroz. Y
un rimero de
pasiones limpias
que alebresta el
violín: Puntual agitación
donde das con tu
nombre, eres. Pronto a,
te (re)conoces.
Tú, en una casa sin
sótano o desván
(todo planta baja
ella) diáfana
hasta la inocencia, hasta
la soberbia
incluso, que sublima
el espacio entre las playas del cielo
y el patio de la
escuela. Tú, nombrado, con
la mollera presta
al hisopo, la frente
a la calentura…
Niño y casa. Catasueños
en la platea de
un mundo en ciernes,
donde las nuevas
de puré y cuartana
son traídas por
un mismo ángel: el tuyo. Revuela
la biblioteca, la
cocina. Sale / entra / sale /
cae / asciende /
cae… en súbitos
picados. Goza.
Hace cabriolas en torno
a la chimenea.
Cabriolas aéreas
(cuando la casa es feliz,
el
humo juega suavemente
sobre
el tejado)
que circundan o
atraviesan la encina exhalada
por el bofe
hestio. Fuelle / casa / niño /
ángel juguetón
que respira madera… Sí,
pero también
padres. Padres… No te
desnortan la
embriaguez del nuncio, su bureo.
(Casa de arroz y
luz. Sueños de arroz y luz).
El mercurio
apenas halla margen para el
delirio, si éste
acarrea miedo. Juegas. No temes.
Todo lo ajeno,
expandido en el colegio, se
retrae en el
jardín, donde la casita de los abuelos
espalda, lo que
la perra flanquea
persiguiendo la
pelota. ―Espacio inagotable,
piensas. No
piensas. Experimentas
la extensión que
dura sin límites que
amenacen, sin
pautas o muescas que avisen
de larvadas
mutaciones. Extensión
embarazada de ti.
Tú al centro. Lo demás
te orbita... Las
estaciones peroran
en vano.
Cíclicamente tosen paisaje
alrededor de la
casa, sin que su tos te
incumba: Luz y
arroz. Y padres. Y abuelos. Y
ángel. Y el
violinista que cada mañana
interpreta el
solo (el mismo solo) que
retiene para ti
las cuatro notas (las mismas
cuatro notas) que
te harán por siempre
sinfónico. Eso
crees. Lo asumes. Compruebas
que la casa no
tiene dobleces. Todo es tuyo
o para ti. Cuánto
aseo. Apenas
puedes ocultar
las liendres que auguran
escozor y
desconcierto. Juegas. Eres
tu propio ariete.
No lo sabes. Juegas
en un universo
pulcro, redondo,
que deberás medir
y batir. No lo sabes.
Tu casa no tiene
puertas. O sí, pero
apenas separan lo
que ya te pertenece
de lo que no te
atañe. Tampoco
tiene rincones.
Está sobreiluminada. Tiene
lámparas-ojo (todo lo que brilla ve)
que sorben y
derraman luz a la carta.
Casa-teatro.
Exordio. Escaleta donde
el diablo,
inhábiles cuerna y cola,
carece de texto y
voz... Tu casa
no tiene bodegas,
no tiene torres,
pero sí aras: Ah,
la mesa, orquesta
para el himno
triple de cada día; y el hogar,
donde arden la
leña, el sarmiento,
con igual y
sospechosa mansedumbre,
para que el ángel
perfore las volutas de humo
y pite ebrio el
prólogo al violín. Aras: Bajo
la cama, el
cajón. Cobijo para las ansias
que no sabe el
coro. Ni luz ni arroz ahí. …No
todo es diáfano
en el primo espacio, una vez
que conquistas un
cajón. No todo
es lustre al
abrigo del somier, donde
la sombra
ensancha la duda, la duda
ensancha la
gracia, la gracia
ensancha el
deseo, la casa… Los bajos
de la cama, ¿el
sótano? La copa del castaño,
¿la buhardilla?
Entre el cajón y el árbol… Entre
las playas del cielo y el patio la
escuela…
Una asonada de
preguntas cuece
en lo oscuro, a
ras de suelo. Los muñecos
te interpelan en
una lengua secreta. Y
donde reina el
violín, la per-
cusión dimana
sediciosa. Dice tiempo. Grita
¡Tiempo!, cuando la casa, con sus muros
ensaviados de
arroz y luz, apenas susurra
e s p a c i o… Llaman a comer. Un pájaro
que
canta las
cabañuelas, desde el castaño se
lanza al fondo de
tu cajón. Volapié.
Qué bien me hace leerte, poeta, gracias,
ResponderEliminarabrazo.
Gracias amiga. Créeme, me alegra devolverte algo de lo que me das. Besos.
EliminarGracias, amigo.
ResponderEliminarA ti, querido. Abrazos.
Eliminar