jueves, 16 de septiembre de 2021

UNA ANTOLOGÍA POÉTICA RESEÑABLE

 



Aunque no soy un lector propenso a las compilaciones antológicas (complicaciones, estuve tentado a escribir / río…), leí, cómo no, algunas de ellas. Y entre las varias leídas en los últimos veinte años, destacan tres antologías poéticas de primera línea: Las ínsulas extrañas (selección de Milán, Sánchez Robayna, Valente y Varela / Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores), Una gravedad alegre (selección de Armando Romero / Difácil), y País imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía Latinoamericana 1980-1992 (selección de Medo, Arteca y Jiménez / Trifaldi / colección Ay del seis). La primera agrupa a cien poetas de habla hispana (España e Hispanoamérica) nacidos entre 1881 y 1957. La segunda agrupa a sesenta poetas hispanoamericanos (se colaron una italiana y un egipcio, pero con vida y obra en Venezuela y Méjico respectivamente) nacidos entre 1940 y 1977. La tercera agrupa a cuarenta poetas también hispanoamericanos (bueno, uno de ellos es estadunidense, pero… sin embargo…) nacidos entre 1980 y 1992. Las tres fueron editadas en España. Las dos últimas, por editoriales que conozco muy bien y Respeto con mayúscula, con las que he publicado algunos libros, y a cuyos editores (César Sanz / Difácil y Máximo Higuera / Trifaldi) agradezco un montón el esfuerzo realizado por dar a conocer aquí la poesía que se escribe allá

Menciono a la vez estas tres antologías, por destacarlas entre otras cuyo afán y sentido último se me escaparon, y por ello, claro, me dejaron poca huella. También, porque juntas son una guía de no poca utilidad para cualquier interesado en pizcar buena parte de lo mejor que se ha escrito en castellano en los últimos ochenta años, sobre todo, en Hispanoamérica. Digo buena parte de y no lo mejor a secas, porque es imposible no preguntarse por algunas omisiones pecaminosas. Pienso, por ejemplo, en Kozer, que sí o sí debió aparecer en las dos primeras… Bien, mencionadas quedan las tres. Pero hoy quiero hablaros de la última. Recién leída.


PAÍS IMAGINARIO. ESCRITURAS Y… ¡CHAPEAU!

Una vez perdonado su larguísimo título (a un libro como éste se le podrían perdonar ésa y muchas otras cosas) la lectura de esta antología es una absoluta gozada. Para mí ha sido, además, reveladora. En medio de la debacle decadente que nos afecta, los poetas, al menos la mayoría de los que escriben en castellano, y sobre todo los españoles, parecieran (parecieran, subrayo) des-apercibidos, extraviados en muerte universal, que diría Byron. Pero no. No estoy bien informado. Qué va. Puede que no esté lo suficientemente al tanto, ni siquiera de lo que se está haciendo ahora mismo en España, donde vivo hace treinta años. Ahora mismo, digo, por parte de los más jóvenes, claro, a quienes no leo cuanto debería. ¿Por qué? ¿Acaso porque publican a los peores, a los que pueden garantizar la venta de un mínimo de ejemplares gracias a los avales que ofrecen sus muchísimos seguidores en las redes sociales? ¿Acaso porque publican a quienes lamen el culo a los gerifaltes de la industria poética (industria, sí, qué pena), a quienes apuntalan con su falta de talento y su cómplice servilismo las manquedades de sus capitanes? No lo sé. A ver quién le pone el cascabel al gato. El caso es que lo que me llega es casi todo muy malo. Por eso, precisamente por eso la lectura de esta antología es un lenitivo. Gracias, Medo / Arteca / Jiménez / Layna / Higuera. ¡Chapeau!

Me interesa. Me gusta. Y me divierte. Eso, eso es lo que más agradezco: que me divierta. Desde la primera hasta la última página sostuve una sonrisa restauradora (unas veces limpia, otras, socarrona), con algunos pequeños paréntesis, también excusables, por supuesto, pues entre los poetas seleccionados los hay graves (campaneros de campanas mentales, digo con Santayana), marxistas y locuazmente andinos. Estos me divierten menos. Interrumpí la sonrisa, por ejemplo, cuando leí (Agustín Guambo): ¡!!!!!!!!Pachakamaq Ama yapa puñuychu Pachakamaq kanwankani Yanaypay!!! La interrumpí, porque no entendí lo que escribió. Y también lo hice cuando leí del mismo autor: …ese dios judío y afásico que nos obligaron a mendigar en nuestras casas. En este segundo caso dejé de sonreír por una breve intoxicación adjetival, que ojalá no padezcáis vosotros al tratar de digerir el par de adjetivos que acabo de endosarle al sustantivo intoxicación. …Decía que me divertí con la lectura de esta antología porque di con una calidad sostenida, por momentos muy alta, y porque hablamos de poetas con gran sentido del humor. Dios, qué alivio. El humor, qué emplasto tan sabroso. Qué poco presente en la poesía de nuestro tiempo.

Lenguaje. Imagen. (Imagen, ¿eh?, poética, de la buena-buena). Humor. Ironía. Poesía nueva, que ya es difícil. ¿Quién da más? ¿Y quién lo puede pedir? La antología reseñada evidencia que en Hispanoamérica la poesía está vivita y coleando. Con esto debería ser suficiente para convenceros de que la leáis, pero acabo de cerrarla y me he quedado con ganas de escribir. Así que…

En el libro hay algunas constantes (virtudes, vicios, o ambas cosas a la vez, no sé bien) que merecen mención. Muchos de los poetas andan inmersos en su propia arte poética, esto es, en la crítica poética dentro de la poesía, que apunta a un determinado posicionamiento estilístico. Y esto les infunde cierto talante “pedagógico”. “Pedagogía” que a veces cae al prosaísmo y casi siempre fustiga a la lírica. Se masca un interés meridiano por desmarcarse de ella. En este sentido, incluso se afean los supuestos remanentes líricos de la actual poesía española. Dice, por ejemplo, Luis Eduardo García: Si en España hay reservas protegidas [de lírica] ¿por qué no? Lo importante es reconocer que no es un dodo.

La mayoría de los poetas responde obedientemente al canon filosófico de la época, que por mucho agon que se tercie, por mucha diversidad que se pretenda, reposa (ah, postmodernidad gaseosa) en el sumo relativismo: escepticismo / hedonismo epicúreo o cirenaico / cinismo / nihilismo… Y esto implica la aparición de una poesía corrosiva cargada de un victimismo sentencioso, que duda, primero, de sí misma, y después de todo lo demás, empezando por lo Uno, la unidad… incluyendo la estructura, la organicidad, el meollo significante, el sentido que arma y sosiega, el equilibrio fuera del caos que lo contiene y esconde… Más que sustancia imantada, fragmentos subversivos. Más que cristal, éter. Entropía. Decadencia. Es curioso, porque amén el esfuerzo que en esta dirección hacen los autores, el volumen que los reúne anuncia un Todo burlón y vengador. A ver si terminará por valer aquí aquello que, con relación a Dios, dijo el maestro Eckhart: siempre está lo Uno en su unión escondida. Leed estos fragmentos:                   

             Se parecen a los poemas que me gustan.                                                                                                   Tienen una estructura precaria                                                                                                                      y celebran el fin de ciclo.

                                   Jeymer Gamboa

Sólo hay que dejarse arrastrar por el delirio de las palabras: olvídate de su significado, olvídate si está bien o mal. Con que identifiquen tus huevadas de textos ya es suficiente.

                                                                                               Andrés Villalba 

La facultad de reproducirse es una prueba de que la naturaleza no es sabia.

                                                                                               Andrés Villalba 

            Un poema será piraña o no será.

                                   Tito Manfred

Pero todo esto está transido de poesía. Eso es lo que importa. La poesía que se traviste de antipoesía, vale, pero que no acepta su rendición al margen de una dialéctica vivificante entre lo uno y lo otro. Mientras nos situemos en un escenario antipoético, y no en uno pospoético, la cosa va bien. Va bien, digo, si la imaginación sigue en pugna con la inteligencia y la imagen emerge de ello (como un soplo o un relámpago, da igual) para poner en duda cualquier razón que no sea poética, cualquier verdad que no sea poética. Esta antología está repleta de imagen de alta calidad, de gran vuelo poético. Las citas traídas aquí hasta ahora no reflejan esto, sino otras cosas, pero me daréis la razón cuando la leáis, si es que lo hacéis. Ojalá. En la obra de muchos de estos poetas luce una imagen y un lenguaje voltaicos, galvanizadores. Pongamos por ejemplo a Diana Garza Islas, Rodrigo Vera Cubas y Neronessa. Esta última inclinada a un barroquismo renovado y denso. Porque, ojo, no lo dije aún, pero nada de esto está (ni puede estar) completamente de espaldas a la tradición.

Por último quiero insistir una vez más en el manejo del humor y la ironía de que hacen gala casi todos estos jóvenes poetas, lo que indica que han alcanzado una madurez envidiable. Hasta en los casos en que parece imperar la mera ocurrencia, el humor y la ironía salen al quite con éxito. Porque no es lo mismo una ocurrencia sosa o pretendidamente grave, que una con chispa. No, claro que no. Igual pasa con la oscuridad. No es lo mismo sosa que salada. Estamos en la oscuridad acerca de la oscuridad (David Roden), pero… La noche no mata. Mata el hielo. (Unamuno). Sal y lepos, pedían los clásicos. Y acetum. La gracia, la agudeza, el ingenio… suelen acompañar al genio para sustentar, incluso, sus aparentes devaneos. En esta antología hay autores que emulan en esto a los grandes maestros de la lengua (pienso en Teresa, en Quevedo, en Góngora, en Lope, en Gracián). Es el caso, por ejemplo, de Ezequiel Zaidenwerg, Andrés Villalba, Tito Manfred, Diego L. García… Miren cómo se burla este último de sí mismo y de los malos poetas:

…use mi texto como prólogo o reseña de su libro, dice, más o menos,

si es que usted cree                                                                                                                           a)      que sus anécdotas son buenas                                                                                               b)      que un mal relato en verso va bien como poema                                                                       c)      que el fin de todo esto es participar 

Reíd. Reíd conmigo. Y leed este libro, por favor. Jóvenes poetas españoles, para vosotros es una necesidad, una sugerencia de obligado cumplimiento. Casi. La poesía no es sólo eso que leéis en los poetas que mandan ahora en las editoriales de moda, en los jurados de los concursos, en las instituciones de la lengua. Es también, y acaso sobre todo, otra cosa. Los poetas reunidos en esta antología lo saben. Por más que corcoveen, saben (o intuyen) que no pueden eludir la tradición para levantar su nueva casa, aunque de boquilla pretendan identificarla con una choza. Y saben (o intuyen, o adivinan) que esto pasa por el dieciséis y el diecisiete españoles. Por eso, más o menos conscientemente, dicen sí a todos aquellos precursores. Dicen sí, además, a Baldomero Fernández / Huidobro / Vallejo / Parra / Rojas / Kozer entre otros. Incluso a Lezama dicen sí medio mareados. Y si muy obligados se ven, negocian de lejos con Borges, y hasta con Paz. Nunca con Neruda. (Lo acabo de comprobar). Con Neruda, jamás de los jamases. Ah.


Para comprar el libro, pulsad el siguiente enlace:

http://www.trifaldi.com/home/58-pais-imaginario-escrituras-y-transtextos-poesia-latinoamericana-1980-1992.html 



miércoles, 1 de septiembre de 2021

EL APARTADERO: FIRMA DE EJEMPLARES EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID / CAPÍTULO IX

 



El sábado 11 de septiembre, entre las 11:00 y las 13:00 horas, estaré en la Feria del Libro de Madrid (Parque de El Retiro / Plaza de la Independencia, 7), en la caseta de la editorial Trifaldi, que es la número 149, para firmar ejemplares de El apartadero a quienes quieran acercarse para comprar un ejemplar. Llevaré puestas las mejores galas: ganas. Y para ir sonsacando a los lectores que puedan tener la intención de, aquí les dejo un capítulo (el IX) de la novela.

 

 Escuchaba La Patética de Chaikovski. Rosario conocía cuál era su estado de ánimo si ponía música romántica. No era la que más gustaba al Bruno científico. Con ella intentaba compensar sus repuntes nihilistas. No importaba que el tema fuera grave. La escuchaba cuando, consciente o no, sentía la necesidad de rodearse de un pathos excesivo para no hundirse demasiado. Bruno decía que en La Patética estaba recogido todo lo que importa. Prefería las versiones de los directores rusos, en espacial las de Svetlanov y Rostropóvich. Muchas veces no pasaba de su Primer Movimiento (Adagio / Allegro non troppo / Andante / Allegro / Andante come prima). Decía que en él se expresaban, de manera sucinta pero bastante, casi todos los estados psicológicos que podía experimentar el ser humano. Después de escucharlo, Bruno solía quedar agotado, un poco ido.

No sólo por las enormes tensiones emocionales que debía administrar en un corto período de tiempo quien escuchara esa obra maestra, sino además por las vicisitudes que la afectaron desde su nacimiento (fue estrenada por el autor pocos días antes de morir: cólera, dicen unos, suicidio, otros), a Rosario le asustaba ver a Bruno inmerso en ella. Sabía que no era la música pertinente para acompañar la toma de datos en los termómetros, ni su vertido al programa que los procesaba. La perspectiva de aplazar el trabajo científico era muy atractiva, pero no si provocada por desajustes en el estado anímico de Bruno. Rosario siempre temía que su maestro tuviera algún brote sicótico, o que cayera en un estado depresivo profundo. Ella no se veía capaz de conducirse con solvencia en tales escenarios. Lo era, claro, pero no lo sabía.

Si Bruno hubiera sido simple y previsible, Rosario se habría comportado en consecuencia. Lo habría colmado de placer. Y no de un placer cualquiera: lo habría sacado de sí activando a la vez sus resortes biológicos y psicológicos. Tenía armas que nunca tuvo Chaikovski para hacer tal cosa. Sin embargo, debía ser precavida, más aún cuando él experimentaba una deriva emocional tan severa que lo apartaba de su agenda. Bruno la esperaba, era obvio, pero ella no sabía exactamente para qué.

Él preguntó si le apetecía cambiar de planes. Rosario se mostró de acuerdo. Sabía que no tenía ante sí al científico reflexivo y extravertido que, pendiente de un mundo objetivo, mandaba en Bruno a esas horas. Se atrevió a sugerir el baile: ―¿Quieres que baile para ti? ―Había pensado otra cosa, pero si prometes que no intentarás involucrarme y que bailarás una sola pieza, me parece bien, respondió él. Rosario se acercó al ordenador y retiró la batuta a Svetlanov. Sabía que se la jugaba. Tenía que acertar para que su gesto fuera efectivo. Pensó en un vals, pero rectificó porque el ánimo de Bruno en ese momento podía ser de cualquier tipo menos trivial. Entonces recordó un vídeo que había visto y escuchado a sugerencia de un poeta por quien sentía aprecio. Entró en el cuaderno digital donde escribía aquel amigo y buscó una publicación titulada “Recuerden”, sobre la obra “In Memoriam”, de Sidi Larbi, bailada por el Ballet de Montecarlo con música de A Filetta. Puso su Acto Segundo y quitó la imagen del monitor para que sólo las voces invadieran el refugio. Subió un poco el volumen y se situó en el centro de la estancia. Bruno estaba sentado en la cama con la túnica de siempre y sus pies descalzos. Rosario se descalzó y comenzó a bailar.

Yo escribía entonces el quinto capítulo de esta novela. Laura trabajaba. Escuché aquellas voces corsas y me detuve. Nunca Bruno había puesto la música con tanto volumen. Enseguida comprendí que algo raro pasaba en el apartadero. No sé por qué imaginé que Rosario estaría desnuda y bailando para él. Bajé al recibidor y pegué la oreja a la pared. Sólo se escuchaba el coro. Era precioso…

«Pocas expresiones artísticas, cultas o populares, pensaba Bruno, resultan tan mediterráneas como las canciones tradicionales corsas. En estas maravillosas salmodias parecen cantar a un tiempo todos los pueblos que tuvieron y tienen que ver con la gran alberca del mundo; esa que nos definió y caracterizó, donde cuajamos comerciando, guerreando, compartiendo deidades de muy diverso tipo durante miles de años. Claro, por Córcega pasaron etruscos, fenicios (tirios y cartagineses), griegos, romanos, vándalos, bizantinos, pisanos, aragoneses, genoveses, longobardos, francos… Esa isla obtuvo (y retuvo) de todos ellos (también de los más continentales) la verdadera esencia mediterránea, dada en la imagen que integra el fuego eterno y la divina olla dispuestos a compartir el espacio-tiempo ad infinitum; confabulados para cocer, con su justo punto de sal, el pródigo mejunje. En estas voces amalgamadas parecen resolverse de una vez las legendarias diferencias entre tirios y troyanos. Así podrían haber sonado David y Eneas si hubieran celebrado cantando a coro las intenciones que tuvo Dido de abolir los distingos entre ambas facciones. De un lado, la tradición semita y persa, del otro la grecolatina, tan contaminada en el tablero de Alejandro. De un lado, el judaísmo y el Islam (no me malentiendas, lector, no aludo a la simple mensajería divina, o a detalles litúrgicos, sino a la profunda impronta de la lengua). Del otro, el cristianismo católico. Eclecticismo fundante, precipitado a la postre en esos cantos polifónicos con sus timbres únicos, que a veces incluyen sutiles disonancias: sonidos que antes de herir el oído a quien escucha, justo en el instante previo, tuercen en pos de notas ecuménicas, que con-suenan por obra y gracia de los muchos dioses implicados en el acorde. Desde el pastor sumerio al zapatero cartaginés, desde comerciante nabateo al vinicultor jerezano, pasando por el sacerdote cananeo, la pitonisa délfica, la vestal capitolina, el guerrero cretense o el lacedemonio, todos hubieran podido sentir algo similar a lo que yo siento, si hubieran escuchado a A Filetta entonar sus letanías mediterráneas»… Mientras Bruno oía, sentía y pensaba la música, tal vez Rosario giraba como un derviche con aquel vestido blanco y suelto… ay, medio transparente. «No, no, estaría desnuda»…

Rosario giró con una cadencia perfecta. Él, que por mucho que especulara sobre aquellas voces prodigiosas, tuvo que sentir, al menos, todo lo que sintió su vecino al otro lado de la pared; tenía, además, a Rosario bailando ante sí. Cuando dejó de sonar el Acto Segundo de la obra y Rosario se detuvo, Bruno estaba embobado. ―¿Puedes repetirlo, por favor?, música y baile… Entonces Rosario creyó oportuno invitarlo. ―No, perdóname, bailo contigo desde aquí; hazlo, baila.

Desde el recibidor sentí que recomenzaban. Lo agradecí, claro, porque el coro lo envolvía todo de una manera indecible, pero también lo padecí porque la imagen de Rosario, desnuda, bailando como una maga para Bruno, me perturbaba. Nunca estuve tan celoso. Nunca sentí tanta necesidad de besar a alguien, de besarla. Esperé a que los cantos cesaran y volví a mi escritorio. Entonces pensé que había enfermado, que la obsesión por Rosario me estaba haciendo mucho daño. «Si al menos pudiera aprovecharlo para meter sustancia en mi novela»… pensaba para aliviarme. ¿Pero por qué imaginar que bailaba desnuda para él? Supe que describiría aquello en algún capítulo de mi obra. Esa mañana quedé tocado. No pude recomenzar la escritura hasta la tarde.

―¿Quieres que me desnude para bailarlo por segunda vez?, preguntó ella. ―No, dijo él, ese vestido acentúa tus giros y te da un aire sufí que me hace bien. ―¿Quieres que me recoja el pelo? ―No hace falta. Rosario repuso el vídeo (sin vídeo) y volvió a bailar. Hasta las ratas se habían detenido. Puede que la música tradicional corsa les llegara más que la barroca. Bruno se demoraba reeditando en su mente cada paso del baile. Él ya sabía que la amaba, pero aquel episodio imprevisto habría despejado cualquier duda residual. ―¿Bailo bien?, preguntó ella como a mitad de la pieza. Por educación y agradecimiento, Bruno no desoyó la pregunta: ―Shhh… no interrumpas a una mujer mientras baila para darle un consejo, dijo. Rosario sonrió (sabía que su maestro usaba una frase atribuida a Pitágoras; era incorregible) y siguió girando. Lo hacía despacio. Seguía el ritmo con las piernas, pero improvisaba con la cabeza y los brazos. Su cuerpo expresaba liberación, pero hacia dentro. Mantenía los ojos cerrados. Rosario bailaba como cantaba A Filetta: así de hondo.

Cuando se detuvo la música, todavía bailó unos segundos. Bruno se mantenía en silencio. Su estado de ánimo había cambiado. El éxtasis era pleno. Rosario ralentizó el movimiento poco a poco hasta detenerse. Tenía la respiración atemperada pero más profunda que de costumbre. Estaba excitada. ―¿Y ahora qué?, preguntó. ―Me sentí como en Arcadia, entre ritos pánicos y dionisíacos, pero sin sexo o vino, comentó Bruno. Y continuó: Jung decía que nosotros pensamos en los muertos, mientras que el primitivo los veía ante sus ojos, precisamente a causa de la sensualidad extraordinaria de sus imágenes mentales. Pues bien, mientras bailabas, fui un primitivo en alguna medida. Pensé un poco en la música, lo confieso, pero no te pensé a ti. Vi bailar a una diosa. Me sentí muy dichoso y honrado. ¿Qué se puede sumar a eso? ―Se me ocurre que pudieras añadir un poco de tensión sanguínea, respondió ella. ―Rosario, yo tenía una mañana terrible. Creo que la voy enderezando. La música y tu baile han sido un bálsamo. Hemos acertado al subvertir el orden de nuestras cosas. Si escogemos el tema adecuado para rematar la jornada… Fíjate lo que pudo el arte… Me gustaría hablar contigo de un artista contemporáneo que admiro mucho. ―Estoy excitada, Bruno. Ahora mismo prefiero un paréntesis más físico. Podría limpiar un poco todo esto. ―¿Te parece sucio? ―No. No quiero decir eso. Yo estoy sucia. Necesito moverme. Podría limpiar tu refugio, incluida la biblioteca, antes y mejor que Heracles los establos de Augías. ―Pequeña, una biblioteca demasiado limpia es como una iglesia con calefacción, que diría Holan. No hace falta que hagas nada. ¿Entregaste mi carta al novio de Laura?

Rosario se mantuvo callada un momento. Estaba frustrada ante la fría reacción de Bruno en el postbaile, pero luego recordó lo mal que lo había visto a su llegada, y consideró más que aceptable lo avanzado. ―Tu hija ya tiene la carta, dijo. El novio de Laura y yo se la llevamos. ―¿Te vio? ―No, me mantuve a distancia. ―¿Cómo la viste? ―Haciendo su vida, Bruno. Creo que tu carta la tranquilizará. ―¿Te arreglaste con tu madre?, preguntó él. ―Sí. No debes preocuparte por eso. No creo que Laura pueda seguir predisponiéndola contra nosotros. Bruno parecía aliviado. No todo le resultaba indiferente, era obvio. Lo estaba pasando mal con la embestida múltiple de Laura.

Entonces fue al ordenador y buscó unos vídeos de las esculturas cinéticas de Theo Jansen. Le pidió a Rosario que se acercara. Mira, este es el mejor entre los artistas contemporáneos. No es de este tiempo, de ninguno. Fíjate, estos organismos se mueven a través de complejos sistemas hidráulicos y neumáticos. El viento es el combustible, pero el motor es muy complejo. Jansen es un científico de los pies a la cabeza, pero también un gran artista. Sus invenciones aplican principios científicos de diferente complejidad, ¿para lograr qué? Nada… Y Todo. El tipo se ha montado un rollo evolutivo para templar a su artista, pero trabaja para nada, quiero decir, para nada que pueda tener un fin exclusivamente práctico, o sea, para todo lo que debía importar al hombre en primera instancia. Es un científico y un artista: un humanista. Leonardo diseñaba sus estupendas máquinas con una vocación ingeniera. Sólo cuando dibujaba o pintaba era un verdadero artista. Su genio y su ingenio no estaban arrumbados a la perfección. Este tipo sí que mantiene sincronizados al genio y al ingenio. Pero el segundo está al servicio del primero aunque lo disimule. Además es quijotesco. ―¿Quijotesco?, interrumpió ella. ―Sí. Quijano ejecutaba muchas de sus hazañas por el mero placer de saber que era capaz de hacerlo. La hazaña por la hazaña, sin que tuviera un fin más allá de ella misma. Esto es muy español, lo dijo Ortega, pero no es privativo de los españoles. Qué locos están algunos holandeses. Theo Jansen hace el mejor arte del momento con premisas quijotescas. Sus criaturas nacen para demostrar que pueden hacerlo, nada más; se mueven para demostrar que pueden hacerlo, nada más. Nada más, si nos detenemos antes de llegar a lo que de verdad importa: la creación de piezas bellas, gráciles y sugerentes que nadie antes creó, y que sorprenden por inútiles. Cuánto saber científico para esto. Encima les endosa un relato que pretende justificarlas más allá del arte. Es genial. Está loco, pero en la medida y de la forma en que lo estaba Quijano. ―¿Y por qué me cuentas esto hoy, ahora?, preguntó ella que se había quedado pasmada con aquellos vídeos. ―Sé que mis experimentos están a punto de varar, Rosario, porque su objetivo es meramente científico y los resultados no llegan. No tengo un fin más allá de, como lo tiene Jansen, y tampoco conservo las fuerzas de un Quijano. Estuve pensando que sigo con ellos porque tú los participas, que eres quien encarna ese fin no científico que me sostiene. No sé si abuso de ti. No puedo evitar del todo la sensación de fracaso. No tengo un plan B, pequeña. La dedicación exclusiva a la lectura es una perspectiva que me asusta, por más que fueras tú mi testigo y heredero. Vaya, estás en todas partes, Rosario. No sé si podré… ―¿Y no has pensado, Bruno, que no está mal una iglesia calefactada si se es feliz rezando en ella? ¿No has pensado que una biblioteca limpia, o sea, sucia hasta la limpieza (por compartida), no está mal si quienes la comparten rezan al mismo dios creador de las palabras? Hoy bailé para ti. Sé que lo pasaste bien. Debías bailar conmigo, Bruno. No me importa ser la coartada para que sigas adelante con tu investigación; ni serlo para que la biblioteca no se te caiga encima; ¿pero por qué no bailar si podemos? Podemos bailar, Bruno, nada lo impide. ―Pensaré en lo que dices, pequeña, dijo él.

Rosario se fue feliz. Se había encontrado a Bruno hundido, agarrado a Chaikovski como a un madero que flotara en la nada, y lo había dejado dispuesto a pensar si debía o no bailar con ella. Estas cosas no debían ser pensadas, cierto, pero se trataba de Bruno. Teniéndolo en cuenta, lo logrado era mucho. Lo sabía.

 

Quienes no tengan el libro, y no puedan acompañarme el sábado 11 de septiembre en la Feria de Madrid, si quieren comprar la novela podrían hacerlo por las siguientes vías:

 

ESPAÑA / TRIFALDI:

http://www.trifaldi.com/home/69-el-apartadero-9788494978357.html

 

LIBRERÍAS:

https://www.todostuslibros.com/libros/el-apartadero_978-84-949783-5-7

 

AMAZON:

https://www.amazon.es/El-Apartadero-narrativa-Jorge-Tamargo/dp/8494978357/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=el+apartadero&qid=1616915065&sr=8-1


martes, 13 de julio de 2021

DONDE LA MENTIRA PARASIEMPRA LA DIGNIDAD HUYE. LA REVOLUCIÓN DE LA PINGA

 




                           De errores en errores resbalando. Lucrecio.

 

Doscientos años lleva Cuba traficando peligro. No toca hoy explicarlo a fondo, pero no puedo obviarlo en este nuevo trance. Son ya doscientos años de manipulación patética, de éxtasis nacionalista, de chovinismo barato. Con ese cargamento a cuestas, y una palabra omnipresente en pensamiento y discurso: pinga, los cubanos que quedan en la isla, y que ya no obran para los asesinos que desgobiernan aquel cortijo, han dicho «hasta aquí hemos llegado», o al menos eso parece. Se está cociendo allí lo que podríamos llamar la Revolución de la pinga, esto es: un movimiento social donde esas dos palabras: revolución y pinga, la una con pasaporte francoilustrado, la otra con pasaporte castrocubano (vaya pedigrí en ambos casos), parecen arrumbarse hacia…

Los hijos y nietos de quienes auparon y sostuvieron en el poder a los mayores asesinos del XX en Iberoamérica (esto puedo explicarlo con todo rigor si hiciese falta, donde hiciese falta, cuando hiciese falta) han sustraído su cuerpo a la base del ensangrentado castell. Si son capaces de sostener su desmarque, y no llegan otros a ocupar su lugar (se me ocurre pensar, por ejemplo, en los rusos, que ya cogieron la medida a los estadounidenses ―qué poco miden hoy día, qué pena― en Venezuela) podrían llegar a cambiar las cosas. No sin algún derramamiento de sangre, claro está. Estas deudas tan grandes jamás son blancas. No se pagan con cuatro gritos, por más que en ellos retumbe, ya saben, la palabra pinga.

Son muchos años, insisto. Son dos siglos de errores y errores y errores… Y estos muchachos que hoy dan la cara ante aquellos expertos en administrar mentira y muerte, no son más que los paganinis de la cuenta contraída por sus ancestros. (Sus ancestros, digo, con toda convicción, no sólo sus padres y abuelos). Ellos no lo saben, pero... Ya no viven en un país de arterias y venas mediterráneas con ilusiones anglosajonas. Ya no viven en un país con instituciones (privadas o públicas) que permitan suponer remodelaciones efectivas a corto plazo. Ahora viven en un país medio africano, cuyas principales potencias parecen consumarse en los culos reguetoneros y en las cabezas rodantes de los gallos que sanciona la santería. Aun así, aun cuando actúan sin un liderazgo claro, sin una perspectiva cierta, estos chicos han salido a la calle para exigir lo más perentorio: libertad. Libertad ¿para qué? Bueno, esto tampoco lo saben bien, pero ahora poco importa. Es tan necesario que caiga el terrible castell… que los que están en su cúspide se desternillen (y no precisamente de risa) contra el suelo…

No sé si tendrán éxito en este acto (cuánto lo deseo), o si no han hecho más que descorrer el telón para el éxodo de una tragedia que se prolongará todavía por mucho tiempo. No lo sé, porque donde la mentira parasiempra la dignidad huye. Y en Cuba la mentira es tan vieja como ubicua, tan poderosa como constante; es decir: la dignidad escasea. Sin embargo, lo que está pasando en estos días es absolutamente necesario para activar posibles y futuribles. El horizonte se vislumbra negro con pespuntes grises, sí, pero se encima vibrante. Ojalá el pliegue no demande demasiada sangre. Ojalá, Dios mío, que estos muchachos no tengan que pagar la enorme deuda que su país ha contraído (consigo mismo, con Iberoamérica, con el llamado Tercer Mundo) de la manera más penosa: muriendo a destiempo, mientras los últimos propietarios de la patente cubana escapan o mueren en la cama.

Les doy todo mi apoyo. Y asimismo les advierto a aquellos que pretendan algo más que quitarse de encima el actual régimen: tienen que desintoxicarse a fondo. No hay otra. No deben pretender que les regalen un país renovado para uso y disfrute sin esfuerzo. No deben pretender que les mantengan desde el extranjero. No deben pretender que les construyan instituciones, ciudades, cielos azules por el mero hecho de haber nacido cubanos. Deben apartarse (ay, qué difícil será, lo sé) del nacionalismo y el chovinismo crónicos que padecen. Si quieren recuperar un país mediterráneo, a por él. Si quieren un país anglosajón, a por él. Si quieren un país africano, a redondearlo. Pero tendrán que construir ese país, sea cual sea, a partir de vuestro propio esfuerzo. Y para hacerlo, os recomiendo huir de las palabras revolución y pinga. Después de rematar la Revolución de la pinga, si es que logran llevarla a cabo (ojalá), deben declararse contrarrevolucionarios per saecula saeculorum, deben despingar el discurso. Lo tienen difícil, es cierto, pero tal vez… quién sabe... si se lo proponen… Pidan perdón en nombre de sus mayores a Iberoamérica (yo lo hago con ustedes: ¡perdón, perdón!). Pidan perdón a todos los chinitos, negritos e inditos del mundo. Hagan una profunda cura de humildad. Pónganse a estudiar, a trabajar. Y cuando oigan hablar de comunismo, incluso de socialismo, pónganse tan en alerta como cuando oigan hablar de cubanía, si es que este término se presenta como contrario patético de cualquier otro. Qué difícil, ya lo sé, qué difícil… Y qué poco prometedores otros posibles caminos.



Amarga coda:

La forma en que está manejando todo esto la prensa internacional es vergonzosa. La forma en que están manejándolo algunas de las grandes instituciones internacionales (ONU, Unión Europea…), también. La reacción del gobierno estadounidense es penosa. La reacción del gobierno español es ladina, ruin y taimada. Los cubanos están solos. Lo están hace, al menos, treinta años.

Solos, chicos, estáis solos, por más que os llegue baba compasiva de cualquier distante instancia. Aprovechad toda brizna de complicidad y apoyo, pero sabed que estáis solos, y que así, solos, debéis jugar vuestra partida. Sea cual sea el país que tengáis en mente, id a por él. Y tratad de no morir en el intento. ¡Suerte! ¡Suerte! ¡Suerte!



miércoles, 7 de julio de 2021

UN NUDO EN EL TIEMPO: ÉSTE

 



Después de un paréntesis no deseado, reabro este espacio. A todos sus (mis) lectores os hago llegar un abrazo renovado. Y a los que tengáis ganas de poesía, os ofrezco además los dos últimos actos de un poema-libro (Un nudo en el tiempo) escrito hace ya unos cuantos años, pero que ahora... En fin... 



Estoy viviendo. Mi sangre

está quemando belleza.

[…] está evaporando amor.

[…] está fundiendo conciencia. J.R. Jiménez

 

En el nocturno raso de la vida,

las grandes imágenes son regalos

que no tienen que filtrar las vísceras, cansadas ya

de tanto material nocivo, tanta faena.

Qué maravilla ¿no?: regalos que no enquistan

en músculo o fluido, que no se adhieren a venas o arterias,

que no se acodan en sus paredes

para purgar biológicos delirios… Pero también

son regalos que descargan los sentidos,

tan al tanto ellos de las vísceras, aunque lo ignoren,

de su sustento, de sus fibrosas moliendas.

Regalos cuya génesis no siempre participan,

pero sí cuidan para aliviarse

de páncreas, riñones, vejigas… Así lo entiendo.

No soy porque respire, ni vivo porque sienta.

Vivo porque soy, además, regalado y agradecido,

porque retengo lo que imagino, porque huroneo,

depredo en el Gran Poema de todos

la toda-imaginación-una. Vivo porque nombro

lo que alcanzo a reducir y poner al servicio de la vida,

porque no alcanzo a nombrar lo irreducible,

porque rebusco en la Gran Enciclopedia, también

en sus espacios no dichos. Vivo porque amo

este ejercicio vital, porque amo.

…Yo, unidad de amor indivisible, indivisible

cantidad de imaginación amante, al centro

de este paisaje sobrecargado de duendes,

sugerentes visiones, crípticas alegorías;

preso de mi tiempo, perenne evadido sin embargo,

volando amo, imagino en el tiempo-uno-de todos.

En él imanto, nombro, retengo lo que alcanzo.

Lo otro callo, o nombro de memoria:

Dios, Amor, Siempre, etcétera,

cuando quiero decir en realidad Imagen, suelta todavía,

potencia en el eterno Telar, gracia suprema

que sólo formaliza en ráfagas muy caras,

que sólo actualiza en el convenido, excluyente

y abstracto concepto. ¿Entonces…? Ideas, ideas,

aunque independientes, conexas en este apetito de vida.

Sustancia-una: Imagen-Amor, Dios si lo prefieren, Poema

que aterriza como deshecho puzzle

de coquetas piezas que nos invitan a juego. Juego

porque me place. (La belleza es siempre placentera).

Vivo también porque juego, porque me plazco en ello.

…Estoy viviendo. Mi sangre

está quemando belleza.[…] está evaporando amor.

[…] está fundiendo conciencia en la nominal contienda.

Imagino, digo (¿poseo, regalo?) por ejemplo:

moscardón azul y hembra de vulva incontinente,

mosquitas equinas a su servicio,

espadín de palo del abuelo, troperos, contrabandistas,

maestros: anacoretas vitalicios en sus colinas,

serpiente, rata, carreta, bueyes bizcos y leonados,

papalote de rabo magnético, satélite en propiedad:

techo sagrado... Y todo lo quemo, evaporo,

libero en la conciencia para vivir como hombre,

tratando a la vez de unirlo para todos,

de anclarlo al nudo temporal que me resuelve;

y una vez anclado, como un globo, sin soltarlo,

hacerlo volar, recorrer todas las vueltas

que el tiempo dance en la imaginación.

…Mi sangre se ventila. Toma oxígeno para

llevar azúcares al músculo, sostener imagen en la mente.

Sangre oxigenada. En otros nudos

sangre-manjar de tigres, pero en éste,

sostén de belleza, amor y conciencia;

río para la sed del hombre, para que laven sus dioses

los trastos del devenir, y obliguen al tiempo,

tan pendiente de engullir historia, a relajarse.

Sangre-río-de la imagen en sangre-sangre.

…Y todo pasa en este raso oscuro a que me vine

siguiendo las pisadas de mis bueyes,

mientras un horcón con madera de colina

aguanta en pie el frontis de mi tienda,

y las brasas de antiguas hogueras

se muestran complacientes… Espero, cuando acabe,

cuando deba volver sobre mis pasos,

que mis ascuas valgan a nuevos cocinillas.

Hoy asé, al fuego de Juan Ramón,

un visón lampiño que cacé en mi isla.

 

Todo lo que se puede imaginar gravita. Lezama

 

Un dron blanco, que hace días reconoce el terreno,

posa por primera vez en mi nuevo patio.

Mis bueyes ni se inmutan. El aparato tiembla

como en orgasmo arácnido, y luego detiene sus motores

como tosiendo acelerado, acaso gimiendo

en el lenguaje de las máquinas.

No me acerco, el mediodía hace mucho me aletarga,

pero noto que en sus delgadas patitas

trae barro negro, no como este que piso, pardo.

¿De dónde viene? ¿Ha mutado el moscardón

hacia un cacharro mudo, diurno,

con uñas contaminadas?

…Nada más ocurre hasta la noche, pero en ella,

el amable zumbido del insecto-madre no se escucha

y las mosquitas de su corte parecen relajadas.

Es noche de otras bestias ésta.

Cuando enciendo la hoguera, el falso dron enciende,

abre sus mandíbulas de acero, la cremallera de su bodega.

Entonces la tripulación se hace visible,

sale y se acerca al fuego. Todos animales,

pero ninguno deforme, raro,

ninguno que deba volar anda, que deba andar repta,

que deba nadar vuela. Eso sí, elegantísimos, alegres,

con un apetito insaciable, y un rasgo distintivo:

tienen los ojos de oro. Un gato egipcio, una marta persa,

un antílope griego, un mulo palestino, un jabalí checo,

un gallo ibérico y un caimán caribeño.

Parecen conocerse, venir del mismo sitio.

Los ojos áureos explican su excelente visión nocturna 

y parecen ser un rasgo propio de su estirpe.

Yo callo. Noto que mirando avivan la hoguera

y cambian la apariencia al pelaje de mis bueyes.

No sólo se doran sus bandas más oscuras,

sino que parecen tejidas con poplín

sobre un basto lienzo de yute. Veo que se interesan

por mi vieja espada de palo, que observan

el horcón que apuntala mi tienda.

…Entonces me despierto y no doy crédito.

Todo lo que se puede imaginar gravita.

Allí están, en la cima de la verdad, la poética,

ignorándome ahora, que, bien espabilado

me les acerco y hablo… A mis bártulos:

empiezo con la escuadra y la plomada,

pero me detengo… ¡Coño, tienen realmente los ojos de oro!

¡Cuánto destacan en el jabalí negro! Mas

¿cómo caben en este aparato? ¿De dónde vienen,

qué tiempo atravesando?

Entonces vuelven, ya reales, todas las imágenes del viaje,

desde aquel redondel donde lidiaba antes

a esta hoguera lenta que no mengua. Vuelven ordenadas,

pero no hechas a una certitud esférica,

no puntas abultadas en los radios de una rueda,

sino cuentas de distinta factura, deslizándose

en la lacería de una misma cuerda: nudo gordiano

especialmente inmune al filo férreo.

…Un ruido me despierta al punto.

Todo lo que se puede imaginar gravita.

¿Qué fue? Sonaba a carcajada.

Y entonces me veo como repasando un sueño.

Yo, allí, rodeado de animales con los ojos áureos.

¿Qué hago allí, yo, con esas criaturas,

si estoy aquí conmigo? ¿Quién se ríe?

¿Y estos bueyes? ¡Coño, son ciertos!

Parecen cebras cosidas por mi madre

para un Belén real, maravilloso.

¿Debo poner fin a esta escalada,

quitar el horcón de la tienda, partirlo en dos

y apuntalarme los párpados?

…Eso hacía cuando desperté.

Todo lo que se puede imaginar gravita.

Me descubro triple, doblemente repetido en mis afueras,

desmontando una tienda a las orillas del fuego,

rodeado de animales con ojos dorados,

pendiente de una risa enorme

que parece venir de una colina.

¿Qué haces en cueros, papá, con quién hablas?

¿Por qué tienes aquí tu araña disecada?   

No sé si dormido o despierto, contesto (pregunto):

¿Esto mide el mundo, esto pesa?

Una imagen en tierra…

     un nudo en el tiempo.




lunes, 29 de marzo de 2021

EL APARTADERO. CAPÍTULO VII

 



Rosario me dio las gracias por todo… tan lacónicamente. Sin embargo, su gratitud, que yo atribuía al control que ejercí sobre los ruidosos orgasmos de Laura para que incidieran lo menos posible en el apartadero, y, tal vez, a que hubiera renunciado al tonteo con ella, renovó mis esperanzas de cara a su mediación ante Bruno para que me recibiera. En el terreno sexual Rosario había sido tajante: No. Aunque los hombres no siempre entendemos el No si dicho por una mujer de su tipo. Confieso que no me creía del todo derrotado. Todavía pensaba en Laura cuando follaba con Laura, pero, por cada vez que lo hacía, había fantaseado tres veces con Rosario. Por experiencias anteriores que había tenido, sabía que no tardaría mucho en hacer encarnar a Rosario en mi verdadera amante; esto es, follar con ella mientras penetrara a Laura: un ejercicio muy exigente, capaz de desestabilizar a cualquiera que lo practique a menudo.

Laura se mostraba algo más tranquila. Seguía estando al tanto de lo que sucedía en el apartadero, pero había aceptado no invadirlo con nuestro trasiego amatorio. Tenía orgasmos sonoros, pero en sitios más adecuados y a horas en las que Bruno se suponía en la biblioteca, o sea, menos expuesto a escucharlos. Laura trabajaba entonces en otros campos: la familia de Rosario, las ratas y sus hijos. Con la vecina-madre hablaba mucho para darle detalles del calvario que había atravesado con su ex. La señora no le decía lo inútil que resultaba aquello para que siguiera haciéndolo, quizás por mera curiosidad, quizás porque en el fondo ella tampoco había renunciado del todo a separar a su hija del viejo… Cada cierto tiempo embestía a las ratas. Como yo me negaba a complacerla al respecto, cuando Bruno estaba en el sótano hacía venir a una empresa especializada en la extinción de plagas para que colocara veneno bajo las tejas. Con sus hijos lo tenía más crudo, pero no cejaba. Insistía sobre todo con Sofía. Laura sospechaba que su hija podía repugnar a una chica de su edad que intimara con su padre, por mero impulso filial. Comenzó por ahí sin éxito alguno. Pero más tarde giró al terreno patrimonial, haciéndole creer que la presencia de Rosario en la vida de Bruno podía tener repercusiones imprevistas en ese sentido. Sofía era una chica antisistema, que mostraba un aparente desinterés (casi asco) por los asuntos materiales, pero no fue del todo insensible a esta idea.

Yo había comenzado a escribir mi novela. Me preparé durante un tiempo con numerosas lecturas. La invitación que me hicieron Bruno y Rosario a que leyera más (entendí mejor, porque siempre fui un lector compulsivo), unida a mi total inexperiencia con relación a una trama que sustituyera lo gestual por lo psicológico, los grandes espacios urbanos por un refugio, y lo coral por lo íntimo; me hicieron acercarme a autores muy distintos a los que había preferido hasta entonces. En cierta medida me había preparado, pero mi entusiasmo me hizo comenzar cuando aún no tenía todos los elementos necesarios para hacerlo. Como ya mi relación con Laura se había sosegado, pude trabajar a una distancia aceptable del asunto a tratar. «Aceptable», pensaba, y me engañaba, porque mi obsesión por Rosario y mi curiosidad por Bruno crecían sin parar.

Laura debió comentar en la editorial que yo estaba metido en mi nuevo trabajo, y además debió filtrar a grandes rasgos su tema, porque el editor me citó con una doble intención: invitarme a que recondujera mi proyecto por la línea del anterior, y ofrecerme una cantidad importante de dinero por adelantado si lo hacía. Mi primera novela, además de haber sido premiada, se había vendido muy bien. Ya estaba en imprenta su segunda edición. El editor no entendía por qué quería dar semejante bandazo a las puertas de un éxito redondo. Me auguraba un fracaso sonado. Y tenía toda la razón. (Esta novela, lector, la lees de milagro. No sé cómo te llegó a las manos, pero fue escrita sin pensar en ti; para complacer a ningún editor. Te pido perdón y agradezco mucho que la leas, pero te confieso que la escribí para ponerme a prueba, y para no traicionar la huella que dejaron en mí Rosario y Bruno. La escribí para ellos, muy en especial para ella). En fin, dije no a mi primera editorial, y, casi con total certeza, a mi éxito definitivo como autor.

Terminado el borrador del primer capítulo, pensé que tenía la excusa ideal para un nuevo acercamiento a Rosario. Y quién sabe si también para ser recibido por Bruno. Cuando creí que estaba limpio, quiero decir, sin errores ortográficos o sintácticos, intenté quedar con ella. Para mi asombro, no fue esquiva. En aquellos momentos su relación con Bruno parecía avanzar. Su ánimo lo dejaba claro. Un día de diario (Laura, en su trabajo) la esperé a la salida del apartadero. Le pedí que me recibiera en su casa por la tarde. Me preguntó para qué. Yo no quería adelantar nada por temor a que ella declinara ipso facto. Fui vago, pero Rosario exigió saber qué pretendía. Entonces lo dije. Ella dudó, pero… No habría atendido mi demanda si la novela hubiera tratado otro asunto. Sin duda fue su implicación en la trama lo que la inclinó a tenerme en cuenta de nuevo. Más por Bruno que por ella misma, creo. Imagino que sintió una gran curiosidad por saber cómo reflejaba a su maestro en mi texto. ―No me pedirás que lea cada capítulo, ¿no?, dijo. Prometí que no lo haría. ―Te espero a la misma hora que la vez anterior.

No había conocido a una mujer con las agallas de Rosario. No sé dónde estarían sus padres, que por otra parte nunca vi en su casa, pero cuando me abrió la puerta estaba desnuda. Me detuve. Tampoco sé qué debió leer en mi cara, porque me dijo que si yo confiaba en el primer capítulo de mi novela, debía poder leerlo bajo cualquier circunstancia. ―¿Entras o no? ―Con tu permiso, dije, en un arranque de estúpida formalidad que dio fe de cuán desconcertado estaba. Ella, sonriendo, y para remarcar mi tontería, dijo socarronamente: ―Después de ti. Quedó detrás y cerró la puerta. Nos acercamos a la suerte de decorado carmelita-descalzo donde dormía. Ella me ofreció la Thonet y se sentó en la cama. Había colocado el robot rojiblanco junto a mi silla. Todo parecía estar preparado para sacarme de quicio. ―Tranquilo, me dijo, no opinará. Por un momento pensé excusarme y retirarme. Después pensé sentarme junto a ella y comenzar a disfrutarla con todos los sentidos posibles. Por suerte no hice lo uno ni pretendí lo otro. Si me hubiera marchado, no habría podido sostenerle la mirada en lo adelante, y esta novela no tuviera más que lenguaje, estuviera hecha sólo de palabras. Si hubiera intentado hacerle todo lo que deseaba, habría pasado lo mismo, pero además llevaría sobre la espalda el peso de un acto fallido por su torpe cálculo.

―¿Por qué lo haces?, pregunté. ―Un escritor, amigo, como todo hombre, va con su animal y su mequetrefe a cuestas. Ambos pueden y deben hablar en su nombre, pero cuando y como el escritor ordene. ¿Estás al timón? ¿Quién me leerá ese capítulo hoy? ¿Quién lo escribió? Si vas a hablar sobre mi maestro, y encima pides mi parecer, entenderás que deba saber esto. Si es el mequetrefe quien lee, lo sabré enseguida; si es el animal, antes. Si por el contrario decide leer el propio escritor con sus dos subalternos bajo control, escucharé con atención, y hayas hecho lo que hayas hecho, lo respetaré… En tal caso, si tu novela progresa la leeré completa. Entonces volveré a encontrarme contigo en el capítulo donde hables de esta reunión. Veré si eres capaz de retener lo banal de ella donde deben quedar las cosas banales, o si decides describirme para que saliven tus peores lectores. (Cuando dijo esto levantó su brazo izquierdo para mostrarme la axila) ¿Tendrás lectores?, preguntó. Y remató: ¿comenzamos?

Yo, que, mientras ella hablaba, trataba de controlar a los invitados que tan bien había definido la interlocutora, me preguntaba además qué tipo de persona era Bruno, si merecía la dedicación exclusiva de semejante mujer, y cómo había aguantado tantos años junto a Laura. Pero inicié mi tablet, abrí el archivo y comencé a leer: Las ratas obraban con especial afán. Roían y raían como endemoniadas… Debí hacerlo yo, porque ella escuchó con la máxima atención. Estaba en silencio, y por primera vez me dio la impresión de que la tenía casi al completo delante de mí. Rosario era aquella mujer desnuda y bellísima, pero sobre todo era la persona que sopesaba cada palabra en lo escuchado. Cuando terminé, se puso de pie y se enfundó su vestido blanco. Ya de nuevo sentada, me dijo: ―No creo que la puedas publicar. Sin embargo, te crees lo que cuentas. Me gustaron el tono y el primer esbozo de los personajes. Bruno está ahí, es él. Lo dicho: tal vez no encuentres quien la edite, pero cuenta con mi ayuda para escribirla. Espero que no te sientas tentado a parir una crónica, y que nos saques a todos del esquema que nos reduce. Aunque Bruno y yo parezcamos raros, también somos esquemáticos. ―¿Podré leérselo a él?, pregunté aprovechando su buen ánimo. ―Ahora no, contestó ella. Bruno no quiere estar pendiente de estas cosas. Me costaría mucho trabajo convencerlo. Avanza y ya veremos.

Ni café, ni nada para picar. Hablamos un poco más sobre la novela que tenía en proyecto, todavía alejada de ésta que lees ahora, y me despidió con rapidez. Quien me dio las gracias, ya no estaba casi toda delante de mí. Rosario se había reducido a su porción visible de nuevo, y no porque se hubiera vestido… Vaya, se había vestido… Mientras estuvo desnuda yo mantuve atados todo lo corto que pude a los invitados que adivinó ella, pero ambos la vieron. El escritor no dirá una palabra que la describa físicamente (no sabrás por qué levantó su brazo izquierdo y me mostró la axila), pero también la vio. «La vi. La vi… Soy escritor cuando lo permiten mis enemigos internos», pensaba. «Fueron ellos quienes me contuvieron y me dejaron leer para poder extasiarse a sus anchas mientras yo renunciaba a hacerlo por el bien de mi novela. Pero ahora exigirán la atención que merecen», seguía pensando. «Mi animal evitará a Laura varias semanas, seguro; tendrá fantasías delirantes con Rosario. Y cuando pueda meterse en la cama con la primera, procurará su metamorfosis para poder follarse a la segunda en ella encarnada». ―¿La segunda?, preguntó mi mequetrefe con ironía.

Salí confundido. Entendí las razones que dio Rosario para explicar su desnudo, pero lo sucedido me parecía increíble. Por otra parte sus comentarios me estimularon a seguir escribiendo. Había llegado la hora de encerrarme con la novela muy en serio. No sabía si Laura aceptaría que me aislara en su casa (esto la colocaría por un tiempo en una situación muy parecida a la que había vivido con Bruno), o si tendría que irme a la mía «¿Irme? No». Tenía que intentar mantenerme cerca del apartadero. Así se llamaría mi novela: El apartadero. Tendría que sostener el contacto con Rosario y seguir intentándolo con Bruno.

Llegué antes que Laura. El escritor y el animal buscaban intimidad con urgencia. El uno, en la habitación donde escribía. El otro… Complacidos ambos, y mientras ordenaba el material de apoyo acumulado para la definitiva zambullida en la novela, ella abrió la puerta (ya ves, muy pronto tendría que tocarla aunque fuera suya) y me saludó como siempre. Luego se sentó a mi lado y comenzó hablarme de trabajo, cosa muy rara. Su jefe le había comentado sobre mi proyecto de novela. Laura siempre estaba preocupada por su puesto en la editorial. El negocio era muy inestable y llevaba unos años padeciendo el último y definitivo empacho de tinta. El porvenir pasaba por el libro digital, y Laura no sabía si contaba con ella para hacerlo. Su posición en la empresa se había reforzado gracias a la relación que manteníamos, pero su jefe logró preocuparla con la intención de reconducir mi actitud. Desde el primer momento en que llegué a la editorial, ella pensó que el editor quería algo más que una relación de trabajo conmigo, pero no se atrevía a meter esa variable en la ecuación si de su puesto laboral se trataba. Disimulaba la sospecha. Su jefe le comentó la oferta económica que me había hecho. Creía que mi consolidación definitiva en el mercado estaba garantizada si escribía una segunda novela negra en la línea de la primera. Logró poner en paralelo ante Laura el futuro de la editorial con el mío. La mujer estaba inquieta, y entonces la cosa no iba de sexo ni de guerra contra su ex. Así que, ya sentada sobre mis piernas, me acorraló hasta hacerme decir lo único que entonces podía: mi novela trataría sobre el apartadero, de él tomaría su título. La conversación se fue crispando. Ella no aceptaba que Bruno todavía pudiera influir en su vida de algún modo. Llegó a ponerse histérica. Me echó en cara lo que su empresa había invertido en mi carrera, la valentía que mostró al apostar por un desconocido, lo bien que se habían portado conmigo en todo momento. Esa noche comenzó a apagarse su llama para mí. Podríamos llegar a tener sexo de nuevo, tal vez si yo mintiera diciendo que escribiría esa segunda novela negra después de El apartadero, pero Laura no rebasaría la conclusión de esta obra a mi lado. Ya para entonces estaba claro: Laura era sexo y logística. Lo siento, lector, piensa lo que quieras, no podía irme de allí sin terminar el trabajo.

A la mañana siguiente no nos hablamos, pero cuando regresó de la editorial lo arreglamos: si ella no me exigía demasiada atención, ni siquiera en la cama; si aceptaba que me aislara, escribiría El apartadero en un par de meses, y una vez terminada, todo volvería a la normalidad: comenzaría a escribir sin demora y a un ritmo alto la segunda novela negra que su jefe quería. Laura aceptó. Yo era un activo empresarial que demandaba cuidado. Pobres ratas de Bruno. Pobre madre de Rosario. Pobre Sofía. Laura había perdido una batalla, pero culpaba de la derrota a su ex. Aprovecharía mi distanciamiento para hacérselo pagar. Al menos, lo intentaría.

 

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