lunes, 7 de septiembre de 2015

China: azotea para cabras






  
Confieso que cuando vi la imagen que acompaña esta nota, (ese edificio-colmena: otro perpetrado contra la arquitectura en nombre de la construcción especulativa que inunda nuestras ciudades; y, para mayor escarnio, con aquel “tocado pétreo”, una suerte de natilla verdinegra, musgosa, que parece detenerse para la foto justo antes de chorrear por la fachada como si de un magma vengador se tratara) reí. Creí que era una broma: uno de esos excelentes fotomontajes digitales que confunden al más pinto. Pero después me sentí impulsado a investigar el tema, porque en los días que corren, cualquier evento de tal guisa que lleve bandera china o del Medio Oriente petrolero, merece un sitio entre las noticias posibles. Por raro y extravagante que parezca, pudiera estar ocurriendo.

En efecto, ocurre. En las tres dimensiones espaciales que percibimos y podemos medir, y en este tiempo nuestro, también mesurable, que atravesamos y nos atraviesa, o sea, en el segmento espacio-temporal donde somos, y al que solemos llamar Realidad, un multimillonario chino coronó el referido mamotreto de hormigón con un decorado de cartón-piedra que recrea un parque idóneo para cabras monteses. Vaya, como si hubiera extraído un testigo amorfo de la Sierra de Gredos para regalarle una “pamela encantada” a la omnipresente caja de hombres y mujeres, esta vez posada en un rincón de Pekín. Es cierto. Y aunque en los últimos tiempos, por cada segundo que transcurre miles de niños muerden a otros tantos perros, una mordida como ésta merece que nos detengamos, como mínimo, a reír con amargura. Pero asimismo, por qué no, a celebrar irónicamente (¿qué otra manera cabe en estos casos?) nuestra disposición a transformar la decadencia en espectáculo, cueste lo que cueste.   
   
También confieso que después de reír torcí el gesto. Pasé unos quince minutos buscando el Tao-Te King en mis anaqueles, y otros noventa releyéndolo con serenidad en pos de un alivio chino para la dicha (co) chinada. “Elevarse sobre la punta de los pies, no es precisamente tenerse en pie”, dice Lao-Tse… ¿Pero estos hombres se olvidaron de sí mismos? Parece. No sólo en Occidente la desmemoria avanza a troche y moche. Ni sendero ni línea recta. Los chinos todavía escupen en la calle y se comen a sus perros, sin embargo, cada vez respiran peor porque van detrás de los falsos pitagóricos con los párpados apuntalados, sometidos a una luz vespertina que ciega. “El exceso de impresiones visuales embota la visión.”, decía su maestro, pero no están los tiempos para templar el ánimo al calor de tales advertencias. ¿Cuánto teorema de Pitágoras, y cuánto arrebato contrario al pensador samio, hicieron falta a la vez para levantar New York o Las Vegas? ¿Por qué iban a someterse ahora los chinos al recetario taoísta, en un planeta panzudo y nalgón por arriba, magro por abajo, que gira a una velocidad inhumana, que traga fósiles y defeca máquinas con un metabolismo propio de gansos?  

Lao-Tse y Pitágoras fueron contemporáneos en una época otra y lejana. Ambos están tristemente jubilados hace mucho. El ascetismo y la estupidez son púgiles irreconciliables. Hay un claro vencedor en nuestro asalto. El cinturón dorado del campeón ciñe al orbe. No me extrañaría que muy pronto los masai otorgaran la mayoría de edad, no a quien cazara un león, sino a quien se lo comiera de una sentada. Ya no la metafísica de nuestros mayores, (su “cantaleta”) ni siquiera la geometría o la hidrostática del siglo VI a. C. parecen servir a los tecnócratas modernos, tampoco a los millonarios.

¿Para qué pudieran valer entonces las azoteas de sus anodinos edificios? Para que se repitan, claro, para que se gusten y amplifiquen; para que los chinos críen cabras monteses sobre sus cabezas, y las salven de la extinción si en Gredos prospera la sarna de manera irreversible. Esos ungulados no serán tan tiernos y listos como los osos panda, pero no sólo comen bambú, están más locos, y se ven mejor desde los satélites. ¿Comerán cartón-piedra? Cuidado…  

…Ah, ¿que lo van a desmontar? ¿Ahora, después de entusiasmar con el ensayo, incluso, a los regresionistas? Qué aburridos son los funcionarios que velan por el urbanismo industrial, por el raso coronamiento de sus unidades. Total, si según Montaigne, hace mucho vivimos en “la inmundicia y el lodazal del mundo, lo peor, lo inferior, la parte menos viva del universo, los bajos de la casa”, ¿qué puede importar un experimento más en su buhardilla?

Gobernantes chinos, consideren que sus súbditos llevan milenios musicándose con sólo cinco notas, dos menos que nosotros. No les pidan mayor austeridad. No les quiten ahora el placer de encarnar por un tiempo (ya sin murallas que embocen sus logros) la vanguardia del hombre, que, según Pope, ya se sabe: es “la gloria, el hazmerreír y el enigma del mundo”.



  

No hay comentarios:

Publicar un comentario