Esquina que conforman las calles 490-A y 5ª. Guanabo. La Habana. Cuba
Mi primo Juan Manuel
acaba de regresar de unas vacaciones en Cuba. Estuvo en Guanabo, apéndice
playero de La Habana;
localidad que cuenta con quince mil habitantes, y está situada a unos treinta
kilómetros del centro capitalino; al norte, asomada al Estrecho de la Florida. Allí todavía
vive parte de su familia. Allí viví con la mía los últimos diez años que estuve
en mi isla.
Juanma, como todos los que visitan Cuba, viene cargado de noticias sobre
el hombre nuevo y sus peripecias caribeñas. Como ya comenté en otras ocasiones,
el hombre nuevo desembarcó en esa región paradisíaca a través de Haití, a
finales del siglo XVIII, como producto estrella de su revolución, réplica sui
géneris de la francesa. Había sido brutalmente apresado en África por sus
convecinos, para ser vendido después a los esclavistas europeos que lo
llevarían a América. En este continente se vio abocado a un medio extraño
en todas sus facetas, pero no pudo resultar nuevo-nuevo, hasta que, integrado
en una clase social de inspiración jacobina, alentado por el mago François
Mackandal, y dirigido entre otros por Toussaint-Louverture, cortó
la cabeza a todo blanco que se encontró en su camino, y fundó la primera
república libre de la América
no anglófona: Haití.
Sí, el haitiano fue sin dudas el primer hombre nuevo en la tierra de lo
real maravilloso. Aunque mantuvo el grueso de sus tradiciones culturales, en
puridad ya no era africano, y mucho menos resultaba europeo. Era nuevo y americano.
Claro, su excepcional condición no fue pensada ni diseñada en el viejo mundo. Sobrevino
por la brusca segregación sociocultural y geográfica que le impuso el
esclavismo, y por las lógicas ansias de libertad que ello le produjo. Este
hombre pasó de la prehistoria a la historia en unas décadas. Y no porque quisiera,
sino porque se encontró, sin beberla ni comerla, en el eje espaciotemporal
donde la historia tomaba carrerilla para el acelerón de los últimos siglos.
El cubano castrista es el segundo hombre nuevo de América. Pero éste sí
que nació concienzudamente marcado por el hierro metropolitano (euroasiático).
Se pensó en Londres. Se creó en Moscú. Se aderezó en Pekín. Pasados ciento
cincuenta años del casual novum
haitiano, en los “cultísimos” círculos terratenientes de Birán, (Mayarí, Holguín)
y estudiantiles de Santiago de Cuba, se cocía su razonada prolongación
caribeña. El habanero, que había heredado toda la cultura mediterránea, y había
logrado levantar una suerte de ciudad-estado en la bocana del Golfo de México, (aquella
maravillosa réplica egea que a principios del XIX dejó boquiabierto a Humbolt) tuvo
que asumir su rol histórico: capitanear la continuidad de la obra del haitiano,
y de una vez por todas regalarle al mundo civilizado el primer hombre nuevo
periférico completamente resuelto.
Hice esta pequeña introducción para contextualizar la anécdota que les
contaré ahora: una entre las tantas que nos trajo Juanma de aquel emporio de chispa
y originalidad. Podrán comprobar una vez más cómo el hombre nuevo enfrenta las
dificultades, cómo se crece ante ellas.
Resulta que las calles de Guanabo, que fueron magníficas mientras el hombre
viejo dio importancia a tales bobadas, se han convertido en extensas y permanentes
balsas de agua retenida, porque, al parecer, el hombre nuevo caribeño no
necesita calzadas para hacer rodar sus ideas, tampoco sus cuerpos o mercancías.
(Sus ideas, sencillamente planean, y las demás menudencias, reposan). Sin
embargo, estas pistas de agua putrefacta hasta ahora no se estaban aprovechando
como es debido, o eso pensaban las autoridades locales, porque ni siquiera los perros beben en ellas,
que son la playa de los mosquitos y el spa
de las ranas toro. También son el aliviadero de las aguas sucias de uso
doméstico, porque la mayoría de los vecinos de Guanabo no cuenta con red de
alcantarillado para tales menesteres. Sus casas tienen viejas fosas sépticas
colmatadas que rebosan sin parar, y por gravedad colonizan las cotas más bajas
del predio, o sea, las antiguas calles.
El hedor no tanto, (la membrana pituitaria del hombre nuevo no es nada
quisquillosa) pero los mosquitos y jejenes, que son unos cabrones, molestan bastante,
especialmente a los escasos turistas que se hospedan en diez kilómetros a la
redonda, lo que obliga a realizar costosas campañas de fumigación. Por otra
parte, las ranas toro croan, tan alto, que estorban a los vigilantes de los
Comités de Defensa de la
Revolución (CDR) cuando, de ronda para salvaguardar los
logros, deberes y derechos del hombre nuevo, necesitan escuchar con claridad lo
que se habla en sus casas.
Los mosquitos perduran a pesar de la fumigación veraniega, (sólo se lleva
a cabo en zonas y temporadas turísticas) pero las ranas toro han ido
despareciendo por la razón dicha: su exagerada vocalización. Los vigilantes de
los CDR se las fueron comiendo poco a poco y ya rozan la extinción.
Hace unos meses, el gobierno central del país creyó haberse equivocado al
permitir la desmedida captura urbana del gran anfibio isleño, (cada vez hay más
mosquitos y menos insecticida para combatirlos; también han proliferado los
roedores) y se propuso repoblar las otrora calles de Guanabo con nuevas ranas
toro. Pues bien, los funcionarios del Ministerio de la Industria Pesquera
se dirigieron al lugar donde esta especie debió estar siempre: los ríos y sus
inmediaciones, para capturar individuos sanos en edad reproductiva, y llevarlos
a las pozas callejeras por mucho que croaran… Ah, pero no los encontraron. ¿Por
qué?
Años atrás, la élite holguinera que manda en el país hace más de medio
siglo, decidió que a sus paisanos les vendría bien comer algo más de pescado.
Adquirió en Tailandia unas cuantas parejas de pez gato (clarias) y las soltó en
los ríos de media isla. El clarias es un pez que el cubano odia, entre otras
cosas, por feo, y porque ni siquiera el hombre nuevo (todavía supersticioso, por
raro que parezca) puede fiarse de un pez que respira fuera del agua. ¡Solavaya!
Por añadidura, este engendro acuático es enorme y voraz. Dondequiera que habita
se zampa a todo otro bicho viviente. En los ríos cercanos a Guanabo no queda
una rana toro. Sólo hay clarias.
Al comprobarlo, el gobierno pensó que cada guanabero bien podría criar
clarias en la bañera de su propia casa para que los ríos volvieran a llenarse
de ranas toro. Pero allí casi nadie cuenta ya con bañera en el cuarto de baño,
y los pocos que la conservan suelen ocuparla con cerdos y otros animales menos sospechosos
y repudiados que los peces gato. Entonces el gobierno decidió repoblar de ranas
las pozas callejeras por otras vías. Aunque parezca increíble, la solución
pasará de nuevo por África y Haití.
La rana toro, esquilmada por el clarias en los ríos locales, pudiera
traerse de otros países cercanos a un precio razonable. Pero los vigilantes de
los CDR, que espían a placer y sin interferencias sonoras desde que ésta
desapareció de las pozas de su barrio, prefieren una especie de rana que no
vocalice… Si la solución debe importarse, ¿por qué no pretender que sea
perfecta?
En fin, y para resumir, el gobierno importará de las calles de Puerto
Príncipe, Haití, una especie también enorme llamada rana goliat. Según se cuenta
en los mentideros de Guanabo, la tal rana llegó a Haití desde Guinea Ecuatorial
no se sabe cómo ni cuándo. Al parecer, habita los charcos urbanos en la capital
del país vecino a salvo de los hambrientos porque debe ser muy socorrida para los
ritos vudú, lo que, dicho sea de paso, le otorga a la especie un valor añadido
para el hombre nuevo de Cuba (no del todo ateo, créanme) en el terreno
religioso. Se trata de una rana muda, que puede comer hasta un kilogramo de
mosquitos o jejenes diario. Eso, en caso de que no entretenga el hambre con
alguna rata. Sí, la rana goliat puede comer hasta ratas. Queda por ver cuál de
estas especies termina dominando las pozas callejeras de mi antiguo barrio.
Pero no duden que el hombre nuevo cubano, sea cual sea el resultado de
esta ingeniosa idea de su vanguardia, sabrá sacarle provecho aunque sea a largo
plazo. Las calles (pozas) de Guanabo están vivas. Eso es lo importante. ¿Por
qué añadir alquitrán a un mejunje biótico tan prometedor? Si hablamos de heces,
¿por qué consagrar las minerales en los caminos del hombre? Además, ¿quién
puede estar interesado en andar por esas viejas calles como lo hacían por las
suyas los cónsules romanos? El día que Dios decida volver a pasar por Guanabo,
preocupado, claro está, por los mosquitos, las ranas y las ratas, mire usted,
que se olvide de sus sandalias áureas, que se remangue la túnica y se calce
botas de agua.
Peces gato capturados en ríos de La Habana
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