miércoles, 27 de diciembre de 2023

AHOGADOS EN MERCURIO, DE FERNANDO DEL VAL

 



El molinero ladrón de viento hace buena harina con la tempestad.

                                                                                                                                     G. Bachelard

                                                                                                         

 

Acabo de leer Ahogados en mercurio, de Fernando del Val. ¿Debía sujetar este entusiasmo aniñado? ¿Debía limitarme a decir: «corred, corred a leerlo muy despacio, por favor»? …En una carta a Jorge Guillén, Américo Castro, a quien Jorge había pedido opinión sobre algunos poemas propios, confesó: El escribir sobre poesía es la tarea más insensata que pueda uno realizar, sobre todo estando ahí el poeta, que por otra parte… tampoco podría hacer sino repetir sus versos. Insisto, ¿debía limitarme a decir: «corred, corred a leerlo muy despacio, por favor»? No puedo. A ver si al menos logro enfocar mi ánimo para hablar lo justo. Que esto es una reseña, aunque el corazón y el hígado me pidan mucho más. Tiempo habrá para discursos cardiacos y hepáticos que publicaré o no. La verdad es que el libro no me necesita para nada. La verdad es que al libro le sobran los voceros, le sobra cualquiera que pase de ser un simple y agradecido nuncio. No obstante…    

Hace mucho tiempo que esperaba este libro. Y hace mucho tiempo que esperaba de Fernando un libro como éste. Lo esperaba de él, porque es uno de los pocos poetas del ámbito hispano que está listo para escribir algo así. ¿Cómo? Impecable en lo formal, meridiano en lo sustancial, y para salvar lo anterior de su propio veneno, cargado de poesía. Razón poética. Verdad poética. Imagen poética. Poesía. Poesía que provoca en el lector un aluvión de emociones inteligentes. La entiende l’alma, el corazón la siente, / aquélla docta y éste vigilante, que diría Quevedo. ¿Es ésta la única poesía que importa? Por supuesto que no. Tiene que haber poesía para todos los gustos, pero hay tanta de la otra… Como dijo Forkel para explicar que Bach no escribiese canciones: estas encantadoras florecillas del arte nunca perecerán; ninguna necesidad hay de dedicarse a cultivarlas con especiales cuidados, porque la naturaleza las produce espontáneamente. Fernando está a lo que tiene que estar.

Ante un libro como éste se agolpan en mi cabeza los motivos para el elogio.

El libro es perfecto musicalmente hablando, porque aunque en teoría abre numerosos caminos en tal sentido (los poemas prescinden de signos de puntuación), los versos están diagramados y encabalgados de una manera tan sólida, los espacios “silentes” están tan bien colocados, que apenas puedes tomar un camino: el que marca el autor, que es, además, el que te permite cantar con él sin incómodos tropezones. Esto del verso libre es una ilusión, un camelo más de los poetas que parecen decir al lector: «siéntete cómodo, podrás leerlo a tu manera», mientras fijan la música en una partitura de piedra. No existe el verso libre en la buena poesía. Aquí la libertad, como en cualquier otro terreno, pasa por entender lo necesario y disfrutarlo sin complejos. Sólo hay margen en estos poemas para que el lector escoja el tempo en que quiere leerlos. Nada más. Aunque tampoco. No, tampoco. El tempo también viene tatuado en la buena poesía. Los tempos otros son como calcomanías. Eso. Y eso lo desconocen incluso algunos poetas, que leyendo sus poemas los niegan, lo que quiere decir que los escribieron bajo un ataque de amusia. No es el caso de Fernando, claro.

El libro optimiza los recursos expresivos. Los optimiza. No abusa de ellos, pero tampoco los evita. Fernando es un poeta castellano. Con esto quiero decir, no que nació en Castilla (se puede ser un poeta castellano habiendo nacido en Manila), sino que escribe con nivel y plomada en el tumbo de la lengua. Es un poeta del centro, no de la periferia. Sin embargo, no se deja batir por esa ventaja-desventaja, porque no pasa la poesía por un cernidor de retórica hasta desnaturalizarla. En este libro el ajuste retórico nunca impacta en la línea de flotación de la poesía. Manda la imagen, que exige la retórica justa, la óptima. Dar en el clavo con esto es crucial, porque hay poetas castellanos que llegan a la antipoesía, no contra el lirismo, no en rebeldía frente al canon, no usando la burla, el sarcasmo, el humor negro, sino huyendo de la retórica hasta convertir lo que escriben en insulsa prosa. Magra, sí, pero no poética. No es el caso de Fernando, claro.

El libro es vertical cuando se posiciona frente a los vicios que en la actualidad descabellan la cultura occidental. Aquí ya no hay equidistancia que valga. Fernando ajusta cuentas hasta consigo mismo. Tonterías, las justas; es decir: ninguna. ¿Hay en este libro pesimismo? Sí. Pero se trata de un pesimismo luminoso. Porque en las entrelíneas del diagnóstico, la poesía abre mil caminos de tratamiento. Tratamiento que apunta siempre a la confianza del hombre en sí mismo, a la fe. No religiosa. O sí. Fe. …la hierba no crecía / había perdido la fe. …la fe evita el rodeo / une los mares distantes / la duda es método / siempre que no ciegue el camino. Aquí los apósitos no son de mercurio. Ni siquiera se trata de meros apósitos. Aquí se le pone tope al escepticismo razonante. El libro es todo él un canto contra la mansedumbre del hombre occidental frente a los agentes que cercenan sus piernas. Fernando le ha visto las orejas al lobo y toma las precauciones que aconseja la lectura de estos versos de Lope: con la noche corrió una vez desnudo, / y, dándole una echada de ventaja, / cuando se quiso levantar no pudo. ¿Noche y oscuridad? Por supuesto, siempre que la vela no esconda la salida en la caverna; siempre que lejos de esconderla, la aclare. En fin:         


¿Contra un hombre que se pretende a sí mismo ahistórico, y que sin embargo trata de reescribir la historia para convencerse de que debe reducirse al animal?

            Página 30 

 

¿Contra la falta de fe y el miedo paralizantes, que desembocan en lo políticamente correcto?

            Página 32                                                                                                                                            

                                      un día su madre le pidió

que vaciara los bolsillos

 

cayeron

un dios menor

y tres argumentos mayores

 

[silentes

por miedo

a no decir

la frase

correcta]                                                                                                                


¿Contra la falta de confianza y la parálisis cobarde?

            Página 34

el sol se echó a temblar

cuando leyó la tempestad

y vio

acostada

su figura

junto a bosques

y jaguares

compartiendo cama

con el siglo veintiuno

 

¿Contra el exceso bobo (o no tan bobo) en el derecho positivo?

            Página 38

pasado mañana

la piedra

exigirá sus

derechos

y tú

se los darás

 

¿Contra el nihilismo?

            Página 37

todo tiene márgenes

relieve

ángulos

[…]

salvo la voz de la ausencia

el rugido del no ser

 

¿Contra la cultura de la cancelación?

            Página 39

 

¿Contra la cobardía de los decadentes?

            Página 40

el hombre teme que el futuro

                se disfrace de destino

y el porvenir le aceche con olas de nueve metros

el pasado mientras tanto

le atormenta con la felicidad

[la nada no tiene centro        dijo leonardo

la vida humana     a veces     parece que tampoco]

 

¿Contra el periodismo ignorante y sectario?

            Página 43

 

¿Contra el cientificismo ciego?

            Páginas 66 y 67

el científico deseó saber

cuánta sangre

había

por el suelo

calcular su perímetro

pero la forma de la muerte es tan caprichosa

       que no pudo tomar medidas tan drásticas

 

el ojo fino de la lluvia

advertía el gorjeo de los pájaros astrónomos

[…]

las aves importan

mientras nadie

las sobrevalore

 

¿Contra la vocación de inmanencia (¿chamánica?) negadora de la trascendencia, y contra el racionalismo destructivo?

            Página 83

sin sujeto no hay objeto

sólo       pesadillas de la razón


El libro contiene todo esto, pero es lo contrario a un ensayo. Como dije antes, la excelente versificación (música perfecta / recursos expresivos óptimos / imagen poética de alto vuelo) salva a la sustancia poética de empantanarse en sí misma. En este libro el qué es meridianamente claro y necesario, pero es el cómo lo que marca la diferencia. Por ejemplo, tanto como pueda decirnos un ensayo sobre el tiempo, o más, nos dicen estos versos: [el tiempo es] cobijo de eternidad / en los mejores casos. ¿Se puede apuntar mejor y con menos palabras a lo confortable que resulta la trascendencia? Aunque se sea a ratos pesimista, ¿se puede decir mejor que el hombre es un ser estrellado y que el cielo es parte de su morada, que cuando se dice: Somos una estrella que desea salir del cielo?  Somos una estrella y existimos en el cielo. Y somos nosotros quienes, inexplicablemente, queremos abandonar esencia y existencia. Ante esta demoledora certeza, Fernando levanta un magnífico portón poético que invita a tomar otro camino. Sí, el molinero ladrón de viento hace buena harina con la tempestad. Ante el rugido del no ser que hace temblar al poeta, reconforta saber (con toda intención citaré a una escéptica impenitente como Virginia Woolf) que, si se arrumban la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación, hay cálidos huecos en el corazón del rugido.

 

El libro está exquisitamente editado por la Fundación Jorge Guillén en la colección Maravillas concretas. Ya sabéis: «corred, corred a leerlo muy despacio, por favor».



2 comentarios:

  1. Lo he vuelto a leer. ¿Será verdad eso, de que dejaremos (como humanos) de leer libros, y nos parecerá (como ya algunos les parece), que son inútiles y aburridos instrumentos emocionales, y que han traído más males que bienes a los que los tuvimos por lo más importante de nuestra vida? No lo sé, hace años me habría peleado con quién dijera esto a muerte, ahora dudo, creo que efectivamente podría ser, que los libros incluso acabaran, como antaño, siendo para élites, para algún iluminado, y prohibidos incluso algunos otros. Ya sabes, se contará bajito que nos pareció poco el privilegio de poder tenerlos y leerlos, y por eso nos fue arrebatado... o algo así. Gracias siempre, Jorge, por la inteligencia en la palabra.

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  2. Ay, amiga, qué cosas te preguntas. Quién sabe adónde (en qué) acabarán los libros. Quién sabe adónde (en qué) acabaremos. El libro y el hombre son fenómenos históricos. Son y están en el tiempo y en la historia. No parece que el tiempo y la historia tengan fin si no lo tiene el propio hombre. La pregunta es: ¿qué pasará con nosotros, en qué líos nos meteremos? Mientras seamos humanos e históricos necesitaremos libros, sea cual sea el soporte que los libros terminen tomando. Ya sabes, estos empezaron en tablillas de madera, cerámica, piedra; pasaron por por el papiro y el pergamino antes de llegar al papel; y ahora desembarcaron en el formato digital. Pero, ¿un mundo sin libros, es decir, sin memoria? Que el libro termine por posarse definitivamente en formatos no físicos (materiales) es casi seguro, pero que desaparezca... En fin, digo contigo: que sea lo que Dios quiera. De momento, leamos. Como siempre, muchas gracias. Besos de tu admirador. Yo.

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