Confieso que cuando vi la imagen que acompaña esta nota, (ese edificio-colmena:
otro perpetrado contra la arquitectura en nombre de la construcción especulativa
que inunda nuestras ciudades; y, para mayor escarnio, con aquel “tocado pétreo”,
una suerte de natilla verdinegra, musgosa, que parece detenerse para la foto justo
antes de chorrear por la fachada como si de un magma vengador se tratara) reí.
Creí que era una broma: uno de esos excelentes fotomontajes digitales que confunden
al más pinto. Pero después me sentí impulsado a investigar el tema, porque en los
días que corren, cualquier evento de tal guisa que lleve bandera china o del
Medio Oriente petrolero, merece un sitio entre las noticias posibles. Por raro
y extravagante que parezca, pudiera estar ocurriendo.
En efecto, ocurre. En las tres dimensiones espaciales que percibimos y
podemos medir, y en este tiempo nuestro, también mesurable, que atravesamos y
nos atraviesa, o sea, en el segmento espacio-temporal donde somos, y al que solemos
llamar Realidad, un multimillonario chino coronó el referido mamotreto de
hormigón con un decorado de cartón-piedra
que recrea un parque idóneo para cabras monteses. Vaya, como si hubiera
extraído un testigo amorfo de la
Sierra de Gredos para regalarle una “pamela encantada” a la omnipresente
caja de hombres y mujeres, esta vez posada en un rincón de Pekín. Es cierto. Y
aunque en los últimos tiempos, por cada segundo que transcurre miles de niños
muerden a otros tantos perros, una mordida como ésta merece que nos detengamos,
como mínimo, a reír con amargura. Pero asimismo, por qué no, a celebrar irónicamente
(¿qué otra manera cabe en estos casos?) nuestra disposición a transformar la
decadencia en espectáculo, cueste lo que cueste.
También confieso que después de reír torcí el gesto. Pasé unos quince
minutos buscando el Tao-Te King en mis anaqueles, y otros noventa releyéndolo con
serenidad en pos de un alivio chino para la dicha (co) chinada. “Elevarse sobre
la punta de los pies, no es precisamente tenerse en pie”, dice Lao-Tse… ¿Pero estos
hombres se olvidaron de sí mismos? Parece. No sólo en Occidente la desmemoria avanza
a troche y moche. Ni sendero ni línea recta. Los chinos todavía escupen en la
calle y se comen a sus perros, sin embargo, cada vez respiran peor porque van
detrás de los falsos pitagóricos con los párpados apuntalados, sometidos a una
luz vespertina que ciega. “El exceso de impresiones visuales embota la
visión.”, decía su maestro, pero no están los tiempos para templar el ánimo al
calor de tales advertencias. ¿Cuánto teorema de Pitágoras, y cuánto arrebato contrario
al pensador samio, hicieron falta a la vez para levantar New York o Las Vegas?
¿Por qué iban a someterse ahora los chinos al recetario taoísta, en un planeta
panzudo y nalgón por arriba, magro por abajo, que gira a una velocidad
inhumana, que traga fósiles y defeca máquinas con un metabolismo propio de gansos?
Lao-Tse y Pitágoras fueron contemporáneos en una época otra y lejana. Ambos
están tristemente jubilados hace mucho. El ascetismo y la estupidez son púgiles
irreconciliables. Hay un claro vencedor en nuestro asalto. El cinturón dorado del
campeón ciñe al orbe. No me extrañaría que muy pronto los masai otorgaran la
mayoría de edad, no a quien cazara un león, sino a quien se lo comiera de una
sentada. Ya no la metafísica de nuestros mayores, (su “cantaleta”) ni siquiera
la geometría o la hidrostática del siglo VI a. C. parecen servir a los
tecnócratas modernos, tampoco a los millonarios.
¿Para qué pudieran valer entonces las azoteas de sus anodinos edificios?
Para que se repitan, claro, para que se gusten y amplifiquen; para que los
chinos críen cabras monteses sobre sus cabezas, y las salven de la extinción si
en Gredos prospera la sarna de manera irreversible. Esos ungulados no serán tan
tiernos y listos como los osos panda, pero no sólo comen bambú, están más locos,
y se ven mejor desde los satélites. ¿Comerán cartón-piedra? Cuidado…
…Ah, ¿que lo van a desmontar? ¿Ahora, después de entusiasmar con el
ensayo, incluso, a los regresionistas? Qué aburridos son los funcionarios que
velan por el urbanismo industrial, por el raso coronamiento de sus unidades. Total,
si según Montaigne, hace mucho vivimos en “la inmundicia y el lodazal del
mundo, lo peor, lo inferior, la parte menos viva del universo, los bajos de la
casa”, ¿qué puede importar un experimento más en su buhardilla?
No hay comentarios:
Publicar un comentario