¿Qué
iroqueses te soñaron, negri-
ta
mía, junto a tu hermano rubio
(ese
godito), en Jackson Heights re-
volviendo
mundo? ¿Acaso vienes
a
plantar una hermosura antigua en
el
huerto que Helena dejó a Marilyn, y
Marilyn
sembró de rizos amarillos
tallados
con rulos plásticos? ¿O
vienes,
matriarca en ciernes, a escu-
pir
América en la cara fría (y negra
y
blanca y cobriza y amarilla y triste
y
pálida y menguada…) de los ame-
ricanos? ¿O simplemente te pre-
sentas
con tu cargazón hispana (ole
tus
breves espaldas) en Queens, New
York,
para sostener la pizca de sal
mediterránea
en la cresta de la ola
que
se abisma (¡ahora sí, ya!) por la
cloaca
occidental de Occidente? Ah,
mi
cielo, perdona al viejo preguntón
que
quiso ver en el guiño asiático de
tu
primer oteo una señal de…
¿esperanza?
(¿No
era oriental aquel niño betlemi-
ta?). Perdona el calentón. Templa
mis
disparates… Un bebé. Eso eres.
Como
si fuera poco… El mundo es
cada
día nuevo para los que nacen.
¿Ves,
Sofía, qué nuevos los ojos de
mamá,
los de papá? Parecen hechos
hoy
mismo con semen de unicornio
y luz de estreno. ¿Y los de Óliver? Pa-
recen
proyectos, no de ojos, de estre-
llitas
sin órbita tasada en una galaxia
nonata. Qué nuevos la nana y el
bramido
del tren. Y la cincha de amor
a
tus costados… Qué nuevos
el
calostro que aroma su rastro: ma-
má,
y el tacto de sus hombros: papá,
y
la risa del tío, y la voz (así, como la
oyes,
mi niña, así de dulce sabe el
arroz
con leche) de abuela. En
un
mundo naciente (ocultos, desaseo
y
carcoma) todo es primicia a saborear
despacio
en el espacio. ¿Qué pinta el
tiempo
en tus indagaciones?
Cero.
El tiempo es una avería (La Irre-
parable)
para cuando surjan, ay, muy
distintas
ganas o desganas. (¿Me lees?
Ya
estás en él. De cuajo). Ahora (el
tiempo
es una trampa, bien, pero po-
demos
trampear en el poema su lineal
obcecación)
toca juego. Juguemos, por
qué
no, a imaginar el viaje al día (éste:
hoy)
en que lees al abuelo.
En el puente de un navío blanco
(cuatro
manos tensas al timón), Sofía
desordena
los juguetes que Óliver dis-
puso
cartesianamente. Ella llora en
inglés
y brama en castellano. Él, que
ordena
en ambos idiomas, mientras
puede
evita la zaragata. Un silencio
monocorde,
umbral del estallido, avi-
sa
a los timoneles: «Esta niña no vi-
no
a templar gaitas. Ni en el puente.
Ni
en la cocina. Ni…». Cuando Óliver
estalla,
hace rato los juguetes están
en
cubierta bajo un sol achicharran-
te:
«Ni de noche ni de día puedo con
ella.
¿Por qué la quiero tanto?» El
barco
apenas sale de la bahía (cabo-
taje
/ bojeo). El sol se divierte en cu-
bierta.
Sofía regresa al puente: «Ma-
má,
papá, alejaos de la costa». La
silueta
de la ciudad, que embabelada
pretende
rascar (qué bien visto) el
cielo,
pierde al contraluz y en la dis-
tancia
(todo es espacio) talla y porme-
nores.
Llueve. Un albatros, que llega
de
no se sabe dónde y huye de no se sa-
be
qué (todo es espacio), anuncia
ventisca.
Óliver fue siempre de sangre
ágil,
especialmente sensible a los re-
lámpagos.
Sofía sabe (la sangre, cómo
sabe
la sangre) que el meteoro vie-
ne
cargado de algo novedoso (todo es
espacio).
«¿Qué trae?», se pregunta
sin
saber que lo hace. Cuando
la
tormenta muestra su eléctrica den-
tadura,
el albatros gira, enfila el cua-
drante
menos cierto del horizonte y...
Óliver... ay, ay, que lo tripula… «¡No!»,
gritan
los timoneles. «¡No!», grita Sofía,
ni
en inglés ni en español. «¡No. No!»,
grita
con las manos, mientras agarra
a
Óliver. «¡Qué trae! ¡Cómo
lastra!».
Él
tampoco lo sabe. Pero del lomo del
albatros
baja con el tiempo a lomos.
(Cinco
años ella. Siete él). Tiempo, Sofía,
lo
que nadie entiende. ¿La finita fuga del
espacio
al infinito? ¿El juego más terri-
ble
de los números?... «Regresad a
la
ciudad, mamá, papá. ¿No pesa dema-
siado
el tiempo para este velerito?».
El paisaje de Queens, ya mordido
por
el relojeo, es un catálogo de vivido-
res
(santos / santones / inocentes / bobos / ácratas /
golfos
/ crápulas / currantes / vagos /
lilas…)
que funcionan, o no, bajo im-
pulsos
colectivos. Apenas quedan
almas
en el cajón de sastre que esca-
pen
al asexuado vaivén de los emble-
mas,
los eslóganes. Sofía (¿qué hará la
pubescente
Sofía en este jolgorio de
los
muertos vivos?... ―jugamos, ¿re-
cuerdas?)
se ha hecho lectora. Abre
un
librito. Lee: Crotora la cigüeña. El
ciervo… Se detiene. Hojea: ¿Qué iro-
queses te soñaron, negrita mía… «No.
Todavía.
¿En papel?». Lo cierra y de-
vuelve
al polvo. Hay polvo en esa bal-
da.
Un polvo tal vez demasiado locuaz
para
ser polvo. Sofía lee otras cosas. Por
ejemplo,
la obra de Stevenson mag-
níficamente
digitalizada por una edi-
torial
pequeña con sede en su calle; o
la
mirada encendida de ese amigo de
Óliver,
que tan a menudo tardea en
casa
los días de diario… Ah,
pero
si el tiempo aparece en escena es
para
circular, para correr incluso. Y va
cada
vez más rápido... Sofía estudió,
digamos,
enología (por qué no enología)
y
ahora vive en la antigua casita de
los
abuelos en Boecillo, que Óliver, ar-
quitecto,
rediseñó para uso de los primos. El Norte
de
Castilla: La enóloga Sofía Tamargo y
el empresario vinatero para quien tra-
baja se casan el próximo sábado por el
rito católico... (Ja… Compréndase que
chilabas,
tarbushes, hiyabs y demás com-
plementos
de tal guisa, campean en una
España
aspada por el islamismo). ...Un
cura robótico, sujeto a la inteligencia
artificial, oficiará la ceremonia, a la
que
asistirán… (Negrita mía, qué abuelo tan
loco,
¿no?). Y de pronto Sofía, la
matriarca
atezada que los iroqueses so-
ñaron
junto a su hermano rubio (ese
godito),
en Jackson Heights revolvien-
do
mundo, devuelve a la Meseta su reto-
ño.
(―Mamá, papá, cuántas vueltas da
la
vida). Entonces, ya madre, un domingo
regresa
a su librito: Crotora la cigüeña.
El
ciervo… Y esta vez lo acaba: Yo,
recostado contra el viento y contra el
espacio soleado y contra abril y contra
un mediodía lleno de campanas, en tu
nombre
termino con Faulkner… ¿Y tú?
Tuyos son el reino y la última palabra.
Oh, Jorge, ¡qué belleza! Cuando tu negrita Sofía lo lea se deshará como un merengue al sol de esta Castilla impenitente.Besos abuelón.
ResponderEliminarGracias, querido, de abuelón a abuelón. Y abrazos.
EliminarWow!, magistral poema amigo mío!
ResponderEliminarUna vez más nos haces soñar, volar en el tiempo….
Te abrazo
Gracias, querido. Por qué no, volemos. Dime dónde y cuándo y levantamos vuelo. Si es que alguna vez nos hemos posado. Me alegra mucho que te haya gustado. Abrazos
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