viernes, 4 de septiembre de 2020

ÓLIVER



































¡Luz! El instante sublevado desorbita
los datos. El mundo tiene una erección,
Óliver, hijo de mi hijo. Una erección
no de palmas, de torres empalmadas
que la sangre ensavia. Apretazón. Ah,
se aprietan los anillos cautivos en la
magna circularidad. Giran. Triscan luz
y aire para acelerar. Aceleran para
grapar tu rostro a mi… Es mediodía
en mi viejo cajón de sueños. Un
boggie woogie dilata los muros que
atiranta Bach (oído de patagón / ojos
de topo). Es mediodía y río. El diablo
tiene un puñado de agujas oxidadas
en la boca. Esputa robín. Robín en-
diablado. No lo mires, Óliver, no. Son
cosas mías. O tuyas (vaya rejón le
clavaste), pero no lo mires. Detenta la
luz arrebatada a la Noche, a la pla-
teada chusma que la galvaniza, que la
renueva sin término (ay, impotencia
estelar colaborante). Esta es tu luz. Este
flash que te hurta los límites, que el
obturador del universo te regala, es
esencia de espacio, puro espacio. Este
es tu tiempo sin tiempo, Óliver, tu
ápice de gloria en el Trile. Pizca la
eternidad, cielo. Abre los ojos a Dios, a
las pupilas ebrias de tus padres… 
¡L                         u                          z!      
¡Luz! El instante sublevado desorbita
los datos. El mundo. Su erección. Ésta:
Long Island esfuerza, esfuerza para que
New York City inflame sus venas. Una
civilización desportillada se resiste a
caer. (¿Se resiste?). Las piedras anquilo-
san sus riñones, pero cada conato de
alumbramiento… Tú, Óliver. Tus párpados
abren al espectáculo que la inocencia
peina, acomoda para ti. El Mare Nostrum
sin embargo espuma en los lindes del
Tenebrosum. Lo penetra finalmente.
Dios abre dos ojos negros: dos ventanas
blancas en la frente de la verdad. «Esto
es verdad», digo. Digo porque asomo
por ellos-ellas y te veo, te distingo, te
ciño a ti. Eres.           Eres bajo los cielos
de la decrepitud, sobre las calles decré-
pitas de la decrepitud: nafta / betún /
puños / botas / son de palabras huecas
que danzan el postillón, los corredores:
turba hundida en la turba cementosa.
(«¡Luz, por Dios, más luz! ¡No luz-razón
narcisista. Luz-gracia. Luz divina!»). Eres.
¿Lacras mi sobre a la posteridad?... Ma-
ñaneo, Óliver, en tus ojos, mientras
tu madre les insufla la memoria-madre
del mundo; tu padre, la memoria-padre.
El boggie woogie no para. Tampoco el
añoso órgano del sajón. Los datos, de-
sorbitados… Bailo. Bailo… Mi torpe
oído entremedias capta la chanza de
los simples, la ira de los asesinos, sus
resabios. Capto el nerviosismo de las
multitudes. «¿Hombre o número?», se
preguntan. «Hombre, seguro, mas-
cullo».           Ah, Óliver, la vida, oficio y
ejercicio para vivos, desagua en el
tiempo. Pero este fogonazo lucífero
no está en él, no en la historia; abre
puertas que todavía no saben los Idus
de marzo, los dieciocho-brumarios. Al
tuntún has de beber esta luz: calostro
para inocentes, hijo. Bébela. Es luz a
estrenar, luz tuya.          Y liberto de la
oscuridad, mientras no te aprese el
devenir, mírame. Mírame aunque
no me veas (soy un aglomerado de
tiempo en fuga). Mírame mientras no
me pienses (soy la tercera dimensión
que no te incumbe, sólo profundidad,
dirección, aviso de finitud: fin). Mí-
rame bailar redimido de mí mismo, in-
surrecto de la duración, en brazos del
azar que estrenas. Que tus ojos bailen
con los míos, Óliver, que inocenten la
valla entrometida, que la transparen-
ten, la batan. Quede entre nos ese de-
rrumbe-prodigio. ¡Luz y amor! Amor a
la luz que tomas, ensanchas, lanzas
contra mis sienes confusas.           Medio
kilo de corazón innúmero (viejo, pero
innúmero) te ofrezco. No lo vacío
en bronce para que lo admires. No
lo doy al cirujano para que lo zurza, lo
componga, lo temple: sedicente bom-
bita de afectos bobos. Lo doy a los
tiburones (graves mensajeros entre
los mares) para que rasgado, bien ras-
gado, lo escupan a tus pies. Medio kilo
de corazón todoterreno: hecho al dolor,
hecho pedazos; entero por amante,
listo para bombear amor, también,
especialmente, cuando el instante a-
quiete, expanda, y los datos retomen su
órbita, y el mundo relaje su erección, y
Long Island, fatigada, deje de enviar
magma sanguíneo a su quiste urbano,
envaine sus erectos cuchillos. Amor
cuando este boggie woogie se haga
insoportable, y un violín matemático
(medio matemático medio loco) lo
deponga con chacona no bailable.
Amor. Allí, en New York City. Aquí, en
Pucela. Dondequiera que surja el más
mínimo alboroto para que un corazón,
todo perplejidad él, te adivine.           Esculpiré
esta jornada en la memoria, Óliver,
hijo primerísimo de mi hijo: tu primer
parpadeo, tu primer bostezo… Esta
secuencia innombrable de emociones,
este temblor piadoso, impío a ratos,
este apogeo inédito.           La distancia
tiene un espolón de hierro, cielo, está
hecha de besos muertos, de caricias
truncas, de tacto pensado. Sé que
estoy lejos. Una inquietud metódica,
militante en el tiempo, no cae porque
se desdeñe. No bastan un instante
cerril, una insurrección severa, a quien,
abroquelado en los sentidos… Estoy
lejos, lo sé. Pero también imagino,
Óliver, imagino y amo. Te amo.           Todavía
el boggie woogie dilata los muros que
atiranta Bach (oído de patagón / ojos
de topo). Es mediodía y río. Todavía
bailo este mareo sabroso. Deslum-
brado me columpio, ¡ea!, al bies de tu
foto. Luz: pan que partimos, com-
partimos. Saldo al alza. Promiscuidad
luminosa a pesar de. ¿Besos muertos,
caricias truncas, tacto pensado? Sí. Y
también una plenitud que abrasa. Esto
es verdad, Óliver. Asómate. Conecta
tu alma de hombre a esta marea in-
fecta de humanidad. Distíngueme antes
de verme, de pensarme. Soy el abuelo
bailongo: un aglomerado de tiempo en
fuga con medio kilo de corazón des-
pedazado, entero para el amor, que

              (I wanna squeeze him but I'm
                                      way too low.
                    I would be runnin' but my
                              feet's too slow…)

baila. Un poetón viejo, experto en
oscuridad, aspirante a promiscuo de-
predador de luz.           Ah, Óliver, qué 
puntual y cargado de ti mismo llegas 
donde puedo imaginarme prolon-
gado. Mañana. Pan y sangre.           ¡Luz!




13 comentarios:

  1. Algún día Óliver lo leerá y sentirá lo importante que es, lo que removió su nacimiento, eso le hará feliz y confiado, más fuerte

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  2. Llega Oliver a la luz. Llega a un mundo, al otro lado de este. Que ruidos acunaran su sueño?

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  3. Llega Oliver a la luz. Llega a un mundo, al otro lado de este. Que ruidos acunaran su sueño?

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  4. Gracias, queridísimos Paciel y María Victoria, hermanos míos. Abrazo enorme.

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  5. ¡Que suerte Oliver tener un abuelo poeta!
    De nuevo felicidades a los abuelos y a los papás. Y felicidades a Oliver por elegir un nido adecuado.

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  6. Tama, intenso y complejo.... como los grandes amores... me alegra mucho la felicidad que les ha proporcionado Oliver que debe ser un especial

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    1. Gracias, anónimo amigo. ¿Cómo rastrear tu identidad? Lo haré, lo haré para poder enviarte un abrazo virtual.

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    2. siempre olvido identificarme. un abrazo

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  7. .....soy Julio...pensé que ahora si me había identificado pero no he sabido hacerlo....no soy muy hábil en esto...pediré consejo

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