La luna nueva salió en Alejandría
llevando entre los brazos a la vieja.
Seferis
Hace unos días visité de nuevo a
mis amigos de la Fundación Jorge Guillén. Allí leí unos poemas
y tomé un par de cafés para redondear una charla amena y sustanciosa. Como
siempre, pregunté por las novedades de su catálogo. Como casi siempre, resultó
haberlas. Pero esta vez me estaban esperando con una sorpresa especial. Noté en
sus ojos esa vibración que suele acompañar a la complicidad cuando ocurre
pletórica, gozosa. Ellos sabían perfectamente que aquel librito amarillo
(Soliloquios y otros apartes, de Willinton Triana, Colección Maravillas
Concretas) me interesaría mucho. A ver
qué te parece, dijo Antonio, este
nuevo descubrimiento, y, sin abundar en datos, leyó dos o tres de sus poemas.
Me fui entusiasmado. Llegué a casa. Leí el libro de un tirón, y aquí estoy para
darles muy buenas noticias.
Willinton Triana, poeta de origen
colombiano residente en León, tiene sólo diecinueve años. Y sin embargo, cuenta
ya con una voz poética muy poderosa. Me atrevería a decir que hasta ahora no
tuve la suerte de encontrar algo así en nuestra poesía. No se trata, sólo, de
una alegre y bien perspectivada precocidad. Hablo de un poeta en progresión,
cómo no, pero con un primer libro que ya quisieran para sí muchos otros que
triplican su edad, y son fijos en el palmarés de los concursos más célebres, en
sillones de cátedras y academias. Espero no hacerle daño a este muchacho con lo
que voy a decir. Si llego a conocerlo personalmente, yo mismo le ofreceré una
buena pista de aterrizaje que le evite perniciosos mareos, pero ahora debo ser
honesto. Su poesía importa mucho. Y esto a los diecinueve es muy reseñable, cuando
menos, por infrecuente.
Empiezo por el nombre del autor
que aquí resulta premonitorio: Willinton Triana. Esta extraña forma de nombrar,
tan manida en la
América Latina de las últimas décadas, raramente encuentra
acomodo en el alma adecuada. El poeta tal vez lleve nombre de futbolista bogotano,
de acuerdo, pero en su caso, haberse llamado de otro modo hubiera coartado el
acarreo de varios significados adjuntos, porque el Willinton (pueblo de
Connecticut, en la costa este de los Estados Unidos) y el Triana (barrio de
Sevilla, España) se ajustan perfectamente a una vocación compleja, la suya, que
incluye la búsqueda en las vanguardias con origen en el norte de Europa, pero
siempre sujeta a la tradición mediterránea, latina, española. Aquí lo Willinton
dispara, en la misma medida que lo Triana ampara. Y es que la poesía de este
chico, como iremos viendo después, sin renunciar a la indagación fuera de casa,
hace el recuento último a los pies de su hoguera, con todos los ángeles y
demonios propios en derredor, obrantes, insertos en el caudal de la tradición.
Porque este libro es un soplo de aire fresco, sí, pero no llega del cielo. Se
procura con un fuelle secular, tan ajado como resistente, tan sobado y puteado
como diligente.
Desde la misma dedicatoria, que
es, además, prólogo y primer poema, las cosas quedan muy claras. El posterior
desarrollo del libro es hábilmente indexado en ella como una franca declaración
de intenciones: renovado barroquismo, sostén dialéctico y metafísico, (también
mitológico) chispazo surrealista, desinterés por la moda, agudo sentido del
humor…
Leída la dedicatoria, y aunque
avisado por ella, las sorpresas se van sucediendo poema a poema. La poesía de
Willinton ocurre ajena a la juventud de su autor, a cualquier otra circunstancia
que pueda presuponer acotación. Sencillamente se planta en el siglo XXI con la
tradición por garante. Y entonces me pregunto: ¿pero de verdad este poeta tuvo
tiempo de leer todo lo que aquí aparece avalándolo, o ello le fue regalado en
la intuición y el talento? Poco importa. El caso es que lo mejor de nuestra
poesía, desde Manrique a Juan Ramón, con toda su complejidad incluida, asoma
aquí válidamente renovado. Lean, por ejemplo, estos versos extraídos de
diferentes poemas:
Me pidió que
quebrara
el verso,
que lo
sangrara,
y a cambio me
enseñaría
cómo matar a
un bardo.
¿Qué cuánto?
Qué sé yo, quizá once
como espacios
intercostales tengas
donde pueda
enredarse un tonto hueso mío.
Ha como
veintiocho años que te extraño.
¡Ah!,
veintiocho años que siquiera tengo.
Menos mal,
Amor, que eres lodo fértil
donde hacer el
alborozo para este núbil cerdo.
Mujer, mujer,
esas verdades
no se escupen
en un vaso
frágil.
Sé la mecha
de una
explosión concentrada de azar reprimido.
Willinton no persigue sombras
informes en la deconstruida actualidad. Las caza donde pueden integrarse en
figura cierta, las in-forma a la luz poderosa de su tradición, y las entrega re-proyectadas
por las luces de su siglo. Todo esto hace sin complejo alguno. No viene a
España para rebuscar en esa triste acumulación de nada que se llamó Poesía de la Experiencia, ni va a
Colombia para hacerlo, por ejemplo, en el autodestructivo Nadaísmo. Willinton
toma en ambas orillas del idioma lo que supone su base constituyente, su fiable
tuétano, y con esa materia, (insisto, no sé cómo es capaz) levanta una primera
obra realmente poderosa.
En el fondo de este libro
palpitan desde Manrique a Juan Ramón, pero lo hace especialmente el barroco. Resultan
claros, por inconscientes que puedan ser, los apoyos en Quevedo y Góngora,
incluso en Gracián o Sor Juana. Si añadimos a los citados versos de Willinton, estos:
Soy gris con
tendencia a oscuro
y luzco no
mejor la prenda alba.
Vivo verano
los días todos…
y los ponemos en paralelo con
estos otros de Góngora, Quevedo, Sor Juana, o, incluso Cervantes:
halló
hospitalidad donde halló nido
de Júpiter el
ave.
Góngora
Sola en ti,
Lesbia, vemos ha perdido
el adulterio
la vergüenza al Cielo…
Quevedo
Firma Pilatos la que juzga ajena
Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!
Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!
Sor Juana
… es más libre
el alma más rendida
a la de amor
antigua tiranía.
Cervantes
queda claro lo antes dicho. No
quiero hablar sin más de otra vuelta de tuerca al Neobarroco, tan vivo todavía
en América Latina, para no someter la poesía de Willinton a semejante horma,
pero está claro que aquí las formas no son simplonas. Y no lo son, porque la
sustancia que formalizan tampoco lo es. Como ya dije, y explicaré más adelante,
la poesía de este muchacho está cargada de dialéctica, metafísica y mitología.
Es relativamente compleja (que no complicada) porque es ambiciosa, porque pretende
dar forma a temas que importan. Resulta en ocasiones “oscura” (comillas también
en letra para que queden acentuadas) porque maneja imagen de alta calidad. Y no
es viciosamente sucinta.
En este punto podría extenderme
mucho. Ya lo hice en otras ocasiones. Pero prefiero apoyarme en una brillante
cita de Mauricio Serrahima para cortar y aclarar camino: “La función de la
claridad no es impedir que se digan cosas complejas, sino decirlas claramente,
la concisión cuando se substantiva, llega a ser un obstáculo para la precisión,
y se juzga entonces la mesura por las dimensiones en lugar de hacerlo por las
proporciones…”
Willinton no teme a nada que no
sea la Nada. Entonces
emergen los padres barrocos con su inconfundible bordón, y ocurre el milagro:
la poesía parece nueva (acaso lo es, si esto es posible) y al mismo tiempo nos
pertenece, porque nos trae la nueva luna en brazos de la vieja. Sí, esta poesía
es felizmente nueva y nuestra. Pero si tuviera que elegir entre ambos
atributos, optaría por el segundo, porque estamos ante una obra que atiende a
los dones asentados en nuestra lírica por la decantación esencial a que fue
sometida en su Siglo de Oro, especialmente en la mejor poesía de Góngora.
Veamos cómo lo explica Lorca:
“Góngora huye en su obra
característica y definitiva de la tradición caballeresca y de lo medieval para
buscar, no superficialmente como Garcilazo, sino de una manera profunda, la
gloriosa y vieja tradición latina. Busca en el aire solo de Córdoba las voces
de Séneca y Lucano. Y modelando versos castellanos a la luz fría de la lámpara
de Roma, lleva a su mayor altura un tipo de arte únicamente español: el
barroco. […] Vio el idioma castellano lleno de cojeras y de claros, y con su
instinto estético fragante empezó a construir una nueva torre de gemas y
piedras inventadas que irritó el orgullo de los castellanos en sus palacios de
adobes. […] Y no busca la oscuridad. Hay que repetirlo. Huye de la expresión
fácil, no por amor a lo culto, con ser un espíritu cultivadísimo: no por odio
al vulgo espeso, con tenerlo en grado sumo, sino por una preocupación de
andamiaje que haga la obra resistente al tiempo. Por una preocupación de
eternidad.”
Willinton participa a su manera aquella
obra de rehabilitación constituyente. Y no sólo en lo formal, sino también, y
en la misma medida, en cuanto a la sustancia poética que la sostiene. Porque su
poesía, como ya dije, está cargada de argumentos dialécticos, metafísicos,
mitológicos… Ah, pero se aleja de lo puramente discursivo con esa pericia que permite
reconocer a los buenos poetas. Aquí el pensador jamás devora a su partenaire.
Ofrece todas sus armas (de nuevo muchas, para la edad del autor) pero las
somete siempre al arbitraje último del poeta: el único que puede desmarcase de los
segmentos abstraídos de la realidad con fines cognoscitivos muy particulares,
para trabajar en su compleja totalidad. Willinton es un autor que piensa
finamente. A estas alturas, ¿cabe suponer otro tipo de poeta, si pretendemos
algo más que ritmo y color? Lean, por ejemplo, estos versos:
A propósito de
la vida:
vira, como
electrón en movimiento,
con prepotente
pasmo.
Ser […]
el acto en
potencia más fácil de tratar.
“Yo” es
sustantivo sin fundamento,
adjetivo
adyacente al absurdo.
Excéntrica y,
no obstante, ay,
tan fácil de
ignorar.
Y estos otros:
procurando
zanjar el dilema de ser
en calidad de
cedro,
en calidad de
niña gitana,
en calidad de
cuásar con resaca de quimeras y sed de cielos…
Yo cedo
existencia a los estorninos…
Así se las gasta este joven poeta,
que se mueve, según conviene al poema, de los presocráticos a Platón con
pasmosa facilidad; que si es necesario tira de la metempsicosis, con base en el
orfismo y en Pitágoras, sí, pero sostenida también en la reminiscencia
platónica; que desembarca en Antístenes, Zenón o Epicuro, pero asimismo los
evita pavorosamente si pitan “peligro”, y todo ello, con una solidez que
sobrecoge.
y tengo,
además, los ojos
llenos de
denunciaciones,
cansados de
tanta vida malgastada.
expirada está
la garantía de ataraxia
y estragado el
calostro de las ménades.
[…]
soy polilla
carcome nadas.
Willinton, además, maneja la
mitología bíblica con soltura, (tras este libro está muy presente, por ejemplo,
el Cantar de los Cantares) como también hace con la mitología grecolatina. Esto
no es ninguna tontería. Su vocación es ecuménica. Y aunque recién comienza a
escribir, ya aparecen mezclados, pero también sopesados Oriente y Occidente. Ya
se ponen en su sitio a Troya y a Roma, David y Melibea, Edith y Ofelia…
buscando tanto sus puntos comunes (el filón genésico en nuestra ecléctica cultura)
como sus particularidades en un entramado ético muy específico. Todo ello, en
ocasiones filtrado en la mejor tradición de la lengua castellana:
Lloró Pleberio
e insistió en su llanto
–Aye! Melibea has left you–,
aun sabiendo
que no habría
más hermoso
planto que David
plañendo a
Absalón su hijo,
oh traición
amada.
A esta precoz solvencia en cuanto
a sustancia y forma poéticas, tenemos que añadir otros síntomas de inusitada
madurez: el descaro y el sentido del humor, que se dejan ver de muchas maneras
y en muchos de los poemas. Lo hacen a través de fructíferos “juegos” con el lenguaje,
que, con elegancia y chispa en similares proporciones, llegan incluso a la
traza surrealista, siempre inserta en la tradición de la lengua castellana.
Nos encontramos, por ejemplo,
con nombres que asumen una función verbal. Un hallazgo verdaderamente prodigioso en lo formal, que en este caso trae aparejado una altísima capacidad significante. Otra prueba (la mayor quizás) de la increíble madurez de este joven poeta:
…la del amor
azorero
que atila y
nabucodonosora
la parte y el
todo de las almas.
(Nótese aquí, además, como el
pueblo romano y el judío tienen un enemigo común)
Nos encontramos con posibles cacofonías,
que, por intencionadas dejan de serlo y funcionan a la perfección en su entorno
poemático:
de tez atezada
Vivo en vano
verano
Con valentía y acierto se emplean
palabras que están en franco desuso, como “azorero”,
“denunciaciones” o “furiente”.
Se llega incluso a romper por
sorpresa un soneto, (Resquemor antiguo, se llama) en una operación tan
heterodoxa como sugerente.
Se manejan imágenes surrealistas
de gran eficacia:
Un proceso
parecido me erigió a mí
grano de café
colombiano.
En fin, aparecen en este libro
una cantidad de recursos loables en cualquier caso, pero muy en especial cuando
hablamos de la primera obra de un poeta, no sólo núbil, como él mismo declara,
(recuerden: “Menos mal, Amor, que eres lodo fértil / donde hacer el alborozo
para este núbil cerdo”) también imberbe. Tal vez el poema que mejor resume todo
lo que vengo explicando en los últimos párrafos, sea éste que les copio entero:
SE ANUNCIA…
Púber
individuo casi español
–si
trascendental le resultara–
de tez
atezada, se consagra
a cualquier
actividad que comprendiese,
aun si cabe
someramente,
la exaltación
de la belleza
en las cosas
cotidianas
que atestiguan
nuestra existencia.
A poder ser
con contrato indefinido.
Garantizo
experiencia suficiente
en la
necesidad de amar que todo
lo soporta,
discreción o nivel elemental
de la ironía y
la originalidad
–posiblemente–
ya inventada
por uno que bien calla.
No debo extenderme más.
Seguramente quedó claro el porqué de mi entusiasmo con este libro y su autor. El
castellano está en perenne estado de gestación. Su matriz no fue roída del
todo. En el “debe” de este feto, algunos problemas formales de tipo menor, algunas rimas descontroladas, tanto
consonantes como asonantes, algunas citas inapropiadas… Tonterías de ese tipo
que resultan aquí menos que pacotilla. En el “haber” todo lo dicho, que no es
poco.
Parafraseando al mismo Willinton,
deseo que las metáforas lo sazonen con ventura. Parafraseando a Pitágoras, le
aconsejo: sigue por ahí, poeta, porque si llegaras algún día a formar rebaño,
tendrías que soportar a los pastores y los perros. Y citando a Quevedo termino:
Tranquilo, me digo, “…tiene la encina en los tizones / más séquito que tuvo en
hoja y fruto”.
estamos salvados
ResponderEliminarDe acuerdo, poeta. Aunque suene demasiado trascendente, así es. Muchas gracias por leerme, y por comentar aquí. Un abrazo grande. Jorge
ResponderEliminarjuventud, divino tesoro;
ResponderEliminarAsí es, amiga... a veces, claro
ResponderEliminar