lunes, 19 de octubre de 2015

Abrazos








I



(Octubre y 2014) Lo encontré en Vitoria. Yo, en viaje de trabajo. Él, que ahora vive en Miami, también de paso. No de vacaciones. Había ido con su hijo para ayudar a un amigo en una campaña popular a favor del abrazo. Allí estaban, en la Plaza de la Virgen Blanca, Elabanero y su vástago abrazando demoradamente a todos los transeúntes que se lo permitían: unos cincuenta por hora.

Nadie abraza como Elabanero, créanme. Aprendió este arte en Camagüey. Se lo enseñó un anciano que curaba muchas dolencias con tal muestra de empatía. La primera vez que me abrazó estábamos en Moscú. Quedé muy conmovido. Pasaron treinta años de aquello, y, sin embargo, su abrazo vitoriano me sacudió vísceras y entendederas con la misma intensidad del primero, como si el tiempo no hubiera hecho mella en nosotros. Y para aumentar mi asombro, en Vitoria me contó que llevaba unos años enseñando a abrazar con la mirada, la palabra, las ganas de.



II



En Camagüey le llamaban Elabanero porque desde muy joven quiso emigrar a la capital. Los camagüeyanos, que siempre se han burlado del modo en que se habla el castellano en La Habana, a modo de cariñosa mofa incrustaron el artículo en el gentilicio, resultando ese raro mote. Mongo, el Maestro, honorable taita (bisnieto de esclavos) quien abrazando sanaba a todo lugareño que confiara en él, lo había entrenado para garantizar la supervivencia de su oficio. Alguien dijo al anciano que en La Habana se abrazaban con fugacidad, sin arte ni hondura; que lo hacían poco, formalmente. Por eso pidió a Juanillo (Elabanero) que tan pronto pudiera, viajara a la capital a transmitir sus conocimientos.

Con dieciocho años, ya un monitor avezado: Cinta Negra, según decía su maestro, que, con más de noventa, se moría, (los abrazos contestan la muerte, la desarman y relativizan, pero no la anulan) Elabanero convenció a sus padres para que lo dejaran estudiar Ingeniería Química en la capital, donde a la vez enseñaría Teoría y Práctica del Abrazo. Allí se frustró por primera vez, porque a nadie interesaba matricular tal asignatura en su “inocente” cátedra. Encontró muy pocos cómplices. Casi siempre se reían de él cuando confesaba su verdadera vocación.

Terminó la carrera. Pudo encontrar trabajo sin desplazarse, mas la ensoñada Habana no parecía un sitio adecuado para extender el arte aprendido de Mongo. Resistió un tiempo por respeto a la promesa hecha a su difunto maestro, pero luego emigró a Cienfuegos… Tampoco tuvo suerte en aquella ciudad. Los cienfuegueros se mostraron tan fríos como los capitalinos. Elabanero se desesperaba. Corría el peligro, incluso, de perder facultades por falta de ejercicio. Apenas abrazaba cuando visitaba Horquita, un caserío de la provincia donde encontró novia; o cuando regresaba a Camagüey, donde tenía un gran predicamento entre los otrora pacientes de Mongo, entonces ya suyos.  
  


III



(Junio y 1985) Yo estaba con mi mujer en el hotel Molodiezhnyi. Para que ella se duchara tranquila, hacía guardia a la entrada del cuarto de baño, (lo compartían cuatro habitaciones dobles, y su puerta carecía de herrajes de seguridad) cuando se acercó un compañero de viaje y me dijo que en el lobby había un compatriota armando un gran revuelo. ―Ah, los cubanos… pensé. Bajamos tan pronto pudimos. Allí estaba Elabanero abrazando a todo el que se dejaba, en especial a los miembros de las delegaciones de Canadá, Italia y España que asistían al Congreso sobre Salud Mental que se celebraba  en el hotel. Nos acercamos, y, dudando de la espontaneidad del gesto, (¿sería un enviado del tirano que buscaba congraciarse con los psiquiatras más lelos de Occidente?) le preguntamos si abrazaba también a los propios. Nos abrazó varias veces, claro. Y siguió haciéndolo a los demás hasta que la Seguridad del Molodiezhnyi (tres gorilas albinos y lampiños que blasfemaban en ruso) lo hizo desaparecer.

No supimos más. Nosotros estábamos en Moscú por razones de trabajo. Pero ese muchacho tan raro, ¿qué hacía allí? ―No llevaba guayabera, observó mi mujer. Un apunte fino, porque entonces todos los miembros del aparato represor castrista usaban ese tipo de camisa cuando no estaban en misión de combate a campo abierto, esto es, dando palos en la calle a quienes usaban camisas diferentes… La guayabera era una pieza esencial en el kit “dominguero” del “seguroso”. Y si no era un enviado del dictador, ¿cómo se atrevía a desafiar la frialdad militar del hotel soviético, repartiendo afecto de aquella manera? No lo vimos de nuevo. Sus abrazos fueron lo único bueno que recibimos en aquel viaje. Y duraron muy poco. 

 

IV



(Agosto y 1987) Descansaba en el jardín de mi casa cuando apareció Elabanero. Conocía mi dirección. Sin que me diera cuenta, me había quitado del bolsillo una tarjeta de visita mientras me daba el segundo abrazo en Moscú. Durante el primero (me contó) había notado en mí una necesidad especial de ser abrazado, a la vez que una sensibilidad muy poco habanera a los abrazos. Me trajo agua del Hatibonico: riachuelo que atraviesa Camagüey; sucio, pero con un mínimo surtidor ribereño, próximo al Puente de la Caridad, de donde mana un agua purísima, especial para las sesiones de abrazos. Muy cerca de aquel sitio, al aire libre, trataba Mongo a sus pacientes. Y nunca lo hacía sin que antes bebieran agua limpia de su fuentecilla.

Elabanero también me contó que cuando lo conocí estaba en Moscú por temas relacionados con la importación de petróleo, (entonces se preparaba para trabajar en la futura refinería de Cienfuegos) pero que en realidad su principal motivación era comprobar in situ lo que le habían comentado unos asesores georgianos sobre la incapacidad moscovita para el abrazo.

Cuando fue detenido aquella mañana en el Molodiezhnyi, lo obligaron a permanecer en su habitación hasta que el grupo a que pertenecía marchó a Leningrado (antes y después, San Petesburgo), donde Elabanero retomó su experimento. ―Son duros de pelar, confesó, pero cuando los niños comienzan a ceder, o sus perros dejan de ladrar, los adultos suelen relajarse. Se inhiben sobre todo si los borrachos o los mendigos se acercan para recibir abrazos. Pasa en todas partes. Los urbanitas rusos, incluso los moscovitas, pueden abrazar y ser abrazados como los demás. Es cuestión de empeñarse… No hay sobaco, por peleón que sea, que pueda frenar a quien padece hipotermia, añadió sonriendo. En fin, me dijo que en Leningrado también lo detuvieron y lo pusieron bajo custodia de la Oficina Consular. Al llegar a Cuba lo echaron del trabajo acusado de poca efervescencia revolucionaria (flojera, vamos, mariconería). Sus hábitos se habían vuelto insoportables para la jefatura del Partido. Regresó a La Habana sin éxito. Su familia, que no quería volver a Camagüey, (sitio ideal para abrazar, pero no tanto para comer) se estaba planteando muy seriamente la salida del país.  

Todos aquellos problemas le habían impedido visitarme hasta entonces. Se disculpó sin que fuera necesario. Apenas nos conocíamos. Sólo nos habíamos abrazado en Moscú… Aquella tarde comenzamos una gran amistad. Durante varios años nos abrazamos todas las semanas. Lo disfrutamos mucho mientras fue posible. Hacíamos sesiones conjuntas con mujeres e hijos. Comencé a aprender su técnica. Pero mi salida para España truncó mi formación, nos alejó.
 


V



(Octubre y 2014) Me dijo que en Miami se sentía como en La Habana: era muy difícil abrazar allí con todas las consecuencias. Había traspasado al hijo los secretos de su arte, pero tenían que practicarlo entre ellos. En España, sin embargo, contaba con un amigo muy necesitado y agradecido. Viajaba de vez en cuando para reunirse con él. Le estaba enseñando unas técnicas avanzadas que ni siquiera Mongo llegó a dominar. Ya no sólo podía prescindir del agua de Camagüey, sino que estaba logrando abrazar, incluso, telefónicamente. 

Su amigo había organizado aquella especie de gymkhana del afecto en Vitoria, donde residía, como una prueba para poder ajustar la experiencia y extenderla después, ya pulida, a toda Europa… Mientras Elabanero me ponía al día, y su lugarteniente (el hijo) abrazaba a quienes seguían acercándose, apareció el amigo. Callé. Quedé impactado. ¡Coño, ni mis hermanos se me parecen tanto!, dije para mí. Era como si me asomara a un espejo de vibrante y engañoso azogue. Apenas nos diferenciaban sus ojos dorados (los tengo pardos, tirando a descoloridos) y su lamentable minusvalía: aquel pobre hombre había perdido los brazos. Sus escasos muñones parecían incapacitarlo para la convocatoria que debía protagonizar. Sin embargo…

Tanto me impresionó, que me detuve. No lo abracé cuando fuimos presentados. Elabanero notó mi nerviosismo. Me pidió por favor que sostuviera la mirada de su amigo. Lo hice con mucho esfuerzo durante algunos segundos. Entonces un calor interno, desconocido, comenzó a relajarme. Elabanero sonrió y me dijo: ―Mongo, y yo, y mi hijo, y mi amigo te estamos abrazando. Es más: tú mismo te abrazas. Nosotros sólo te exhortamos a.

Comenzó a llover… Acaso la fuentecilla del Hatibonico nutría puntualmente al cielo vasco.


8 comentarios:

  1. Deseando estoy que me abraces, amigo. Yo, que no sé nada de nada al respecto, a veces abrazo intentando rodear de energía amorosa al "afortunado", casi siempre afortunada (los hombres son muy "hombres" y me miran mal; incluso un amigo homosexual se me quedó tieso y en su mirada no sé si había odio o una perplejidad casi enajenada). Así que lo dicho, la próxima vez me haces la terapia.

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  2. Eso está hecho, amigo. Gracias por leer, comentar y desear mi abrazo. Yo, que no soy tan "hombre", también deseo el tuyo. Ten un adelanto por esta vía...

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  3. Es cierto que hay quien te abraza con la mirada y quien ni estrujandote te abraza. Abrazos virtuales que espero pronto sean personales

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  4. Gracias, amiga. Sí, así es. Los esperamos...

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  5. ¡Vaya! Y a mi me habían dicho que esto era un cuento ... suave o algo así, para mi está muy bien planteado,m sintético, los detalles son riquísimos, lo he disfrutado, muchas gracias, Jorge.

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  6. Ay, amiga, ¿quién te dijo eso? ¿No sería un cuentista? A mí alguien me dijo que era un poco ñoño, y puede que tenga razón, pero ahora tu comentario lo compensa. En fin, como siempre muchas gracias por lectura y comentario. Te abrazo.

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  7. He tardado en leer este cuento, hermano. Yo, que he sentido tantas veces tu abrazo, me he sentido, por él, por ti abrazado.

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  8. Ah, me alegra mucho, hermano, que hasta en los cuentos sientas que te abrazo. Sosténgase.

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