miércoles, 17 de enero de 2024

LA ANIQUILACIÓN EN VERSIÓN DE FRANCISCO DOS SANTOS

 


                                                 

                                                                    El silencio de Dios está lleno del discurso del hombre.

                                                                                                                    Corinne Enaudeau

 

Llevo algunos días volviendo una y otra vez sobre la obra “Aniquilación” de Francisco Dos Santos. Siempre disfruto mucho con las invenciones de este magnífico artista (diseñador, dibujante, poeta), y en esta ocasión, por más que el título de la serie tuviese cara de perro, no ha sido diferente. Francisco no ha logrado ponerme a temblar de miedo con sus dramáticas escenas. Digo dramáticas y no trágicas con toda intención, porque si a estas láminas le quitamos el marchamo literario, el caos que contienen pudiera referir lo mismo a la muerte que al nacimiento. Es más, yo quise ver y vi estas hermosas imágenes como instantáneas de un caos genitor, y no de un caos exterminador. No un final. Un recomienzo. ¿Por qué? Aquí debía detenerme. Lo sé. Pero me pasa lo de siempre: cuando me impulso no sé parar ni siquiera ante muros envolventes. No debía preguntarme nada. «Esto me gusta y se acabó», debía decirme. Sin embargo, si se cree tener herramientas razonadoras sobre algún asunto, y asimismo se padece el vicio de escribir para ordenar las ideas que esas herramientas levantan de manera despótica ante el sujeto-crédulo… Montaigne dijo: bien quisiera tener más cabal inteligencia de las cosas, pero no quiero comprarla por lo cara que cuesta. Lo dijo cuando ya era tarde, cuando había invertido mucho en cabalidad inteligente, pero seguro que aun así le dio tiempo a detenerse frente a umbrales carísimos. Me pasa a mí, por ejemplo, con la música. No quiero saber más de música. Sólo quiero escucharla. Consideraría un enemigo a cualquiera que tratase de endosarme conocimientos de solfeo o armonía.                                                    Ya, pero estás láminas tan sugerentes de Francisco…

Dos ideas ajenas se alternaron en mi cabeza desde que vi la serie por primera vez. Había estrellas fugaces. Caían como si del cielo estuviera lloviznando lumbre, dijo Rulfo refiriéndose a la festiva resonancia celeste de un funeral. El aura alzaba chispas de la tierra, dijo Leopardi refiriéndose a los tiempos en que todavía no se había completado la ruina de Italia hasta el punto en que sobre su tumba, inmóvil, se sentase la Nada. En estas láminas de Francisco, ¿llovizna lumbre del cielo, o saltan chispas de la tierra? Puede que la pregunta no sea ociosa. O puede que sí. Porque en ambos casos ¿no se apunta a un fenómeno restaurador? Si la aniquilación de Francisco viene del cielo y lo hace con lumbre fría, es decir verde-azulada, ¿no será su motor un azufre reparador del que resurjan, no sólo Lot y su fértil ebriedad, sino también sus hijas y después sus nietos: padres de los moabitas y los amonitas? Bueno, los moabitas y los amonitas nos gustarán más o menos, pero son hombres, no maquinitas transhumanas… Y si la aniquilación de Francisco viene de la propia tierra, de la que un aura universal hace saltar chispas, y todos esos azules y turquesas son devueltos por el mar al Cielo, que los recibe y los luce, ¿no será que el propio Cielo acepta tomar cartas en el asunto para que todavía la nada no se siente, inmóvil, sobre la tumba de la humanidad? Por muy caribeño que yo sea, en ningún caso imagino un escenario apocalíptico con esa rumba de colores altivos. Si los cuatro jinetes del apocalipsis atravesaran semejante escenario, ellos y sus caballos afortunadamente saldrían bailando lambada.

Que Francisco se vea (nos vea) sujeto de aniquilación con esos ojos luminosos demuestra que es merecedor de un don invaluable: el del Arte con mayúscula. Merecedor, digo, de producirlo y recibirlo. Estas láminas son mucho más sensitivas que razonantes o discursivas. Y como siempre sentiremos más de lo que sabemos (Escohotado), son arte del bueno a pesar de lo que pudiese lastrarlas el discurso: nada, no las lastra nada. Ninguno de los pesados pensadores del Fin, ninguno de los sesudos nihilistas de pro, pudiera imaginar una aniquilación tan gozosa y prometedora. Sucede que el arte no resuelve problemas, ensalza misterios. Y esto de ser o dejar de ser… El ser no es un problema, es un misterio, dijo Verneaux aludiendo a ideas de Marcel. La existencia es un agujero en la realidad objetiva, dijo Jaspers. Y si lo es la existencia, cómo no va a serlo la esencia. Todo lo referido a que seamos o dejemos de ser, incluso inmersos como estamos en un recoveco histórico enfangadísimo, acechados, además, por la inteligencia artificial, seguirá siendo eso: un misterio: un agujero, no sólo en la realidad objetiva, sino también en la consciencia. Así que el inconsciente de Francisco se aprovecha del hueco en la consciencia (la suya y la nuestra) para levantar ante nosotros una aniquilación de tez morena y ojos azules. Vamos, un bellezón que lejos de asustarnos nos atrae.

Jamás encargaría a un artista como Francisco una serie de láminas realmente apocalíptica. Pensaría en artistas con menos luz, menos numen y menos sentido del humor. Es decir, no pensaría en artistas, sino en productores o reproductores de conceptos encadenados a sí mismos. O podría pensar en racionalistas bobos, de esos capaces de concebir aquella Venus de Ayn Rand que surge de la escotilla de un submarino. Pensaría, seguro, en los expertos armadores de discursos humanos, demasiado humanos tal vez, que muy altaneros ellos se creen capaces de llenar el atronador (ese sí que me aterra) silencio de Dios.



Las láminas se pueden ver y comprar pulsando el siguiente enlace: 

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2 comentarios:

  1. Querido amigo, es tanto el ruido... que el silencio de Dios solo se escucha como privilegio. Los que chillan sobre eso generalmente están sordos de soberbia. Buen escrito a esas buenas láminas.

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