CONSULTORIO MÉDICO EN LA HABANA VIEJA (1988-1990) / IMAGEN DEL AUTOR (1985)
Hace cinco o seis años, no recuerdo
bien, una joven cubana, estudiante de arquitectura, se puso en contacto conmigo
a través del correo electrónico para realizarme una entrevista corta por
escrito. En aquel momento ella estaba investigando la arquitectura producida en
Cuba en los años ochenta, y según dijo, sobre este tema versaba su Tesis de
Grado. Le atendí con amabilidad, como es lógico, pero no supe mentirle siquiera
piadosamente, siquiera por la complicidad que me inspiró, pues la chica hizo
que rememorara mi propia graduación de arquitecto, en 1985, con un trabajo de
investigación sobre la Modernidad en la arquitectura cubana (1930-1960).
Yo también tuve que buscar mucha
información para hacer aquel trabajo. Pero en mi caso, como la postrera arquitectura
republicana estaba todavía muy desatendida (era cosa de burgueses y apátridas),
la información no documental resultaba de muy difícil acceso. Tuve que escribir
cartas furtivas (si me hubiesen descubierto la habría pasado mal) a algunos de
los artífices del Movimiento Moderno cubano que vivían entonces en los Estados
Unidos. Sin que el correo postal del Régimen tuviese nada que ver en el asunto,
entré en contacto directo con los arquitectos Nicolás Quintana y Manuel
Gutiérrez, quienes fueron muy amables conmigo. A ellos los quise mucho. Con
ellos construí y mantuve por muchos años una sincera amistad.
Ambos, Nicolás y Manuel, creyeron hasta
sus últimos días, con buen criterio, estimo, en lo que habían hecho en Cuba,
sobre todo en La Habana, junto a otros colegas de su generación entre 1940 y
1960. Y como creían en ello, vibraban al recordarlo, al recrearlo; se mostraban
muy agradecidos al ser preguntados en relación a. Ellos veían a salvo parte de
su legado en nuestra curiosidad, en el hecho de que algunos de los arquitectos
jóvenes de la isla aprobáramos, apreciáramos y nos sintiéramos influidos por su
obra.
Yo, sin embargo, muy pronto dejé de
creer en lo que hicimos allí los más inquietos arquitectos del país en los años
ochenta. Dejé de creer en ello, incluso antes de emigrar; digo más: incluso
antes de que se acabara la década. No reniego de nuestra inquietud, de nuestras
ganas de cambiar las cosas. Eso no. Reniego de los resultados concretos de un
trabajo que hicimos arquitectos prácticamente recién graduados, víctimas además
de la severa ruptura cultural que el Régimen cubano había provocado en el
continuo de nuestra tradición arquitectónica, justo por pretender borrar de un
plumazo lo que habían logrado colegas tan capaces, o al menos tan sugerentes
como los ya mencionados, a los que añado: Eugenio Batista, Emilio del Junco, Mario
Romañach, Frank Martínez, Max Borges, Humberto Alonso y Ricardo Porro, entre
otros. Incluso parte de la obra que en aquella “época burguesa” construyeron
arquitectos en teoría hurtados a la burguesía por el Régimen, como Antonio
Quintana, Fernando Salinas o Raúl González Romero, por ejemplo, permanecía encubierta.
Salvo en raras excepciones (apuntes ligerísimos y sigilosos en clases de
historia, y siempre sobre edificios de cariz público o social), la arquitectura
moderna cubana no formaba parte de los currículos académicos en las Escuelas. Era
tema tabú, también, porque en muchas de aquellas magníficas residencias burguesas
vivían entonces, bien tapaditos, poltrones, apegados al confort burgués, los principales
líderes de la revolución proletaria, convertida, según ellos, en dictadura del
proletariado. Ay…
Entonces se podía estudiar la
arquitectura colonial cubana, que ya se comenzaba a maquillar como a una señorona
venida a menos pero de gran abolengo, para llevar hasta sus pechos apuntalados al
antes maldito turismo internacional. La arquitectura colonial sí. (Era uno de
los arponcillos para pescar encandilados forofos de los belenes ateos). No la
republicana. Matizo: si se trataba de obras de las primeras décadas (1900-1930)
levantadas por arquitectos extranjeros, o por nacionales que hubiesen muerto o
se hubiesen jubilado antes del triunfo de la Revolución, bueno, tenían un pase.
Pero obras proyectadas y construidas por los “gusanos desertores”… ¡De eso nada!
La mayoría de los arquitectos inquietos
de mi generación creía conocer (subrayo creía) la arquitectura colonial
cubana, como también creía estar al tanto (vuelvo a subrayar creía) de
lo que pasaba en el mundo, entonces pletórico de postmodernidad. Pero ignoraba de
cuajo la arquitectura republicana que proyectaron y levantaron aquellos
arquitectos-demonio, entre 1940 y 1960, trabajando insertos en una tradición
tan puesta en solfa como era aconsejable, tan atendida como era sano. Insisto,
la mayoría de nosotros desconocía la referida arquitectura (lo digo sin paños
calientes), por más que algunos estuvieran al tanto de su anecdotario más trivial,
y lo sirvieran envuelto en discursos seudo-sociológicos. Con tal déficit
trabajábamos.
Creo, sinceramente, que me salvó de
creerme, comerme y mal digerir aquel entremés de autoestima, entre otras cosas,
el estudio profundo de la arquitectura moderna habanera. Y adjetivo profundo (perdonad la pedantería) porque
jamás me interesó el vodevil que aderezaba su superficie: la vertiente chismosa,
quiero decir (podría haber dicho historicista, nunca histórica, pero digo
chismosa con toda intención: los clientes, sus amoríos, el origen de sus
rentas, las anécdotas cliente-arquitecto, el politiqueo alrededor de las obras,
las adjudicaciones y sus mecanismos, etc.), sino que me centré en perseguir sus
enseñanzas concretas con una vocación disciplinar. Haciéndolo me di cuenta de
que no podíamos producir nada de verdadero peso si nos debatíamos de manera
estéril entre los cánones soviético, bauhausiano, postmoderno, colonial y colonial-postmoderno,
por mucha vehemencia que pusiéramos en el debate, saltándonos a la torera lo
filtrado y sedimentado por sesenta años de arquitectura nacional republicana.
Eso nos pasó: no estábamos bien
preparados. Teníamos ganas de rebelarnos, y aunque con tibieza, lo hicimos. (Digo
con tibieza porque ninguno de
nosotros fue a la cárcel, destino inapelable allí para los rebeldes ardientes).
Pero nuestras armas eran de pega. Habían sido trucadas por el Régimen. La supuesta
rebelión convenía más a ellos, los represores, que a la arquitectura nacional o
a nosotros. La cosa se quedó en un pataleo improductivo que apenas disminuyó la
presión en la olla. No sé qué pudo pasar después (o sí lo sé, pero me inhibo de
entrar en ello aquí, ahora), mas en los ochenta pasó muy poco y de muy poca
importancia. Lo siento, pero es la jodida verdad. Se concretó muy poco y de
escaso o nulo interés arquitectónico, si nos ceñimos a las obras construidas (pésimamente
construidas para más inri), que se apartaban del anodino montón y mostraban
ciertas pretensiones formales.
Otra cosa fue el revoloteo de dibujos
más o menos arquitectónicos, que como parte de una quimérica apoteosis de los
dibujantes otrora reprimidos (porque en los sesenta y los setenta hasta dibujar
cosas alejadas del canon oficial era punible), se hizo presente en revistas,
conferencias, exposiciones, concursos… Dibujos más o menos contundentes, más o
menos graciosos, epatantes, agresivos, abrasivos, ingenuos… ¿Arquitectura? Nones.
La arquitectura, nos guste o no, es otra cosa. Es lo que es, qué le vamos a
hacer. Se materializa (ojo, se material-iza) y se expresa como cosa visible y
tangible en el tiempo y el espacio, colonizándolos a la luz (natural y
psicológica, física y hasta metafísica) de los hechos. Afecta directamente al
alma y al espíritu, pero entra por los sentidos como entidad material,
fenoménica. Se ve y se toca. Se mide y se pesa. Nos rodea y la rodeamos. Se visita.
Se penetra. Se ocupa. Se transita. En fin, se goza o se sufre con los sentidos que
están a cargo de informar la realidad objetiva. Y cuando, por hache o por be, deja
de servir a quienes la usan y juzgan, cuando decae tanto que deja de ser útil hasta
como simple construcción y pierde su valor de uso, no se puede desdibujar como
por arte de birlibirloque, no, debe demolerse con maquinaria pesada o
explosivos. ¿Acaso la ensoñación dibujada precisa ese tipo de agente demoledor?
La ensoñación arquitectónica en sí misma no produce arquitectura, no es
arquitectura.
Hay que decir, además, que aquellas
ensoñaciones eran también muy cuestionables. Algunas (menos mal que no llegaron
a concretarse) eran espantosas, producto de lo perdidos que andábamos. Pero ese
es otro asunto. Como el sueño del pan no se come, y aquí hablamos de pan
comido, el sabor del pan soñado en este texto no viene a cuento. No es que no
pueda hablar de ello. No es que a veces no tenga ganas de hacerlo. Es que aquí no
toca.
Con lo dicho arriba no pretendo denostar
la labor de los buenos dibujantes de la época. Para nada. ¿Cómo olvidar, por
ejemplo, a Rafael Fornés, el mejor de todos desde mi punto de vista, pura
gracia él; o a Alejandro Rodríguez, un gran desconocido porque no se mostraba
demasiado y murió joven; o a Francisco Bedoya, un dibujante frío y matemático,
casi robótico, que nunca me gustó, pero que producía imágenes de gran factura,
como hechas con lupa, inéditas en el panorama del dibujo arquitectónico
nacional; o a Orestes del Castillo, pleno de fuerza expresionista, todo lo
contrario a Bedoya; o a Rolando Paciel, que mezclaba el dibujo arquitectónico
con un imaginario más propio de la pintura obteniendo excelentes resultados; o
a Eduardo Rubén, ya más pintor que arquitecto, que hacía justo lo contrario
también con éxito? No los olvido, no. Los reconozco y valoro, porque las ganas
de cambiar las cosas debían ser expresadas por todos los medios posibles. Pero
hablábamos de arquitectura, ¿no?
Como veréis a continuación, no expliqué
todo esto a la entrevistadora, a quien no nombro por discreción y prudencia, y quien,
estoy casi seguro, no pudo incluir en su trabajo todo lo que dije. (¿Habrá
incluido algo?). No se lo expliqué en detalles porque sabía que no tenía mucho
sentido hacerlo y que no la ayudaría. Espero que me perdone.
Lo cuento ahora en público, a toro
pasado, porque de casualidad di con aquella entrevista buscando datos para actualizar
mi página web. ¿Interesará a alguien? No lo sé. Puede que ni a mí me interese
demasiado. Pero está bien que la publique con esta introducción aclaratoria, por
qué no. Cuando menos, me sirve para honrar a tres arquitectos-profesores, que
aun estando en mayor o menor medida implicados en el Régimen (¿quién, entre los
que todavía vivíamos en la isla, no lo estaba de algún modo por acción u
omisión?), tuvieron la suficiente luz larga para encajar lo que les expresé
primero como dudas, y después, en tanto lo iba permitiendo el progresivo aumento
de la confianza mutua, como claro desacuerdo con lo que se cocía y cómo se
cocía. Ellos, tal vez arriesgándose en alguna medida, quién sabe, confiaron en
mí, me ayudaron a crecer sin exigirme que dejara de ser yo mismo. Hablo de Élmer
López, Fernando Salinas y Luis Lápidus, de quienes también más de una vez vislumbré
el revés tras la fachada, y a quienes también quise mucho. Eran tiempos
aquellos de fachadas e interiores falsamente conectados, nada simétricos o recíprocos.
Y así siguió siendo allí. Sigue siéndolo hasta hoy. No para mí, claro. Hace
casi treinta años que no para mí.
CUESTIONARIO
Y RESPUESTAS:
¿Qué
le motivó a estudiar Arquitectura?
Nada
en especial. Fue una feliz intuición. Tal
vez buscaba algo que tuviera dos venas: la artística y la
técnica.
Cuando
comenzó a estudiar la especialidad,
¿existían algún o algunos
profesionales paradigmáticos para usted?
En aquel momento no conocía a ninguno,
ni siquiera por su nombre. O sea, no.
Según
los documentos oficiales su formación corresponde al Plan A. ¿Quiénes fueron
los profesores que
más influyeron en
su etapa de estudiante?
Élmer López, Fernando Salinas y Luis
Lápidus, por ese orden.
Tengo
conocimiento de que en 1984 recibió el Primer Premio en el Concurso Mundial de
Arquitectura El Hábitat del Mañana. Le agradecería refiriera algunos elementos
importantes en torno al mismo. ¿Algún profesor lo apoyó en este proyecto?
Fue un trabajo inmenso que realizamos
entre cuatro estudiantes: Marisela Niebla, Alberto Rodríguez, Andrés Hernández
y yo mismo. Nos asesoramos con muchos arquitectos, profesores o no. El profesor
que más al tanto estuvo de lo que hacíamos fue Élmer López. Pero no tuvimos
ningún tutor.
¿Qué
significaron los cinco años de carrera para su futuro profesional?
La carrera, como siempre ocurre, es, en
el mejor de los casos, un agente motivador. Aprendes el abecé de la profesión,
poco más. En mi caso (soy muy curioso) me ayudó a ampliar los intereses más
allá de la arquitectura, en dirección al humanismo. No puedo medir cuánto marcó
la carrera en sí mi futuro profesional, pero los premios que gané mientras
estudiaba, sobre todo los internacionales, sí que me ayudaron bastante. Por
otro lado, la formación técnica adquirida en la carrera, aunque muy elemental,
me sirvió también como acicate para seguir investigando.
Usted
fue graduado del ISPJAE en 1985, ¿pudiera comentar sobre su ejercicio de
graduación?
Fue un trabajo de investigación sobre el
Movimiento Moderno en la arquitectura cubana (1930-1960). Llevaba años
trabajando en este tema cuando lo hice. En este trabajo sí que fue muy
importante la tutoría de Élmer López.
¿Existieron
otras influencias foráneas o nacionales durante su carrera o luego de graduado?
Mientras estudiaba, me influenciaron
mucho los grandes maestros del Movimiento Moderno. Cuando me gradué, lo
hicieron especialmente los neorracionalistas italianos y españoles.
¿Qué
profesionales colaboraron en su desempeño laboral?
En Cuba, sobre todo Luis Lápidus, que me
llevó a trabajar al CENCREM (Centro Nacional de Restauración y Museología).
Durante toda mi vida: Marisela Niebla, arquitecta de mi graduación con quien
comparto la vida en todos los sentidos, también en el profesional.
En
mi investigación le otorgo especial atención a los eventos, exposiciones y
concursos realizados durante 1982 y 1991, en este sentido, ¿cuáles considera de
mayor relevancia?
En mi opinión, el concurso más relevante
en la época fue precisamente el que ganamos: “El Hábitat del Mañana” (1984),
por su repercusión nacional e internacional. En cuanto a las exposiciones, hubo
varias de relativa importancia. Recuerdo, por ejemplo, la exposición de
arquitectura en la Bienal de Arte (¿90?, ¿91?) en la fortaleza de La Cabaña.
Fue la primera vez que se hizo algo así allí.
¿Cuáles
obras o proyectos realizados en este momento ―propios o de sus colegas―,
cataloga como significativos?
Ninguno, créeme. La mayor parte de lo
que se hizo en la época constituyó un pataleo desorientado. El Régimen había perpetrado
una rotura gravísima en el continuo tradicional de la arquitectura. Todos
andábamos perdidos. No hay arquitectura (ni ninguna otra cosa) viable si no se
inserta en una tradición. Todo aquello fue una divertida majadería. No podía
ser de otra forma.
¿Qué
opinión le merece el desenvolvimiento arquitectónico suscitado entre el 1982 y
el 1991?
Bueno, como se desprende de mi respuesta
anterior, mi opinión no es muy buena. Ahora bien, en un período en que todos (o
casi todos) esperábamos profundos cambios socio-políticos, estuvo bien que las
cosas comenzaran a moverse, quiero decir, a apartarse del inmovilismo
empedernido y obediente que caracterizó la década de los setenta. Que sucediera
algo, eso era importante. Lo sucedido no tuvo la menor importancia, sin
embargo, en términos arquitectónicos o urbanos. Los mayores eran víctimas de un
justificado escepticismo. Los jóvenes éramos tan jóvenes… Ni los unos ni los
otros estábamos en condiciones de producir obras realmente significativas. No
lo hicimos, claro, aunque muchos majaderos vayan por ahí diciendo lo contrario.
Por
favor, si considera algún otro aspecto significativo que no se haya abordado
durante la entrevista, refiéralo.
Amigo me haces recordar una vez que coincidí con un colega en una parada. Estaba visiblemente inquieto. Tanto que tuve que preguntarle por lo que pasaba. "Ese edificio de atrás lo hice yo" .Y? "Es que no soporto verlo"
ResponderEliminarPero una nota: esa imagen que pones es de una obra tuya. Y a mí francamente me parece lograda. Paciel
Paciel, dejé seis obras terminadas en La Habana Vieja, insertadas en pleno Casco Histórico, y otras seis en ejecución cuando salí del país para no regresar ni de paseo mientras se mantuviera en el poder el innombrable o cualquiera de sus secuaces. Las seis que dejé en proceso debieron terminarse (si es que se terminaron) como le vino en ganas al jefe de obras, que siempre era un neófito en el oficio si construían, como era el caso, las tristemente célebres Microbrigadas. No me responsabilizo de ellas en ningún sentido, porque no creo que en mi ausencia hayan respetado lo proyectado. De las seis cuya ejecución dirigí hasta el final, una la mandaría a demoler ya mismo, me avergüenzo de ella (comprendo al amigo que citas). Otras cuatro… bueno, me las perdono sin pizca de entusiasmo. Podrían no haberse construido sin que pasara nada, pues, entre otras cosas, y como siempre sucedía allí, parecen haberse construido con los dientes. La que muestro en las fotos es la más ambiciosa, y puede que la menos mala. La conservaría. A partir de ella explicaría a los jóvenes arquitectos algunas cosas que se pueden hacer, y muchas otras que no se deben hacer en ningún caso. Es una obra pecaminosa, pero con ciertos hallazgos. Ay, amigo, la juventud es la única enfermedad que se cura con los años.
EliminarMe haces recordar tiempos pasados. Dibujábamos mucho, nos dejaban en ese momento, los hubo en los que el dibujo, principal medio de expresión de la arquitectura, era considerado una frivolidad capitalista. Creo que el dibujo es una de las actividades más irrelevantes socialmente, pero se hizo lo que se pudo. Construir poco, pero esa obra de la que pones fotos, a propósito tuya, no me parece mal. Paciel
ResponderEliminar¿Sabes quién impulsó en los primeros sesenta el desprecio por el dibujo en la Escuela de Arquitectura? Ni más ni menos que Porro. Como él prefería las maquetas, el dibujo al carajo. Quiso quitarlo del currículo académico. Como te lo cuento: el ídolo de los dibujantes ochenteros fue censor de los dibujantes sesenteros. Cosas de la vida. Claro, amigo, el dibujo es imprescindible para anticipar la arquitectura. Hasta ahí llega, que no es poco. No la hace, la anticipa. Me alegra que me perdones esa obrita. Gracias por pasar y comentar. Abrazos.
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Me ha encantado Jorge leer tu introducción a la entrevista, aparte de que es agradable leerte, me ha recordado cuando era joven y siempre me agrada, de vez en cuando, "volver" allí. Coincido contigo en casi todo, en algunas cosas de manera absoluta como la imposibilidad de hacer "arquitectura de papel"... creo también que estábamos perdidos... casi todos lo están cuando recién se gradúan y les interesa, sienten un compromiso con la profesión, más en esa isla donde todo el sistema mediante el cual los edificios se necesitan, se planifican y se construyen estaba atrofiado o era inexistente... también la postmodernidad ayudó a que más de uno anduviera medio perdido durante algún tiempo, o para siempre, en la isla, ya errática, y fuera de ella. Como sabes comenzamos, con Elmer, a hacer los levantamientos y dibujos de una parte de las obras que creo tu desarrollaste posteriormente en tu tesis, me gustó mucho meterme, aunque de manera somera, en esa parte de nuestra arquitectura, creo que pasar por alto 60 años de hacer arquitectónico te hace inculto con toda seguridad.. no estoy en cambio tan seguro que esta sea la razón de más peso para explicar el desorden arquitectónico en el que estábamos....algunos de tus edificios, todos mal construidos, es un hecho, no creo que estaban tan mal... quizás le dimos, le diste, demasiada importancia.. si hubiéramos tenido un proceso continuado, tranquilo, sosegado, algunos hubieran, posiblemente, controlado los excesos...te hubieras acercado con más cuidado al entorno, algunos hubieran hecho alguna obra más importante, como en todas partes, por otra parte. El sistema genera el caos en si mismo, da lo mismo que nos hubiera enseñado con tesón toda la arquitectura republicana.... estábamos perdidos de antemano... por eso nos largamos
ResponderEliminarSí, amigo, estoy completamente de acuerdo contigo. Muy acertado tu comentario. Gracias por pasar, leer y comentar. Abrazos.
Eliminarsoy julio olmedo... no supe identificarme antes...
ResponderEliminarYa lo suponía, amigo, ya lo suponía...
EliminarFELICIDADES TAMARGO. Te recuerdo cuando eras estudiante del René y cuando nos encontramos muchas veces en la Cujae mientras estudiabas en la facultad de Arquitectura.
ResponderEliminarGracias, Carlos. También te recuerdo, y con mucho agrado. Bienvenido a este espacio. Abrazos
EliminarUn saludo amigo y colega. Se te aprecia mucho por tu talento tanto en las letras como en la arquitectura
ResponderEliminarGracias, Gko querido, por la amistad y la complicidad. El aprecio es mutuo. Abrazos
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