¡Luz! El
instante sublevado desorbita
los datos.
El mundo tiene una erección,
Óliver, hijo
de mi hijo. Una erección
no de
palmas, de torres empalmadas
que la
sangre ensavia. Apretazón. Ah,
se aprietan los
anillos cautivos en la
magna
circularidad. Giran. Triscan luz
y aire para
acelerar. Aceleran para
grapar tu
rostro a mi… Es mediodía
en mi viejo cajón
de sueños. Un
boggie woogie dilata los muros que
atiranta
Bach (oído de patagón / ojos
de topo). Es
mediodía y río. El diablo
tiene un
puñado de agujas oxidadas
en la boca.
Esputa robín. Robín en-
diablado. No lo mires, Óliver, no. Son
cosas mías.
O tuyas (vaya rejón le
clavaste),
pero no lo mires. Detenta la
luz arrebatada
a la Noche, a la pla-
teada chusma
que la galvaniza, que la
renueva sin término
(ay, impotencia
estelar
colaborante). Esta es tu luz. Este
flash que te
hurta los límites, que el
obturador
del universo te regala, es
esencia de espacio,
puro espacio. Este
es tu tiempo
sin tiempo, Óliver, tu
ápice de gloria
en el Trile. Pizca la
eternidad, cielo.
Abre los ojos a Dios, a
las pupilas ebrias
de tus padres…
¡L u z!
¡Luz! El
instante sublevado desorbita
los datos. El
mundo. Su erección. Ésta:
Long Island
esfuerza, esfuerza para que
New York
City inflame sus venas. Una
civilización
desportillada se resiste a
caer. (¿Se resiste?).
Las piedras anquilo-
san sus riñones,
pero cada conato de
alumbramiento…
Tú, Óliver. Tus párpados
abren al
espectáculo que la inocencia
peina, acomoda
para ti. El Mare Nostrum
sin embargo espuma
en los lindes del
Tenebrosum. Lo penetra finalmente.
Dios abre dos
ojos negros: dos ventanas
blancas en la
frente de la verdad. «Esto
es verdad», digo. Digo porque asomo
por ellos-ellas
y te veo, te distingo, te
ciño a ti.
Eres. Eres bajo los cielos
de la
decrepitud, sobre las calles decré-
pitas de la
decrepitud: nafta / betún /
puños / botas
/ son de palabras huecas
que danzan
el postillón, los corredores:
turba
hundida en la turba cementosa.
(«¡Luz, por Dios, más luz! ¡No luz-razón
narcisista.
Luz-gracia. Luz divina!»). Eres.
¿Lacras mi
sobre a la posteridad?... Ma-
ñaneo,
Óliver, en tus ojos, mientras
tu madre les
insufla la memoria-madre
del mundo;
tu padre, la memoria-padre.
El boggie woogie no para. Tampoco el
añoso órgano
del sajón. Los datos, de-
sorbitados… Bailo.
Bailo… Mi torpe
oído entremedias
capta la chanza de
los simples,
la ira de los asesinos, sus
resabios. Capto
el nerviosismo de las
multitudes. «¿Hombre o número?»,
se
preguntan. «Hombre, seguro, mas-
cullo». Ah, Óliver, la vida, oficio y
ejercicio para vivos, desagua en el
tiempo. Pero este fogonazo lucífero
no está en él, no en la historia; abre
puertas que todavía no saben los Idus
de marzo, los dieciocho-brumarios. Al
tuntún has de beber esta luz: calostro
para inocentes, hijo. Bébela. Es luz a
estrenar, luz tuya. Y liberto de la
oscuridad, mientras no te aprese el
devenir, mírame. Mírame aunque
no me veas (soy un aglomerado de
tiempo en fuga). Mírame mientras no
me pienses (soy la tercera dimensión
que no te incumbe, sólo profundidad,
dirección, aviso de finitud: fin). Mí-
rame bailar redimido de mí mismo, in-
surrecto de la duración, en brazos del
azar que estrenas. Que tus ojos bailen
con los míos, Óliver, que inocenten la
valla entrometida, que la transparen-
ten, la batan. Quede entre nos ese de-
rrumbe-prodigio. ¡Luz y amor! Amor a
la luz que tomas, ensanchas, lanzas
contra mis sienes confusas. Medio
kilo de corazón innúmero (viejo, pero
innúmero) te ofrezco. No lo vacío
en bronce para que lo admires. No
lo doy al cirujano para que lo zurza,
lo
componga, lo temple: sedicente bom-
bita de afectos bobos. Lo doy a los
tiburones (graves mensajeros entre
los mares) para que rasgado, bien ras-
gado, lo escupan a tus pies. Medio kilo
de corazón todoterreno: hecho al
dolor,
hecho pedazos; entero por amante,
listo para bombear amor, también,
especialmente, cuando el instante a-
quiete, expanda, y los datos retomen su
órbita, y el mundo relaje su erección,
y
Long Island, fatigada, deje de enviar
magma sanguíneo a su quiste urbano,
envaine sus erectos cuchillos. Amor
cuando este boggie woogie
se haga
insoportable,
y un violín matemático
(medio
matemático medio loco) lo
deponga con chacona
no bailable.
Amor. Allí, en New York City. Aquí, en
Pucela. Dondequiera que surja el más
mínimo alboroto para que un corazón,
todo perplejidad él, te adivine. Esculpiré
esta jornada en la memoria, Óliver,
hijo primerísimo de mi hijo: tu primer
parpadeo, tu primer bostezo… Esta
secuencia innombrable de emociones,
este temblor piadoso, impío a ratos,
este apogeo inédito. La distancia
tiene un espolón de hierro, cielo,
está
hecha de besos muertos, de caricias
truncas, de tacto pensado. Sé que
estoy lejos. Una inquietud metódica,
militante en el tiempo, no cae porque
se desdeñe. No bastan un instante
cerril, una insurrección severa, a
quien,
abroquelado en los sentidos… Estoy
lejos, lo sé. Pero también imagino,
Óliver, imagino y amo. Te amo. Todavía
el boggie woogie dilata los muros que
atiranta
Bach (oído de patagón / ojos
de topo). Es
mediodía y río. Todavía
bailo este
mareo sabroso. Deslum-
brado me
columpio, ¡ea!, al bies de tu
foto. Luz:
pan que partimos, com-
partimos. Saldo
al alza. Promiscuidad
luminosa a
pesar de. ¿Besos muertos,
caricias truncas, tacto pensado? Sí. Y
también una plenitud que abrasa. Esto
es verdad, Óliver. Asómate. Conecta
tu alma de hombre a esta marea in-
fecta de humanidad. Distíngueme antes
de verme, de pensarme. Soy el abuelo
bailongo: un aglomerado de tiempo en
fuga con medio kilo de corazón des-
pedazado, entero para el amor, que
(I
wanna squeeze him but I'm
way too
low.
I would
be runnin' but my
feet's
too slow…)
baila. Un poetón viejo, experto en
oscuridad, aspirante a promiscuo de-
predador de luz. Ah, Óliver, qué
puntual y cargado de ti mismo llegas
a donde puedo imaginarme prolon-
gado. Mañana. Pan y sangre. ¡Luz!
a donde puedo imaginarme prolon-
gado. Mañana. Pan y sangre. ¡Luz!
Algún día Óliver lo leerá y sentirá lo importante que es, lo que removió su nacimiento, eso le hará feliz y confiado, más fuerte
ResponderEliminarLlega Oliver a la luz. Llega a un mundo, al otro lado de este. Que ruidos acunaran su sueño?
ResponderEliminarLlega Oliver a la luz. Llega a un mundo, al otro lado de este. Que ruidos acunaran su sueño?
ResponderEliminarGracias, queridísimos Paciel y María Victoria, hermanos míos. Abrazo enorme.
ResponderEliminar¡Que suerte Oliver tener un abuelo poeta!
ResponderEliminarDe nuevo felicidades a los abuelos y a los papás. Y felicidades a Oliver por elegir un nido adecuado.
Gracias, amigo, por tus generosas palabras. Abrazo grande
EliminarTama, intenso y complejo.... como los grandes amores... me alegra mucho la felicidad que les ha proporcionado Oliver que debe ser un especial
ResponderEliminarGracias, anónimo amigo. ¿Cómo rastrear tu identidad? Lo haré, lo haré para poder enviarte un abrazo virtual.
Eliminarsiempre olvido identificarme. un abrazo
EliminarYa lo veo, ya lo veo. Río...
Eliminarmuy especial¡¡¡¡
ResponderEliminar.....soy Julio...pensé que ahora si me había identificado pero no he sabido hacerlo....no soy muy hábil en esto...pediré consejo
ResponderEliminarAh, gracias, querido, muchas gracias. Te abrazo
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