Obra de Dora Alis Mera
I
A orillas del Níger no podía hacer topless…
al menos de día y para tomar el sol, o simplemente el aire, como hacía en Las
Moreras del Pisuerga casi todas las mañanas de julio y agosto. En las noches,
sin embargo, soltaba las amarras: se amparaba tras el cercado de fibras vegetales
que delimita el huerto ribereño explotado por la familia de Sisoko, para gozar a
piernas sueltas de su amante. Sisoko la hacía feliz. Todas las noches la sacaba
de sí. Era un chico romántico, habilidoso en el sexo; guapo y con unos
genitales que podían descolocar a una santa.
En una casita de adobe con sesenta metros cuadrados de superficie, Sisoko
había vivido veinte años con su padre, su madrastra (y también tía, por parte
de su difunta madre) cuatro hermanos y otras tantas hermanas. Durante aquella
primavera estuvieron casi todos en familia. Sisoko, que llevaba dieciocho meses
en Valladolid, llevó a Teresa para presentarla. Sólo Falou, que entonces
estudiaba religión en Chad, no estaba presente. Los once no podían acomodarse a
dormir bajo techo, donde, por otro lado, Teresa y Sisoko no hubieran podido ventilar
su tórrida relación amorosa. Así que la parte masculina de la familia pernoctaba
al aire libre, junto al río, dejando la protección que ofrecía el huerto
vallado para el exclusivo disfrute de los urgidos amantes.
A Demba, el padre de Sisoko, un hombre pío, que sin ser anacoreta o
ermitaño, ejercía como marabout
(morabito) en su entorno religioso, aquello no le complacía del todo; pero su
hijo, para llevar dinero a casa, se había dedicado al negocio de las
extranjeras durante varios años antes de viajar a Europa. Dada la necesidad, Demba
había ido tragando poco a poco… En Ségou no había mucho que hacer. La familia
de Sisoko atendía el huerto y poco más. Algún dinero entraba a cambio de la
labor litúrgica del patriarca, pero casi todos los hermanos eran unos
holgazanes de campeonato. Sólo Falou estudiaba. Sólo Sisoko emprendía: Durante
un tiempo se dedicó a la pesca tradicional, luego se fue a Bamako como pescador
de arena, más tarde se metió al negocio de las guiris, y finalmente marchó para
Europa, de donde enviaba dinero todos los meses.
II
El barrio se movilizó cuando anunciaron la construcción de la Mezquita. La Comunidad
Musulmana rezaba en dos locales: uno en Los Pajarillos y otro en Las Delicias,
pero crecía y necesitaba más espacio. Compró un par de naves para demoler en la Carretera de Villabáñez,
muy cerca de la Circunvalación.
El Ayuntamiento de Valladolid daría licencia para que se
levantara en el solar resultante la única gran Mezquita de Castilla y León.
Teresa vivía en el Barrio de Las Flores. Se había mudado de su antigua
casa molinera a un edificio multifamiliar recién construido allí. Desde su nuevo
piso disfrutaba de una vista perfecta sobre la cuidad, y en su centro, la Catedral, que aun lisiada
(su planta quedó inconclusa, y retiene una torre de las dos que tuvo, las
cuatro que pretendió) aparecía (aparece) imponente con su silueta cristiana. La Mezquita se construiría
muy cerca, justo en la línea imaginaria que une la ventana de su habitación con
la Catedral,
o sea, en el espinazo de sus visuales.
Cuando los vecinos se movilizaron contra el templo musulmán, Teresa se
sumó. Y como no sabe hacer las cosas a medias, encabezó las manifestaciones.
Sostuvo pancartas y grandes lonas con mensajes poco ecuménicos y bastante
xenófobos. Gritaba la que más. La idea de un minarete entre ella y su querida
mole de piedra, unida a la enajenación que provoca cualquier acto multitudinario,
la enconaban y la disparaban hacía el gentío y su clamor.
En uno de esos apasionados trances conoció a Sisoko. Él llevaba poco
tiempo en Valladolid, pero ya estaba implicado en el proyecto de la Mezquita. Formó
parte de una comisión que, en representación de la Comunidad Musulmana
de la ciudad, trató de atenuar el rechazo de los vecinos a que se construyera
el nuevo templo, dando la cara y todas las explicaciones necesarias. Sisoko se
expresaba cómicamente en castellano, pero se hacía entender. En cualquier caso,
su lenguaje corporal era clarísimo: ―Soy un Adonis negro y follo como los
dioses, gritaba. Las mujeres lo leyeron enseguida, y algunas pretendieron
releerlo sin prisas, pero sólo Teresa, tal vez por aparentar ser la más difícil
y menos ilustrada, interesó a Sisoko, que primero le quitó la lona donde ponía:
“Moros y negros a casa”, luego le quitó las ganas de ventanas y catedrales; y
finalmente le habría quitado las bragas si las hubiera llevado a la primera
cita. No hizo falta.
III
En Bélgica estaban dando mayores ayudas y subvenciones que en España a
las familias en vías de inserción social. Como Teresa fue repudiada en su casa cuando
regresó de Ségou acompañada de Sisoko, los amantes se mudaron a Igualada, donde
la comunidad maliense, más amplia en Cataluña que en Castilla, les ofreció
ayuda. Pero no fue bastante el apoyo cuando nació Siara. Entonces la pareja se
instaló con la niña en Bruselas. Él comenzó a colaborar con el Imán de la
ciudad. Ella cuidaba de su hija y aprendía francés.
A los pocos meses de su llegada a la capital belga, un salafista suní
provocó un incendio en la
Mezquita y mató al Imán. Sisoko fue investigado a fondo. Teresa
entonces lo desconocía, pero su cuñado Falou no coincidió en Ségou con ella
porque había viajado de Chad al Sehel maliense para integrarse en las milicias
tuareg que luchaban (luchan) por la autonomía del norte de Mali; y también por
el establecimiento en todo el país de un estado islámico integrista. La policía
belga estaba al tanto y tenía a Sisoko muy vigilado.
La situación se tornó tan adversa, que la pareja decidió abandonar
Bélgica. Él quería regresar a Mali. Ella, que lo habría hecho sin ninguna
cautela de no haber tenido una hija, se negó. No quería llevar a Siara al patio
del enemigo. La madrastra-tía de Sisoko dirigía y ejecutaba las ablaciones en
su barrio. Esta familia, de origen bambara y credo sufista, no era muy radical,
pero su relativismo no llegaba a perdonar el clítoris a las niñas. Aunque
legalmente estaba prohibido, todas las hermanas de Sisoko habían sido
mutiladas. Su propia tía se encargó de liberarlas del “maligno apéndice”. Los bambara
no son timoratos. Tampoco son extremistas, pero sí musulmanes y africanos; son adversarios,
pero también vecinos de los fulani, que en el XIX instauraron el Reino Fula de
Masina, cuya máxima fue: “Que las mujeres no canten”. En fin, Teresa sabía que
Siara no debía crecer en Ségou. Regresó a Valladolid. No a casa de sus padres.
Se puso al servicio de la familia Fraile, que la ayudó mucho en aquellos
momentos.
IV
Sisoko había dejado de llamar, pero ella seguía enamorada. Siara crecía
ya insertada en su familia materna. El tiempo, la ausencia del padre y la
dulzura de la niña facilitaron las cosas. Teresa había intentado sacar adelante
otras relaciones sentimentales, pero no tuvo éxito y frenó, aunque las oportunidades
le seguían sobrando. Era una mujer hermosa, muy joven, y tenía similar
aceptación entre locales y extranjeros, especialmente entre los africanos que
vivían en Valladolid. La mayoría de ellos, sabedores de que la joven había logrado
romper las barreras raciales y culturales que estacan sus diferentes “mundos”,
la pretendían sin disimulo.
Cuando llegó Sarabi (una de las hermanas de Sisoko) de visita, Teresa
notó un estremecimiento inusual. Incluso antes de compartir con ella muchas
horas de charla, la pucelana supo que era hora de moverse, de intentar
resolverse de una vez por todas.
Demba había muerto. Y Falou. Este último en la guerra. Los demás hermanos
de Sisoko también estaban a la greña; para hacerlo jodidamente duro, en
diferentes bandos. Al parecer el origen bambara de la familia era poroso. La
madre de Sisoko debió ser fulani, etnia que comparte con los tuareg algunos
objetivos religiosos y políticos. La familia, que bajo el mando de Demba fue un
ejemplo de unidad sin fisuras, se había dividido y dispersado. Las mujeres estaban
casadas. La madrastra, también fulani, debió sembrar la discordia étnica entre
todos ellos. No se conocía su paradero. Sisoko se había convertido en el patriarca
de su nueva familia. Vivía en su antigua casa con dos esposas y tres hijos
pequeños. Había heredado, además, la categoría religiosa de su padre.
Cuando llegó Teresa, el hombre preguntó por Siara. Ella respondió
escuetamente. Luego preguntó por la
Mezquita de Valladolid. Teresa calló… Pero poco a poco el
encuentro se fue distendiendo. Ayudaron las mujeres y los hijos de Sisoko que
se mostraron amables en todo momento.
Después de comer, y mientras disfrutaban los postres que había llevado Teresa,
Sisoko le preguntó por su estado civil, por su disposición con relación a él.
Llegó a insinuar que podía quedarse, llevar a Siara; que aún tenían tiempo para
retomar su relación. Teresa sonrió. Le dijo que cargaba con todo su pasado, que
no era capaz de desgravar su memoria, que lo único que había olvidado en
Valladolid eran las bragas.
Aquella noche, en el huerto, aun sabiéndose espiada por las mujeres de
casa, Teresa se atiborró de sexo. Sisoko ya no iba con extranjeras, sólo
follaba con hembras mutiladas. Tenía una polla descomunal y sabía usarla, pero
ya no estaba acostumbrado a la réplica de un clítoris omnipresente. Teresa imperaba.
Las mujeres del patriarca debieron creerla poseída por el demonio. La despedida
comenzó sobre las veinte horas y se extendió hasta bien entrada la madrugada.
VI
…Amaneció. Sisoko imploró que se quedara. Teresa lo agradeció, pero calzándose
dijo: ―Alá bendiga tu polla. Contigo puede quitarme las lonas y sus discursos,
la ventana y sus visuales, las bragas. No pude apagar las ganas, de acuerdo;
por ellas sabré que sigo viva. Pero te aseguro, mi querido marabout, que tú, el Níger y yo, hemos terminado. En común, a los
tres nos queda Siara. Le quito el precio y me la regalo.
¡Me encanta! Me gusta mucha ese tono ligero pero que a la vez dice y engancha. Si lo desarrollas sería una buena novela.
ResponderEliminarAy, amiga, ya me estás buscando trabajo... Río. Gracias por leer y comentar. Besos.
ResponderEliminarHasta creo que les conozco a todos :)
ResponderEliminarVaya, amiga, a ver si es verdad... Río
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